martes, 11 de agosto de 2020

La guerra

Dormir. Sueños con imágenes confusas y situaciones surreales. Suena la alarma. Presiona los botones del radio unas 100 veces, hasta que el aparato deja de sonar. Se levanta, se ducha: agua caliente y al final un chorro de agua fría, entre más fuertes los contrastes mucho mejor. ¿De qué?, de la vida, supone. Luego una tostada y un café, ¿Se le puede llamar a eso desayuno? Él cree que sí. 

Mientras le da un sorbo a la bebida, le pone atención a lo que dice el locutor en la radio que, Alejandra, su esposa, tiene encima del comedor de la cocina. Es un radio blanco y viejo, que él trata con cuidado porque tiene pinta de que se va a estropear en cualquier momento. 

Le parece que, en vez de noticias, el periodista está dando un reporte de guerra: Asesinatos  aquí y allá, inseguridad en sectores que intenta ubicar por el nombre, en el precario mapa mental de la ciudad que lleva en su mente, pero no lo logra y al final los imagina en cualquier lugar. 

El sonido que produce la tostada cuando la muerde, lo aleja de la narración del locutor y le hace centrar su atención en el sabor de la mezcla de la mantequilla y mermelada. Mastica y mastica y trata de no pensar en nada. El desayuno como un refugio del mundo hostil que lo espera afuera, apenas cruce la puerta de su casa. Juega, digamos, a ser sordo. 

Cuando termina, se pone de pie y agarra su guitarra, le da un beso apasionado a su esposa, como si fuera a partir hacia la guerra. Piensa que así deberían ser todas las despedidas, pues ¿cómo saber que vamos a ver de nuevo a nuestros seres queridos, luego de decirles adiós? 

Pasará el día subiéndose a buses repletos, manejando la hostilidad de los pasajeros que no quieren que les vendan ni canten nada, sino solo mirar por la ventana hasta que su recorrido acabe. Algunos le darán un par de monedas y, en el mejor de los casos, quizás un billete.

Pasará el día disparando su música.