La cajera de una cafetería habla con un guardia de seguridad. Le cuenta que su mamá, la de ella, no le ha dicho bien qué fue lo que paso; que en la audiencia de su hermano estaba muy afectada y que lo único que hizo fue llorar y llorar.
“¿Será que si escuchó bien?”, le pregunta el hombre. “No sé”, responde la mujer, “es que ni siquiera a los violadores los condenan por tantos años”
“Pues por ese delito”, le contesta el hombre en un tono paternalista, “lo máximo son 4 años”
“No sé, ella me dijo que lo sentenciaron a 12, ¿será que escuchó mal?”
“Además esas condenas no las dan en años, sino en meses: 200 meses, tantos meses y así”, concluye el hombre.
Cambian de tema rápido, y comienzan a hablar de otra condena que la mujer tiene, al parecer, en proceso. Ella comienza a contarle al hombre, sobre una pelea que tuvo con su pareja el fin de semana pasado:
“Pues imagínese que llegó súper tarde. Apenas entró, dijo que iba a salir, y yo lo confronté de una, le pregunté que qué le pasaba, que por qué estaba actuando tan raro y que me dijera qué quería conmigo, mejor dicho, qué era lo que esperaba de nuestra relación.”
“Yo ya sé que conoció a otra vieja, y le pregunté: ¿Con quién se anda viendo?, pero se quedó callado y al final me respondió: “Si me va a molestar mejor me voy, y agarró las llaves de la moto y el casco, pero yo le dije que si iba a salir, que se fuera en bus o Transmilenio y que dejara la moto. Al final tiró el casco sobre la cama y me dijo que no lo esperará, que se iba a quedar donde la mamá”. Fijo se fue en la moto.
“Qué inmaduro es” agrega su interlocutor pisando las palabras de la mujer.
“Si. duramos unos días sin hablarnos y al final me llamó para decirme que, si lo nuestro debía terminar pues debía terminar, pero que de todos modos yo nunca iba a saber todo lo que me había querido. Que qué lástima que las cosas hubieran acabado de esa manera Desde ese día no nos hemos vuelto a hablar.”