martes, 3 de abril de 2018

El japonés

Mi padre estudió el colegio en un internado. Cuenta que, en sus últimos años de estudio en ese lugar, hubo una fiebre por el ajedrez entre los alumnos. El aprendió a jugarlo, y cada vez que iba de visita a la casa le preguntaba a mi abuelo que si quería jugar. 

La primera vez, el abuelo le dijo que si y, al considerarlo un rival inferior, le cedió las dos torres. A pesar de la supuesta ventaja, mi padre perdió la partida. 

Mi papá no perdió el interés por el ajedrez, y se hizo amigo de otro estudiante que era muy bueno. Juntos conformaron una dupla de juego y se batían ante los mejores jugadores del colegio, incluidos profesores. Su amigo era el encargado de llevar la partida, y mi padre lo aconsejaba, según él, cuando iba a cometer una bestialidad. 

Después de esa alianza, las veces que mi padre le pidió al abuelo que jugaran, este nunca le volvió a dar ningún tipo de ventaja. 

Tiempo después, en su colegio, apareció el japonés. Lo llamaban así porque tenía los ojos achinados. Al japonés también le gustaba jugar ajedrez y andaba de arriba a abajo por el colegio con un set del juego debajo del brazo, desafiando a todo aquel que se le cruzara en el camino. 

Un día mi padre se lo encontró subiendo unas escaleras mientras él bajaba. El japonés lo abordo: 

“Mono, ¿usted sabe jugar ajedrez?” 
Pues sé mover las fichas” 
“Venga le doy su mate”, le dijo el japonés. 

Se sentaron en las mismas escaleras y el japonés abrió un estuché que contenía las fichas y que, a la vez, se convertía en tablero. 

Con los primeros movimientos que hizo el japonés, mi padre se dio cuenta que su rival hablaba más de lo que en verdad jugaba, y fue llevando la partida tranquilo, hasta que le hizo un jaque doble con un caballo. 

Por la disposición de las fichas sobre el tablero, el jaque era muy obvio, pero el japonés actuó como si nada y cuando iba a mover un alfil, mi padre le dijo. “Un momento maestro, su anciano está en Jaque”. 

“¡Pero usted no dijo la palabra jaque! Exclamó el japonés y, muerto de la ira, le lanzó un puño a mi padre, que él, con la habilidad de un jugador experimentado de ajedrez, esquivo y aterrizó en su clavícula.