Leo un libro que profundiza sobre las historias y que, básicamente, intenta responder a la pegunta ¿Qué son y cómo se pueden identificar?, y a todas las que se derivan de ese cuestionamiento.
En un capítulo habla sobre los sueños y como estos también son intentos en los que nuestro cerebro intenta forzar una narrativa, a partir de la “basura” que almacenamos en él y que, prácticamente, representan el caos diario de nuestras vidas.
Dice el autor que si los sueños tienen que ver con el descanso, deberían ser apacibles, tranquilizantes y divertidos; en cambio son todo lo contrario, y la mayoría de veces están cargados de angustia, con situaciones de vida o muerte o de peligro inminente; en definitiva que predominan en ellos los problemas y el conflicto, la fuente primaria de las historias.
Los sueños más típicos consisten, menciona el escritor basándose en estudios, en ser atacados, perseguidos, o en hundirse; caer desde grandes alturas, estar perdidos o atrapados; estar desnudos en público, lastimarnos, en morir o encontramos en medio de un desastre natural.
Muy pocas veces son las que sentimos algo placentero cuando soñamos, y casi siempre esas historias, locas y extrañas, se relacionan con sentimientos de ira, miedo y tristeza.
¿Y qué con los sueños húmedos, por ejemplo?, se preguntarán ustedes, y sí, a veces soñamos con eventos que nos hacen sentir bien como volar como un pájaro o tener sexo, pero esos sueños, digamos, “felices”, menciona el autor, ocurren rara vez: Las personas únicamente vuelan en uno de cada 200 sueños, y el contenido erótico únicamente hace presencia en 10, y cuando el sexo es el tema principal, rara vez consisten en un paraíso hedonista, y más bien están cargados de ansiedad, duda y arrepentimiento.
Ayer soñé algo que creo que puede catalogarse como un sueño feliz; no tenía nada que ver con sexo, pero involucraba a una mujer, pero la verdad no recuerdo de qué trataba o cuál era mi papel en él.