viernes, 18 de enero de 2019

Amigos fugaces

Un amigo, desde que lo conozco, siempre ha tenido novia o ha estado saliendo con alguien. Los pocos periodos que andaba solo parecía querer devorar el mundo, como si supiera que se iba a morir; siempre tenía algún plan y salía bastante. 

Varias noches, después de haber estado con un grupo de personas, y cuando el plan entraba en su recta final, siempre buscaba donde seguirla, hacer algo, lo que fuera, para prolongar la sensación de fiesta. 

Algunas veces conseguía quórum para sus andanzas nocturnas, y otras veces no convencía a nadie con sus propuestas.

Cuando eso pasaba, a mí amigo no le importaba irse solo en busca de plan. Me cuenta que, en ese entonces, siempre terminaba en esos bares que tenía esa figura de “club” o algo así, y que cerraban al amanecer. En esas noches de borrachín solitario, mi amigo conocía amigos fugaces, con los que compartía algunas horas y copas. “Hermano, lo que pasaba es que en esos sitios toda la gente llegaba de otras rumbas y ya estaba muy borracha, y por eso era fácil unirse a cualquier grupo", cuenta. 

Hace unos días tome un carro y, por alguna razón, la dirección de la casa de una amiga, aparece acompañada por la palabra Villavicencio en el mapa. 

Unas cuadras después de haber comenzado el viaje, el conductor me habló y se encontró con la respuesta de ese yo conversador que a veces me habita. Nos enredamos en una conversación desordenada, que saltaba de un tema a otro sin concluir ninguno. 

“Yo pensé que me había salido un viaje a Villavicencio”, me dijo luego de una pausa en la conversación. 
“ ¿Habría arrancado?, le pregunté”. 
“Uff, claro”. 

Me contó que tiene una casa allá y que va cada 15 días. Utilicé un comentario comodín para decir algo sobre el clima de ese lugar, en comparación con el frío que hace en Bogotá. Ahí murió ese tema y cambiamos a otro. 

Cuando llegamos a mi destino, y luego de despedirme, el yo conversador, un ser aparentemente alegre y compinche, irrumpió de nuevo y me obligo a decir algo como “Luego cuadramos para ir a Villavicencio”. 
“¿Qué?”, respondió. Repetí la frase. 
“Claro hermano, venga, páseme su celular y cuando vaya a arrancar para allá lo llamó” 
“Hasta luego hombre, que le vaya bien.”