Considero que una novela es buena, qué digo, buenísima, cuando la leo de un soplo, es decir, cuando parece que me la inyecto directo a la vena, si me permiten esa imagen que quizá no sea del todo precisa.
Cuando eso pasa, me doy cuenta de que a los pocos días de haberla comenzado ya la llevo por más la mitad y la historia se me cruza por la cabeza en varios momentos del día.
Un día del año pasado, en uno de mis planes de visitar librerías le eché un vistazo a Partes de Guerra de Jorge Volpi. Ese día leí el inicio de la novela:
El corazón, quién lo diría. Siempre desdeñé este músculo tenaz, cómo me irrita
su estirpe de manzana, su estampa en cuadernos y playeras, su martilleo
quejumbroso, quién preferiría el golpeteo de este molusco al magnetismo
del cerebro.
Me dije: mi mismo, aquí hay mucha clase. Pero más que eso hay entrañas, es decir de esas vísceras que un autor deja en el texto porque un tema no lo deja tranquilo.
Quizá debí comprarlo ese día, pero lo único que hice fue anotarla en mi celular, y tomó un puesto en la fila de “libros por leer” que tengo en algún compartimiento de mi cabeza.
Este año L, una gran amiga, me lo regalo de cumpleaños (por favor atesoren a esos amigos que regalan libros), y de las novelas que me ha regalado, esta ha sido una de las que más me ha gustado.
En estos días espero con ansias a que llegue la noche para leerlo (considero que la mejor hora para hacerlo es las 11p.m.) para saber qué va a pasar con sus personajes.
Grande Volpi, grande L, grande la lectura.