viernes, 16 de marzo de 2018

Hilo rojo

No sé sobre qué escribir, uno de los dilemas frecuentes de las personas a las que les gusta hacerlo; ¿cómo es posible que no pueda narrar algo, cualquier cosa que me haya ocurrido el día de hoy, con los miles de eventos de los que hice parte o presencie?, o ¿que sea tan perezoso de no ser capaz de hurgar en mi mente, para sacarle unas cuantas palabras a un recuerdo? 

Hoy en la calle vi una viejita diminuta caminando con un bastón. Llevaba un saco de color gris desgastado y una falda de color negro. Su cara tenía millones de arrugas y dos ojos negros, que me sostuvieron la mirada un par de segundos. Caminaba despacio, como si cada paso le produjera mucho dolor. La miré por un rato, pero luego cualquier pensamiento ocupó mi mente y perdí el interés por ella. 

¿Cuántas verdades encierra esa viejita que vi hoy? Imposible saberlo. Este texto podría haber tratado una de ellas, una que encierra la solución de algún asunto que nos aqueja. ¿Cómo es esto posible?, ¿cómo carajos una viejita, que no tenemos idea quién es, tiene algo que ver con nosotros? 

Hay una leyenda japonesa que dice que todos estamos unidos por un hilo rojo invisible que está atado a nuestro dedo meñique. La función de ese lazo que nos une y no vemos, y que fue atado por los dioses, consiste en conducirnos hacia otra persona con la que debemos interactuar para que algo ocurra. 

Hoy lo único que hice fue dirigir la vista hacia la viejita, sin esforzarme en observar más allá de ese cascarón de ropa, piel y huesos en movimiento. Tal vez si nos esforzamos en observarcon más detenimiento todo lo que ocurre a nuestro alrededor, vamos a percibir ese hilo rojo de alguna manera, y así vamos a lograr descifrar un poco esta extraña vida.