Saltar resulta ser una de las
cosas más sencillas de hacer en la vida; pero casi siempre lo hacemos cuando sabemos en donde vamos a caer.
Obviamente hay saltos de saltos, como los de los clavadistas profesionales, por
ejemplo, que parecen muy complicados, y que estos los hacen ver como un
ejercicio supremamente fundamental, como si saltar de esa forma fuera innato.
Yo quiero aprender a saltar sin
necesidad de tener un piso por delante, haga de cuenta como lo hizo indiana Jones, uno de mis héroes
de infancia, cuando en la búsqueda del
grial, realizó ese acto de fe de dar un paso hacia el vacío.
A la larga de eso se trata lo que
de verdad significa saltar, dejar el miedo atrás y arriesgarse a entrar en un terreno donde reina la incertidumbre. Los que tienen este fino arte desarrollado al
máximo, saben cuál es el momento preciso en el que deben saltar y a veces no se
golpean tan duro cuando aterrizan, pero la verdad eso es una utopía, pues si usted salta
mínimo las plantas de sus pies van a sufrir el impacto de la caída o más bien,
el asentamiento en la tierra.
Volviendo al punto de los
clavadistas, estos saben cual es el momento preciso para saltar y no golpearse
la cabeza contra el trampolín, el cual vendría siendo el cambio, porque
dígame ¿no es un acto de fe saltar desde
un trampolín a gran altura, aun sabiendo que hay agua esperándolo abajo?
Así que expertos o no,
clavadistas o no, todos debemos empezar a saltar; de eso se trata la vida, ¿no cree estimado lector?.