jueves, 4 de agosto de 2022

De taxistas, Uber, citas médicas, chocolate y otras cosas

Son más de las cinco y salgo de una cita médica. Pienso que debería tomar un Uber, es decir un Cabify, pues tengo una pelea cazada con la primera plataforma, que insiste en cobrarme 3000 pesos que no les debo y que sí o sí se los debo pagar con mi tarjeta de crédito. “qué se los pague su madre”, pienso, ¿cuál?, la de alguno de los dueños.

Está claro que mi pataleta no ha producido ningún impacto en las finanzas del gigante tecnológico, pero bueno, me iré a la tumba con mi supuesta deuda, en fin.

Cruzo la avenida y le saco la mano a un taxi que por alguna extraña alineación de planetas o porque me van a hacer el paseo millonario, pasa desocupado. Apenas me subo, le doy la dirección al conductor y me pongo a mirar por la ventana, a darle vueltas a una pregunta sin respuesta:

¿tendrá algún sentido la vida o no es más que un absurdo ni el berraco?

La consigna es no hacer contacto visual para no entrar en conversa con el taxista. Imagino que soy parte de un comando secreto y el líder de mi escuadrón me dice, al auricular que tengo implantado en mi oreja derecha, “Do not engage soldier”. Le hago caso.

Hay trancón, hace sol y miro por la ventana, analizando la pregunta que me hago por diferentes ángulos, pero todos dan a callejones sin salida, a cul-de-sacs pintorescos. Cuando me encuentro en esas, el conductor rompe el equilibrio del ambiente. Como busca alguna forma para hablar arranca suave, y como de la nada dice:

“Ahora mucha gente está saliendo del país”. Y Deja la frase flotando en el aire. Es obvio que espera una respuesta. Eso me dicen sus ojos por el retrovisor. I repeat do not engage!

“Ahh si ¿y cómo lo sabe?”, le respondo.

“Pues he escuchado muchas conversaciones de gente que he transportado. Por ejemplo, el otro día llevé a un man al aeropuerto que se iba con la hija a Europa y hablaba por teléfono y decía que él iba a abrir un préstamo y lo pagaba desde allá”.

“Por eso el dólar ha subido tanto".

Subo las cejas en modo de pregunta.

"Pues sí, a mayor demanda sube el precio”, dice con propiedad.

“Ahh ya”, le respondo.

“Vuelvo a mirar por la ventana. El líder mi escuadrón no ha vuelto a hablar, seguro ya cortó la comunicación conmigo.

Como si se hubiera enterado de eso, el taxista ataca de nuevo:

“¿Y qué, saliendo del trabajo?”

Me toma por sorpresa, así que tardo unos segundos en comprender que me está hablando de nuevo. Le respondo con un tímido: “Sí”

“ ¿Y trabaja ahí en el hospital?”

Amigo, pero ¿cuál es la gana de conocer mi vida al detalle?

Reconozco que tal vez solo quiera hablar, que andar al volante todo el día metido en trancones, aguantándose los putazos y la rabia de los demás conductores no debe ser placentero, y que una forma de terapia es conversar con los pasajeros, pero hoy, por alguna razón no tengo ganas de hacerlo, tal vez porque estoy en modo trascendental.

Sé que es una mamera, pero yo no me esfuerzo por estar así, sino que simplemente es un estado que llega y se instala como si nada. La verdad, si ustedes me lo preguntan, prefiero el estado bobada, o el estado vale huevismo puro.

“Por el sector”, le respondo. Mentira número 1.

Otra vez miro por la ventana, es mi única salvación. Fijar la mirada en los otros carros, en las fachadas de los edificios que vamos dejando atrás, en las personas que ocupan por un segundo mi campo visual, pero ya todo está perdido.

“y en qué sector o industria?"

“Diseño”. Mentira número 2.

"Diseño.  Ahhh ya"

Ahora fijo me sale con algo del estilo: Mi esposa es diseñadora, o alguna vaina así y  ¿ahí qué?, igual estoy listo a inventar cualquier respuesta elaborada con la palabra Photoshop o Illustrator, pero el taxista no hace más preguntas.

A pocas cuadras de la casa suena una canción de salsa conocida, pero se inventa el coro y la canta a todo pulmón. Por un segundo pienso decirle que la letra no es así, pero ¿para qué? Se le ve feliz.

Cuando me bajo decido comprarme una dona de chocomaní para bajarle a la pensadera.

El chocolate como terapía de vida.