lunes, 27 de enero de 2020

Dolor de cabeza

Son las 10 de la noche pasadas y un dolor  me comienza a martillar el costado izquierdo de la cabeza. Ayer me paso lo mismo, me tomé una pastilla, me metí al baño, me senté en la tasa y me puse a echar globos sobre la vida hasta que el dolor la abandonó. El baño como útero materno. 


Creo que la forma de tratarlo, es evitar recostarme en la cama, así que tomo otra pastilla y decido prepararme un té. Esta vez me siento en la sala con las luces apagadas. La cortina está arriba y las luces que alcanzan a llegar de la calle producen sombras alargadas, que a veces se mueven en cámara lenta, de los objetos. Le doy pequeños sorbos a la bebida.



Intento absorberlo todo, pero estoy seguro que hay cosas que se me pasan, cosas importantes que podrían cambiar el rumbo de mi vida y que no alcanzo a percibir. Hay poco ruido y alcanzo a escuchar mi respiración, un ambiente perfecto para experimentar tristeza o nostalgia, pero en cambio la sensación es de paz con la vida, con el mundo, con la cabeza y sus dolores, que se acabe todo si es el caso. 

Hoy los perros del edificio de parqueaderos están callados, tal vez muertos, porque siempre ladran y chillan desesperados, como si los estuvieran torturando. En otro edificio solo un apartamento tiene una luz prendida, es una ventana rectangular en posición vertical de la que sale una luz amarilla; quizá  se está tragando todo el ruido. 

Vuelvo a mi cabeza, el dolor ya mermó, pero se resiste a irse del todo y da unos latigazos espontáneos de despedida. Volteo a mirar a la derecha y la cerradura de la puerta que da a la calle brilla en medio de la oscuridad. 

Le doy otro sorbo al té, ya está frío, y vuelvo a la cabeza. Ya no hay dolor, solo oscuridad y silencio. Me voy a la cama.