jueves, 17 de marzo de 2022

Aceite y arroz

Se acabó el arroz y tampoco hay aceite. Salgo a comprarlos, porque no soy tan tan fit como para sustituir el primero por quinua o algo así, y tampoco tengo ese último producto.

Una vez mi hermana me regalo una cosa lista para comer en un envase plástico de dos compartimientos. Uno llevaba quinua y el otro una salsa de mango dizque agridulce. Las instrucciones eran sencillas: destape, mezcle la quinua con la salsa, revuelva y coma. Se supone que esa ligera combinación sustituía un almuerzo, pero no me gusto su sabor. Además ese día quería almorzar como un camionero.

Pero bueno, les decía que salí a comprar arroz. Caminé dos cuadras hasta el supermercado y cuando llegué casi no encuentro la entrada porque lo están remodelando.

Esos lugares siempre se convierten en laberintos para mí, porque soy pésimo para encontrar lo que busco. Doy vueltas y vueltas por varios minutos, hasta que en un golpe de suerte doy con los productos que necesito.

Hoy no fue la excepción y casi no encuentro el arroz. Afortunadamente el aceite estaba en la góndola de enfrente.

Cuando ya tenía en mis manos una bolsa de arroz y una botella de aceite, me puse a hacer  una fila, la  única del lugar, que al final se bifurcaba en tres cajas registradoras.

Atrás mío se hizo una mujer que llevaba un celular en la mano y que escuchaba audios de voz a todo volumen con desparpajo. Me enteré de que un hombre la estaba esperando a pocas cuadras para almorzar, y por el tono meloso de su voz y un par de chistes flojos, me pareció que le estaba cayendo.

Cerca de la caja tomé una revista de chismes de la farándula para hojearla. En una entrevista, a una mujer le preguntan que cuál ha sido el mayor aprendizaje que le ha dejado la pandemia.

La mujer dice que la obligo a conocerse mucho más y a vivir en el hoy.

Se le da mucho bombo a ese rollo budista y espiritual del presente.

Recuerdo que Ribeyro cuenta en sus diarios que el presente le fastidia porque no lo siente, pues en el segundo en que escribe una palabra le resulta un momento anodino, que solo el tiempo coloreará o cargará de sentido.

Ahora la mujer está escuchando otro mensaje de otro hombre. “Pero si todavía ni nos conocemos y yo con esta pobreza tan berraca en la que ando, pero espera no más, porque a fin de mes me entra una plata y compro un tiquete de avión”.

No sé cuanto tiempo ha pasado desde que comencé a hacer fila, pero por fin es mi turno. La cajera, que masca chicle, me saluda y me pregunta que si tengo tarjeta puntos. Le digo que no y coge los productos, escanea los códigos de barra, teclea algo en la caja sin mirar y me da el precio. Parece un robot.

Pago y salgo rápido del lugar. Siento que perdí mucho tiempo, mucho presente.