martes, 30 de enero de 2018

Sorbos

Deciden entrar al lugar. La música, son cubano, suena muy fuerte. Las mesas y sillas del lugar están ahí, al parecer, sin cumplir ningún fin estético o simétrico, como si alguien las hubiera batido entre sus manos y luego lanzado como un par de dados.

El grupo se sienta en una de las mesas y todos sus integrantes ordenan cerveza, el trago que predomina en el lugar; varias botellas vacías de esta bebida reposan enfrente de los otros clientes.

Una vez se sientan, los amigos no hablan, igual es casi imposible hacerlo con el nivel al que suena la música. Les dan sorbos a sus botellas y, de vez en cuando, intentan decirse algo con miradas y sonrisas cómplices.

Les gusta haber llegado a ese acuerdo tácito. Cada uno rumie sus pensamientos, recuerdos o planes a futuro, convencidos de que a veces es bueno estar acompañados y solos al mismo tiempo.


“Las lágrimas no curan heridas, opino que no se debe llorar”canta Roberto Roena en su Guaguancó Del Adiós, pero es difícil precisar por qué lloramos.


“Derramar lágrimas” define la RAE la acción de llorar, de nuevo se limpian las manos. Lo mismo ocurre con llorar: “Cada una de las gotas que segrega la glándula lagrimal”, aunque todos sabemos que llorar implica mucho más que eso. El artista, igual que los de la RAE, se lava las manos al decir que solo opina, en fin.

En la mesa de enfrente un hombre y una mujer beben, cerveza por supuesto, y el primero le da de comer en la boca a su pareja, cita o quien quiera que sea, papitas a la francesa. La mujer se las acepta con desgano, y cada cierto tiempo comienza a mover su tronco de atrás hacia adelante y aplaude intentando llevar el ritmo de la canción a golpe de clave, y alterna sus movimientos con largos sorbos que le da a su cerveza. 

Más atrás, en una de las mesas contra la pared una mujer está sola. Inspecciona el lugar con su mirada y lo único que mueve son sus manos que no paran de revisar el celular, y que también le sirven para llevar el pico de una botella a la boca. Tiene un vestido corto con un estampado naranja de flores y varios tatuajes que más bien parecen manchas, pues la tenue luz del lugar no permite precisar qué son. 

Los amigos dan los últimos sorbos a la segunda cerveza de la noche, pagan la cuenta y abandonan el lugar. Apenas pisan los adoquines de la calle empiezan a charlar.