jueves, 2 de noviembre de 2017

Vinos y ajos

El carrito de mercado está muy lleno. Una de sus ruedas delanteras parece desajustada y es difícil mantenerlo en línea recta a medida que lo empujo a través de los pasillos. 

Tengo extremo cuidado cuando paso por la sección de vinos; no quiero, en un movimiento torpe, estrellar el carro contra un estante de botellas, acción que seguro desencadenaría una reacción en cadena.

Con una de las puntas del carro, la derecha, choco un estante de libros al inicio de un pasillo y uno de ellos se estampa contra el piso con un ruido seco. Me agacho a recogerlo y se me viene a la cabeza Walter Riso o Paulo Coelho, los amos y señores de los estantes de libros en supermercados. Apenas lo levanto, me doy cuenta que es un libro que habla sobre cómo convertirse en un experto catador de vino en tres horas.

Leo la contraportada del libro que lo cataloga como Un irreverente manual de iniciación vinícola, para aquellos que: quieren eludir la afrenta de colegas resabidillos, mirar fijamente a los ojos a cualquier experto y, atención a esta perla de figura narrativa: evitar el naufragio en una enoteca surtida. No quiero dedicar tres horas de mi vida a aprender sobre vino, así que pongo de nuevo el libro en el estante. 

Luego me dirijo a la sección de verduras. Un hombre y una mujer conversan y ocupan todo el camino. Cuando trato de esquivarlos con el berraco carrito que, recordemos, tiene dañada la dirección, me estrello con una canastilla de ajos que están agrupados en pequeñas mallas plásticas. A diferencia de los libros sobre vino y/o bebidas alcohólicas, no solo uno es el que cae al piso sino todos.

La pareja me mira con cara de: “¿por qué hizo eso?”. Los maldigo en silencio y en ese momento se despiden. Recojo los ajos y reviso uno de los empaques, pero no trae ninguna leyenda, al parecer nadie está interesado en convertirse en un experto conocedor de los ajos, y muchos menos hacerle frente a los resabidillos de ese producto.

Camino hacia la caja registradora me cruzo con abuela muy vieja y arrugada en una silla de ruedas que maneja otra persona. La cara de la anciana refleja mucha tristeza y cansancio, tal vez una buena copa de vino le levantaría el ánimo. Cuando estoy a punto de cruzarla agarro con mucha fuerza el carro, sería un crimen estrellarla.