Varios días de esta semana me he despertado antes de que suene la alarma. Contrario a estirar la mano para tomar el celular y dedicarme a esa muerte en vida que es hacer Scroll down de forma compulsiva, lo que suelo hacer cuando eso ocurre, he decidido quedarme quieto.
Si hay algo bueno de esos episodios, es interrumpir el sueño de forma apacible y no con la violencia de la chicharra de una alarma.
Hoy, apenas me desperté, supe que había soñado algo agradable, algo que tenía que ver con Estambul. Quizá tenía esa información en mi cabeza porque unos familiares están de paseo allá y porque estoy leyendo una novela ambientada en esa ciudad, quién sabe.
Ahí, quieto, oyendo mi respiración, me esforcé en recordar alguna escena del sueño, y justo cuando creía que lo iba a lograr, las imágenes que se habían comenzado a formar en mi cabeza de desvanecían por completo.
Laura, una amiga, me contó que casi siempre sueña todas las noches y que cuando se despierta, recuerda los sueños a la perfección. Tanto así, que por unos años llevo un blog en el que registraba todo lo que soñaba.
Yo en cambio, no sueño un carajo o, mejor dicho, nunca recuerdo los sueños. Parece entonces que mis sueños, por lo general, están rotos, es decir, son historias sin ton ni son, que están compuestas por imágenes fragmentadas. Es como si un director loco habitara mi cabeza, uno que dirige los personajes de forma aleatoria y escoge escenarios como le de la gana.
También existe la posibilidad de que sueñe puras cochinadas, pues según Freud nuestro sueños tienen que ver con los deseos profundos y si no los recordamos es porque nuestro cerebro los bloquea.
Pago por ver.