martes, 12 de julio de 2022

El duende

Antes de esto, trabajé toda mi vida en campos petroleros, siempre andaba de viaje y lejos de casa, pero no me importaba porque ganaba buen dinero.

Vivia, si se puede decir, en piloto automático, con el mes repartido entre 15 días de trabajo y 15 de descanso. El segundo periodo del mes siempre estaba lleno de excesos: licor, drogas, malas influencias y todas esas cosas que el dinero tiende atraer.

“Señor Álzate”, es hora de su medicina, dice la enfermera. Es morena, gorda, de pelo corto y negro; brazos gruesos y siempre lleva mala cara. Nunca la he visto sonreír. Lo más sensato es cumplir con sus órdenes.

No me la quiero tomar. Me pone a dormir de inmediato. Por algún tiempo busqué la manera de mantener la pastilla debajo de la lengua, para luego escupirla en el inodoro, pero el otro día mi compañero de cuarto se puso de mal genio, porque yo no quería apagar la luz, así que me delató.

Nos llaman locos, pero ¿quién es normal? La verdad no lo sé. Lo único cierto es que lo que me ocurrió fue real.

Antes de que comenzara la pandemia, me enviaron al campo de Rubiales. Allá vivíamos por pares en containers, y la rotación de personal era frecuente. El lugar no tenía nada que ver con los lujos de los campos de Dubái, pero como les dije, la paga era buena y eran condiciones que podía aguantar por dos semanas.

Un día, después de llegar al campamento de uno de mis periodos de descanso, el compañero de container que me asignaron se llamaba Newén Zabaleta. Era un guajiro de piel oscura, que siempre llevaba sombrero, botas texanas y una mochila cruzada sobre el pecho.

Siempre me pregunté, como podía vestirse de esa manera, y no con las botas de caucho y el casco, requeridos por los estándares internacionales. Pero lo que más me intrigaba era la mochila que siempre llevaba atravesada, a la que parecía cuidar con su vida.

Un día decidí preguntarle que cargaba en ella. “Un duende”, ¿quiere verlo?”, respondió.

Me eché a reír y mientras lo hacia le dije: “¿En serio qué es lo que carga?”

Me miro serio y no respondió nada.

Esa noche cuando ya nos íbamos a dormir, Zabaleta estaba recostado en su cama y me estaba dando la espalda. Parecía que sostenía una conversación. “Debe estar hablando con su duende”, pensé.

A la siguiente mañana, antes de ir a mi puesto de trabajo, le pregunté con quien hablaba la noche anterior.

“Ya le dije Zabaleta, estaba hablando con mi duende, él me dice en quien debo confiar y en quien no”, respondió, y me pareció ver rastros de locura en su mirada.

Me asusté, así que antes de comenzar la jornada laboral, me fui a hablar con el supervisor del campo, para pedirle un cambio de container.

“Señor Cáceres, cómo está? Quería pedirle un favor: me puede cambiar de container?

“Le puedo preguntar por qué Alzate?

“Es que no me siento a gusto con Zabaleta señor”.

“Con quién?”.

“Con mi actual compañero de cuarto”.

“Alzate, deje de hablar pendejadas, usted lleva más de un mes solo en ese container.”