Hace poco me vi Happy End, una película que es al revés, es decir en la que se narra una historia reproduciendo la cinta en reversa.
La historia normal, es decir, la que veríamos si se reprodujera la cinta de forma habitual, trata sobre un asesinato pasional. La otra, la que magistralmente se cuenta en reversa, se le acomoda una narración de principio a fin, o bien de final a principio, con un final feliz.
¿Qué tal si no existieran el principio y el final? ¿O mejor aún, que fueran simplemente otras de nuestras tantas invenciones fantásticas como el tiempo, los pecados y otro montón de conceptos que rigen nuestras vidas?
Imaginemos entonces, por lo menos por un segundo o lo que se demore usted, estimado lector, leyendo estás palabras, que nada tiene un principio ni fin, que los eventos no van de ningún lado a otro, que simplemente estamos ahí, y ya, que habitamos un espacio físico y en el tiempo, sin estar en la obligación de lograr un objetivo, alcanzar una meta o llegar a algún lado.
Sé que es difícil porque vivimos habituados a iniciar y finalizar, a empezar una frase en el lado izquierdo de la página y concluirla en su lado derecho, pero ¿qué tal que no sea necesario que las cosas sean así? de pronto en el desapego de ese paradigma, nos aguarda un final feliz.
Ahora bien, si considera muy extraña esta teoría, le propongo el siguiente ejercicio, ¿Qué tal si toma un acontecimiento pasado de su vida que no terminó como usted quería y se lo cuenta de final a principio, acomodándole una narrativa que lo haga sentir bien?