Se supone que queremos ser libres, no depender de nadie ni de nada, no tener jefes, liberarnos de todas las normas y presiones sociales y hacer lo que se nos de la gana.
Esa es una mentiras en la que, de vez en cuando, nos gusta creer, porque la libertad absoluta es una utopía y siempre nuestra conducta va a estar moldeada, en mayor o menor escala, por la sociedad y sus extraños imaginarios que proponen diferentes códigos de conducta.
Esto es algo que se presenta en cualquier escenario de nuestras vidas, el trabajo, la familia, las reuniones sociales, etc. Uno de los lugares donde se presentaba esto era el antiguo transporte urbano.
Es imposible saber cómo se crean códigos de conducta como ese de no sentarse inmediatamente en la silla cuando una persona se levanta. La razón primordial era el asco de que la silla estuviera caliente, algo que resulta obvio pues nuestro cuerpo desprende calor. Pero sin saber si era perjudicial, que realmente no creo, o no, los usuarios del transporte público se apropiaron de ese código de conducta.
Otro, y tal vez el mejor código de conducta, era el de pasar el dinero de la persona que se subía por la puerta de atrás. El funcionamiento de esa cadena humana, en un principio, no parece más que un favor, pero lo que siempre me intrigoó fue ver la segunda etapa del proceso, en el que las personas devolvían las vueltas; aunque debo confesar que a mí una vez me robaron 100 pesos.
Hay códigos de conducta de distintos calibres, y es nuestra tarea mirar cuales adoptamos sin comprometer nuestra esencia y/o caminao'.