jueves, 19 de diciembre de 2019

Ikigai

Estamos en una terraza. Hace sol y el cielo, azul claro, está manchado con pocas nubes blancas; también hace mucha brisa. Comemos empanadas de dulce y de sal dispuestas sobre una mesa en tres cajas de icopor y junto a diferentes bebidas. Pruebo una de sal y me parece que están buenas, pero las segundas no tanto y son más bien como una fritura con un bloque de queso por dentro. Lamento no haberme comido otra de sal. 

Participo en una reunión en la que, creo, no debería estar. Después de comer empanadas comienzan a hablar de un cliente, que ha funcionado y qué no, pero el tema deriva en otras conversaciones, hasta que uno de los asistentes, un hombre con barba canosa y desordenada comienza a hablar sobre la importancia del manejo del tiempo. 

Para encarrilarse hacia ese tema, lo primero que dice es que cada uno debe esforzarse por encontrar su propio ikigai. Cuando escucho el término dejo de echar globos. Recuerdo que hace mucho leí sobre ese tema y que tiene que ver con algo oriental y místico. 

Una búsqueda rápida me lo confirma. Ikigai significa la razón de ser y, según la cultura japonesa, cada persona cuenta con uno propio. Dicen que las actividades que nos permiten alcanzar ese estado nunca deben ser impuestas, sino que deben ser espontáneas y voluntarias, brindando satisfacción y un sentido de vida. 

Nadie dice nada acerca del ikigai, quizás ya todo lo encontraron o tienen claro qué significa. 

Para concluir su intervención el hombre dice que el tiempo de las personas es lo más valioso y que es algo que se debe respetar, y que el gran desgaste de todos es tener que esperar. 

Quiero participar y decirle que el tiempo, a la larga, es una ilusión y también hablarle de los Amondawa, la tribu amazónica que no sabe lo que es el tiempo, pues no cuentan con tiempos verbales, y viven inmersos en el bloque del ahora. 

No digo nada. Ya se acabaron las empanadas y, además, hace mucho frio. Tengo trabajo y quiero irme. Afortunadamente la reunión se acaba y nos marchamos con o sin nuestro ikigai a cuestas.