Le preocupa porque le causa ansiedad decidir cuál va a ser su próxima lectura. Ya no tiene remordimiento alguno con abandonar alguna, pues cree que no puede desperdiciar tiempo leyendo libros que no son de su agrado.
Su método para escoger una nueva lectura es más bien pobre o místico, podría decirse. Muchas veces es puro feeling, de acuerdo con lo que le transmita la portada y el título. Está convencido de que algunos libros si pueden juzgarse por su portada y, sobre todo, por su contraportada, que en ocasiones lleva un párrafo preciso que lo ayuda a decidirse por uno.
Santa tampoco confía en las recomendaciones, sobre todo en la de los libreros, pues siempre le ha ido mal con estas. Muchos le han dicho cosas como: “lea este, es buenísimo. Un clásico de clásicos”, y luego de hacerles caso abandona la lectura a los pocos días.
Ahora tiene miedo.
Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.
Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.
Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.
“Es una bobada. Me da pena contarte”
“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.
Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”
Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.
Léete ladrillos uniformes. Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.
Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.
Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.
Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.
Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.
Qué más da, piensa. Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.
Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.
Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.
Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.
Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.
“Es una bobada. Me da pena contarte”
“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.
Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”
Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.
Léete ladrillos uniformes. Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.
Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.
Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.
Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.
Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.
Qué más da, piensa. Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.
Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.