jueves, 10 de febrero de 2022

Huevadas

“A mí no me vengan con huevadas”, piensa Horacio Martínez.

Lo hace sentado en la banca de un parque, mientras observa a un niño de pelo negro y crespo, con un balde y una pala de color rojo en sus manos. que juega en una arenera.

Martínez le da una calada a un cigarrillo que está a punto de consumirse por completo y que sujeta entre su dedo gordo y el índice.

Cuando se va a abstraer por completo, mirando los coches que pasan por la avenida, vuelve a encarrilarse en su tren de pensamiento: “Todos improvisamos, nadie tiene claro nada y quién diga lo contrario está mintiendo.”, concluye respecto a las huevadas.

Ahora parece que el niño intenta construir la torre de un castillo, pero cuando retira sus manos la estructura se derrumba.

“Claro —piensa ahora—, la vida es bien cabrona desde que somos pequeños”.

Tose y el niño voltea a mirarlo. Le sostiene la mirada por un momento, y luego vuelve a la construcción de su castillo que ahora está en ruinas.

Martínez continúa con su arenga interna.

 Imagina que tiene una multitud enfrente que vitorea cada una de sus frases.

“Todos, nadie se salva, como cualquier sistema GPS, nos la pasamos recalculando nuestra ruta, mientras tratamos de entender por qué ocurre lo que nos ocurre”.

Unos creen en eso de la buena y la mala suerte, y que lo que les pasa se debe a la una o la otra; otros se la pasan en busca de señales: el clima, una llamada, un pálpito, en fin, lo que sea, que les indique que deben tomar acción.

Su público imaginario aplaude, y mientras espera a que termine la ovación, Martínez se pone de pie y abandona el parque. Cuando llega al andén continua con su discurso:

“Muy pocos entienden que nada tiene sentido y que solo existen hechos descarnados del significado que nos empeñamos en darles.

Y ahí, metido en su mente, se baja de la tarima. Ya debe entrar al trabajo.