Le atribuye la gripa que le dio a su hermana en pleno viaje a la diferencia horaria. Ahora ella guarda cama y él se aventura por la Via Ardea, una avenida amplia con un gran separador y 2 carriles en ambos sentidos.
Su misión es comprar un té caliente y unos limones, Limone, acaba de buscar la traducción, para atender a la enferma. . Lleva la cuenta de las calles que ha cruzado, pues está seguro que una enferma y un extraviado es una combinación peligrosa para un viaje.
Camina por un sector comercial con tiendas de diseñador en ambas aceras. Toda la ropa elegante posible, pero ningún atisbo de una tiendita de frutas. Está listo para cargar el acento en la segunda sílaba de limone y gesticular con las manos como los locales, al encontrarla.
Cansado, voltea a la izquierda y toma la Via Lavino, una callesita más bien parca, que contrasta con la majestuosidad de la otra avenida. Justo en la esquina del cruce con la Appia Nuova, encuentra la única tienda en todo el trayecto. Entra, a lo que más bien es una droguería, sin ningún limone a la vista.
Es primavera, hace calor y en el cielo no hay ni una sola nube, así que decide pedir una cerveza. ¡Birra! Se le aparece la palabreja en la cabeza. Con toda la propiedad del caso la pronuncia, y el tendero le responde “piccolo o grande”. No tiene pierde, piensa sobre lo fácil que resulta hacerse entender en italiano. Tal vez, luego de tomarse la birra y con algo más de suerte, encuentre el tan anhelado limone que busca. “Piccolo”, responde finalmente.
Se sienta en la terraza del establecimiento. La silla y mesa son de metal y reflejan los rayos del sol, al tiempo que una ligera brisa termina de componer el momento. Al sentarse acomoda los pies sobre otra silla y se toma la cerveza despacio. A dos sorbos de acabarla, el tendero sale, pronuncia una ráfaga de palabras al tiempo que gesticula airadamente. Le es fácil entender que el hombre está de mal genio en italiano, al parecer, otro nivel de ira. Cae en cuenta que lo que le molesta son sus pies sobre la silla. En un movimiento sincronizado los baja, y se acaba la cerveza de un sorbo. “Grazie” dice y sale pitado del lugar.
De vuelta, a pocas cuadras del hotel, se cruza con un restaurante chino o japonés. “los asiáticos toman té, ¿cierto?” piensa, mientras entra al local armado con sus seis palabras en italiano: birra, limone piccolo, grande y grazie. También se sabe testa por los partidos de fútbol que ha visto de la liga italiana, pero considera que no aplica para la ocasión. Intenta pedir un té caliente de la mejor forma que se le ocurre, pero la dependienta, una mujer de ojos rasgados “con poca testa”, la juzga, no comprende nada de lo que dice.