martes, 12 de diciembre de 2023

Una voz en la cabeza

Ese miércoles Carlos miraba distraído por la ventana. “La ciudad está triste”, pensó. Era una fría mañana de Abril y el cielo con estaba abarrotado de nubes negras, que parecían a punto de explotar. Una lluvia ligera pero constante cubría a la ciudad, y la ventana estaba cubierta de miles de gotas. Le presto atención a una. Le asombraba ver cómo se deslizaba por la ventana como escogiendo su propio camino.

En cierto punto, la gota se detuvo un instante, como pensando si debía torcer hacia la derecha o izquierda, hasta que la gravedad decidió su camino y siguió escurriendo por el vidrio.

La reunión se llevaba a cabo en una sala pequeña. 12 personas estaban empacadas en ella hombro contra hombro. La mayoría parecían perdidas en sus propios pensamientos o dilemas internos, y solo dejaban ese estado distraído si oían mencionar su nombre. Cuando eso ocurría, la persona se acomodaba en la silla, miraba a los otros de forma seria, y para ganar algo de tiempo y pensar qué decir, le daba un sorbo a un vaso de agua o miraba sus notas que, probablemente, estaban llenas de garabatos en los bordes.

Cuando Violeta comenzó a hablar, Carlos perdió todo interés en la gota de agua, no solo por escuchar su voz, sino porque ya no sabía si le seguía el rastro a la gota que había seleccionado desde un principio. Volteó su cuerpo hacia ella para apreciarla mejor. Le gustaba su voz, su larga y negra cabellera, sus facciones angulosas, pero delicadas, los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía y el pequeño lunar de su mentón, que parecía el punto final de una frase. Para él su voz era música, como una de esas melodías que no te puedes sacar de la cabeza.

“Gracias por contarnos sobre el estado del proyecto señorita Vásquez” dijo Claude cuando Violeta terminó de hablar.

Apenas oyó su voz, el estado de ánimo de Carlos se oscureció como el cielo de esa mañana. Odia a ese idiota porque le ganó el concurso para la posición de Gerente de mercadeo, cuando todos sabían que tenía menos experiencia que él. Los rumores dicen que Claude es un pariente lejano del dueño de la empresa, un millonario francés que nunca ha visitado las oficinas de Bogotá.

“Maldito idiota”, pensó Carlos y una vena en la frente se le brotó. Para calmar su ira, intentó concentrarse de nuevo en las gotas que se deslizaban por la ventana. Al ver que no surtían ningún efecto bebió un sorbo largo de agua y tomo una, dos, tres veces aire, para luego expulsarlolentamente, tal como su terapeuta le había recomendado. 

Tienes que hacerte cargo de ese imbécil, le dijo una voz en su cabeza.