Me gusta cuando voy por la calle o estoy en algún lugar y sin proponérmelo escucho frases sueltas de conversaciones; son pura sabiduría urbana.
“¡Yo no lo debo plata a nadie!” Dijo un hombre que iba caminando y hablando por celular; otro en una esquina, desde el puesto de un vendedor ambulante que vende minutos, le decía también por celular, al parecer, a su pareja: “Lo que pasa es que tu grupo de amigos es diferente a mí grupo de amigos”, y en una droguería una mujer le decía a otra: “Son sueños que parecen reales. Te quedas dormida unos segundos, te despiertas y crees que lo que soñaste pasó en realidad”.
Todas son frases que en apariencia no tienen nada que ver una con la otra, ni tampoco con nuestras vidas, aunque, como ya lo he dicho, creo que todos los eventos que ocurren en el mundo se relacionan con cualquier otro de extrañas maneras.
Está por fuera de nuestra comprensión, que más bien es poca, saber que la taza de café que levante hace unos segundos parar llevármela a la boca, cómo ese simple acto, va a repercutir en los ciudadanos de Guangzhou, China; eso que unos llaman el efecto mariposa. Digamos que mi acción podría desencadenar un tifón que va a azotar esa región del mundo.
¿Y es que acaso quién puede negar que la fuerza que contiene un simple gesto, no es similar a la de un cataclismo?, he ahí una palabra para saborear: cataclismo (por favor, estimado lector, repítala mentalmente varias veces hasta empalagarse verbalmente)
Algo así, me imagino ocurre con las frases urbanas, esos pequeños fragmentos de historias o balazos narrativos que nos impactan en la calle; de cierta manera, nos incumben y si miramos bien, hablan acerca de nosotros.