jueves, 27 de julio de 2017

Bus

Sólo quedan dos asientos disponibles: uno al lado de la puerta de entrada y el otro, que da al pasillo y que se ve muy pequeño debido a la cantidad de paquetes que lleva la señora que ocupa la ventana.

Mejor ubicarse en la parte de atrás; cambiar comodidad por posible chichonera (excelente palabra esta) de personas. El timbre del bus es rojo, pero tiene mucha cinta aislante negra a su alrededor como si hubiera experimentado una complicada reparación. “Seguro es de esos que pasan un ligero corrientazo cuando uno timbra” pienso.

Un hombre que lleva el pelo muy corto y cara de “déjeme pasar o lo casco” insiste en pedir paso. “¿Dónde se va a hacer?” pregunto mentalmente. Lo tildo de ladrón y meto la mano en el bolsillo que guardo el celular, a manera de medida de seguridad. Sé que no serviría de nada si llega a sacar un puñal, por ejemplo. Finalmente se sienta en las escaleras de la puerta de salida, saca unos documentos de una carpeta y se pone a estudiarlos en una posición realmente incomoda. Pasa de ser ladron a mensajero.

En la silla de los músicos un hombre con bigote mira por la ventana con cara entre triste y aburrida, como si la vida no tuviera sentido; a su lado una mujer morena, con el pelo convertido en diminutas trenzas, dormita y su cuerpo se mueve aleatoriamente de un lado para el otro al ritmo de los huecos.

Una pareja se abraza en una esquina, y aprovecha que el semáforo está en verde para besarse apasionadamente. En ese momento suena When the levee breaks, que no tiene nada que ver con la escena pero aplica perfecto cómo música de fondo.

Un hombre se estaciona justo al lado con una maleta en la que, al parecer, lleva un bloque de cemento. La descarga sobre su hombro izquierdo y pretende ocupar el mismo espacio que ocupa el mío. No me muevo, es más, empujo un poco para recuperar el espacio violado. Me parece que el hombre me mira de reojo, pero sólo debe ser mi imaginación; no creo que se percate de mi pequeña trifulca silenciosa.

Una mujer se sube por la puerta de atrás e inmediatamente pierdo la mirada en el techo. Saca un billete de $2000 y lo envía hacia adelante en ese acto de fe de cancelar el pasaje a distancia. La cadena humana, como siempre, se activa automáticamente y funciona de maravilla . Al rato le llegan las vueltas convertidas en monedas.

Timbro y no me pasa corriente. Me bajo.