martes, 31 de agosto de 2021

La pistola en el cajón

Me gusta leer para pasar un buen rato, no para evadir la realidad, sino para deshabilitarla por un tiempo pues, con los absurdos que nos propone a diario, ya sabemos que supera a la ficción.

Ya les conté en esta entrada que me gustan mucho los diarios de los escritores por su crudeza, y porque son piezas donde los autores se esfuerzan en contar, sin necesidad de estar ligados a una estructura narrativa o trama.

También hay ocasiones en las que me gusta leer para cuestionarme, para enredarme un poco la cabeza con nuevos interrogantes.

"Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro; hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio", dice Irene Vallejo y no puedo estar más de acuerdo.

Me gusta la sinceridad de esos libros que causan incomodidad, porque evidencian que el autor no se quería guardar nada, que, de forma simbólica, quería morir en o con el escrito.

Creo que los diarios de Sándor Márai son de ese tipo.

El escritor narra sus últimos años de vida y su deterioro físico. Después de que Lola, su esposa, muere. Luego de haber pasado 62 años juntos, el escritor comienza a contemplar la idea del suicidio.

“¿La echo de menos? Tanto como echaría
de menos el aire. Me la evocan las palabras, los objetos, todo.
Incluso al aire le falta algo.”

“Durante sesenta y dos años todo se lo he leído primero a ella, 
todos los escritos. Ya no tengo a quién hacerlo. La expresión escrita 
ha perdido todo atractivo para mí. Si ella se va, debo seguirla 
sin algaradas, sin hacer ruido."

Cuenta que un día va a reclamar una pistola, y que el vendedor se la entrega empacada con esmero, junto con 50 balas. Márai le indica que no va necesitar tantas, pero el dependiente se encoge de hombros y contesta: “eso nunca se sabe”.

Luego, en un viaje que hace a donde unos amigos, dice que le conforta pensar en el revolver que tiene en el cajón de la mesita de noche, y que su pensamiento no es producto de la desesperanza, sino que es la única forma de huir de su situación, pue no concibe la idea de no tener control alguno de su cuerpo.

En otro aparte se pregunta: “Si el deterioro de mi ojo avanza a este ritmo, ¿seré capaz de encontrar la pistola en el cajón?”

“He dejado el revólver en el cajón de la mesita de noche para 
tenerlo a mano si llega el momento en que desee morir. 
Aunque cabe la posibilidad que al final ocurra de otra manera. 
Todo es siempre de otra manera.”

lunes, 30 de agosto de 2021

99 emails

Llevo media hora mirando la pantalla, y no se me ocurre nada. Dicho estado, al parecer, convierte mi cabeza en un territorio minado por la duda, en un remolino de autorreproches y preguntas existenciales que no tienen respuesta alguna.

Busco refugio en la carpeta de spam de mi email. Tiene 99 mensajes.

A veces ingreso esa carpeta, porque fantaseo con la idea de que si no la reviso, me voy a perder un mail que me va a cambiar la vida. Qué se yo, un productor de cine se topó con uno de mis cuentos y lo quiere hacer una adaptación para llevarlo a la pantalla grande.

Esos números que están como al filo del abismo de la siguiente escala numérica causan intriga. Imagino que esa es una de las razones por las que algo que cuesta 9,99 dólares nos llama la atención, en fin.

Mi fantasía me hace entrar en esa carpeta, para ver si, en efecto, por fin me voy a encontrar ese mensaje que llevo esperando desde hace tiempo, ese mensaje que me va a cambiar la vida; porque uno siempre quiere ser otro o que la buena suerte, en cualquiera de sus presentaciones: fama, billete o fortuna, lo encuentre  porque sí, solo por el mero hecho de creer ser buena persona, de existir.

Ya en la carpeta comienzo a darle scroll down como si mi vida dependiera de ello. Y cuando llego al final del down, le doy scroll up. Repito la operación un par de veces.

Cuando estoy a punto de abandonar la carpeta, el asunto de Un email capta mi atención. Morgan, me pregunta: Can I tell you a secret, Juan?

No veo la necesidad para tanto secretismo si se trata de anunciar la buena fortuna, además que solo me pertenece a mí.

Me reclino en la silla y pongo las manos detrás de la cabeza, mientras me imagino en un evento en el que doy entrevistas cada dos pasos, mientras los flashes de las cámaras alumbran mi cara.

A veces sonrío y otras decido adoptar una expresión seria, como para que las personas se pregunten: “En qué estará pensando?”.

Abro el email que me va a llevar a la cima del mundo.

Me llevo una gran decepción porque Morgan, como muchos otros en internet no me quiere dar ninguna sorpresa, ni transformar mi vida de la noche a la mañana, sino que quiere venderme una formación para diseñar cursos digitales.

Tanto misterio para nada.

Me devuelvo. Borro todos los mensajes de la bandeja de spam y me río de mi estúpida fantasía, pero sé que en el fondo sigo esperando ese mensaje que lo va a cambiar todo.

jueves, 26 de agosto de 2021

Fuego

Me salió un fuego  a la derecha del labio superior. A cada rato me paso la lengua por encima de él para ver si, como por arte de magia, desapareció, pero ahí sigue. 

 Cada vez que lo hago, aparecen en mi cabeza, como en estampida, un conjunto de palabras: fiebre, temperatura, combustión, calor y hielo.  Me imagino que esta última, tan opuesta a las otras, y que aparece por un segundo y luego se derrite; lo hace porque el cerebro siempre anda tras la búsqueda de equilibrio para que no enloquezcamos.

Esas son las palabras principales. A veces otras se les pegan otras, pero no aguantan estar al lado de esas palabras calientes y por eso el grupo, como una manada compacta, termina siendo siempre el mismo.

No sé a qué se deba. Tengo entendido que cuando salen fuegos es porque a uno le da fiebre mientras duerme, porque esa es una característica de los fuegos:  se acuesta uno sin ellos y al día siguiente nos acompaña. Nunca, que yo recuerde. me ha aparecido un fuego en los labios durante el día.

Dicen otros, o los mismos, qué sé yo, que muchas veces ese tipo de accidentes corporales, son producto de cosas que no andan bien en uno a nivel emocional. Fuegos mentales que van quemando nuestros nervios, y la forma que encuentra el organismo para defenderse es somatizarlo de diferentes formas, como un fuego en los labios.

Para tratarlo me eché Sangre de Drago, un producto que conocí gracias a un diseñador con el que trabajé, que vivía cortándose los dedos con un bisturí. Él le tenía tanta devoción a ese producto, que yo creo que lo utilizaba hasta para cocinar.

Desde que el fuego apareció he tratado de identificar algún tipo de angustia o estrés, pero, al parecer, no tengo ninguno, pero uno nunca sabe qué carajos esconde la mente. Ya lo he dicho que todos estamos locos, y que si aún conservamos algo de cordura, es porque ningún evento ha logrado disparar nuestra demencia.

Acabo de pasar, otra vez, la lengua por él y ahí sigue.

Me salió un fuego, eso era todo lo que les quería contar.

Los mantendré informados.

miércoles, 25 de agosto de 2021

Texto cojo

He escrito 5 veces sobre Jacinto Cabezas, que es considerado un escritor de culto por un grupo reducido de personas, y que prefiere andar en el anonimato.

En esta entrada les conté sobre la opinión que dio sobre los rituales para escribir cuando le hicieron una pregunta en un festival literario en Nantes, Francia

En esta otra, hable sobre lo que piensa de la ficción y realidad y lo malinterpretados que, según él, están ambos conceptos.

En esta, la forma en que le gusta explorar los bordes de la existencia en su obra.

Y aquí escribí acerca de sus problemas con la escritura.

La última vez que escribí sobre él, fue en este post donde conté su opinión acerca de días buenos y malos para escribir.

La semana pasada, después de una seguidilla de clics, di con una entrevista que no había leído nunca. Se la hicieron en Praga en 1983, cuando dictó una conferencia sobre el escritor Jaroslav Hašek.

La periodista, una tal Zuzanne Wilkins, le preguntó cómo hacía para lidiar con las críticas que le hacían a sus obras. Antes de contestar, Cabezas le dio un sorbo a una botella de agua, así lo narró Wilkins, cruzo la pierna derecha sobre la otra, aclaró su garganta y dijo:

“En los inicios de mi carrera, defendía mis textos con un fervor enfermizo, podría haber ido hasta la muerte por ellos. Me molestaba que alguien apuntara errores sobre mis obras o diera opiniones determinantes sobre ellas.

Luego, con el tiempo, me di cuenta de que era un desgaste; así que dejaba que la mayoría de críticas me rebotaran, sobre todo las mal intencionadas y que solo pretendían desprestigiarme. En cambio, había otras a las que les prestaba atención, pues eran constructivas y me hacían dar ganas defender mi obra como al principio de mi carrera.

Eso, lo tenía claro, dejaba en evidencia que el texto estaba cojo, pues una narrativa, sólida, compacta, redonda, digamos, y sin ningún tipo de grietas por donde se le escape el significado, no necesita que nadie la defienda."

lunes, 23 de agosto de 2021

Calles y lluvia

Por trabajo tuvimos que viajar a Cartagena por dos semanas. El hotel en el que nos quedamos estaba bien, pero quedaba en la mitad de la nada, a 12 kilómetros de la ciudad.

Un día, por cambios en el programa, lo tuvimos libre. Me inscribí en el lobby del hotel, en el bus que viajaba a la ciudad a las 3 de la tarde. Había quedado de ir con mi jefa, pero a ella le dio pereza y prefirió quedarse en el hotel.

Decidí ir solo. Había llevado un libro “La eterna parranda” de Alberto Salcedo Ramos, pero no había tenido tiempo para leer. Esa iba a ser mi oportunidad para desquitarme.

Ese día no almorcé en el hotel para comer algo en la ciudad. Cuando llegamos, el bus nos dejo cerca de la plaza de Armas.

Arranqué a caminar sin rumbo fijo y con toda la actitud flánerie posible, hasta que di con un restaurante asiático. Vendían sushi y arroces revueltos. Pensé que si pedía sushi iba a quedar con hambre, así que me decidí por un arroz con trozos de langosta.

Estuvo bien, pero fue un gran error, pues en un viaje posterior con mi hermana, visité el mismo restaurante y comí uno de los mejores sushis que he probado en mi vida.

Cuando terminé de almorzar, puse en marcha a mi segunda misión: encontrar un café, para tomarme un capuchino, comerme un postre, y leer como si no hubiera un mañana.

Otra vez empecé a caminar como si estuviera perdido y, a unas 3 cuadras, di con un café pequeño y tranquilo en el que solo había una mujer, de pelo negro crespo y esponjoso, tipeando con rabia en su portátil.

En medio de mi lectura y entre sorbo y sorbo de la bebida el cielo se quebró y cayó un aguacero corto pero sustancioso, como si toda el agua que no había caído en el año, hubiera esperado ese momento para hacerlo.

Las calles se inundaron rápido y yo, por si acaso, me aferré a mi lectura como si fuera un salvavidas.

Abandoné el local pasadas las 6, porque el bus nos iba a recoger en el lugar que nos dejó, a las 7 de la noche.

Preferí estar con anticipación en el lugar pactado, porque mi sentido de orientación suele jugarme malas pasadas. Esa vez no fue así, y llegué 25 minutos antes de tiempo.

Me senté en la terraza de un restaurante, pedí un jugo de piña con mucho hielo, mi bebida favorita cuando visito Cartagena, y me dediqué a perfeccionar el fino y placentero arte de ver pasar la gente, mientras una brisa, a veces tenue, a veces fuerte, me golpeaba la cara.

De fondo, proveniente de los parlantes, de alguno de los locales a mi alrededor, sonaba “Oye cómo va” de Santana.

Me habría podido quedar anclado a esa mesa por el resto de mis días.

domingo, 22 de agosto de 2021

De límites y otras cosas

Leo información para una presentación que debo hacer. Siento una energía extraña, uno de esos estados cargados de positivismo y sé que debo aprovecharlo, pues en cualquier momento se puede esfumar para darle paso a una lluvia de dudas sobre lo que hago.

Mientras reflexiono sobre mi estado, escucho música que viene de un radio, al parecer, de pilas.

Como ya lo he contado nunca publico fotos de atardeceres tomados desde mi ventana porque esta da hacia dos edificios de parqueaderos.

Uno de ellos, el más grande, cuenta con una especie de terraza con árboles. A veces, algunos obreros hacen trabajos en ella, y precisamente hoy hay uno trabajando en algo y tiene su radio a todo volumen.

Me pregunto cuál es el límite de nuestras acciones, y en qué momento entran en conflicto con lo que hagan los demás.

La música que escucha ese hombre me desconcentró y me puso a pensar en esto.

En economía hay una teoría que habla sobre eso, pero ahora no doy con el nombre; en vez de tenerla en la punta de la lengua la tengo en la punta pero  del estómago.

Ahora suena el aventurero, el señor ese que le gustan las altas, las gordas, las chaparritas, en fin, todas.

Le prestó atención a la música por otro rato, hasta que logro concentrarme de nuevo.

Término tarde la presentación y me siento cansado. Luego de meterme a la cama y cerrar los ojos, comienzo a dar vueltas por un rato, mientras que me llegan todo tipo de temas a la cabeza.

Justo en el momento en que presiento que me voy a quedar dormido, el ruido de un taladro que machaca la calle y una sierra que corta quien sabe qué no me dejan hacerlo.

Supongo que arreglan una calle y que los que tienen carro estarán de acuerdo, pues podrán transitar por buenas vías, contrario a los ambientalistas que se sentirán mal, pues tengo entendido que iban a tumbar unos árboles.

Vuelvo y me pregunto, ¿Cuál es el límite de nuestras acciones?

miércoles, 18 de agosto de 2021

Colores, Rayuela y regalos

Son 12 y vienen en un tubo de Cartón paja con una tapa que tiene incorporado un tajalápiz. Me los dieron en una feria de libro para promocionar el Mazda 3 Skyactiv. Eso prueba que en este mundo hipercapitalista, a uno le pueden meter un carro por los ojos cuando lo que se quiere es ver y comprar libros, en fin.

Recuerdo, vagamente, que la mujer que me lo dio era de tez blanca y llevaba una camisa plateada y un pantalón dorado; era un uniforme como espacial. Estaba ubicada en la entrada de un pabellón repartiendo volantes, y si uno le prestaba atención al pequeño discurso que tenía preparado, se llevaba como premio el tubito con los colores; así casi siempre funcionamos, con una recompensa al final.

Justo después, cuando empecé a recorrer el pabellón, me dieron un separador. Era negro y, en letras blancas, tenía una cita de Rayuela:

"Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y 
entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez 
más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, 
se superponen y los cíclopes se miran, respirando
confundidos, las bocas se encuentran y luchan
 tibiamente, mordiéndose los labios, apoyando apenas
la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde
 el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio."

Después de leerlo pensé en dos cosas: que en algún momento de mi vida quiero llegar a escribir algo tan potente y lo otro, que tenía que leer esa Novela.

Me prometí hacerlo ese año, pero al final no lo hice, y esa lectura solo me encontró cuando mi hermana me regalo una versión conmemorativa de la novela, que había comprado por puro capricho, pero que nunca leyó.

Nunca utilicé los colores y siguen con la punta intacta. Si utilice la novela, pero ahora está igual de archivada que los colores.

Uno debería regalar lo que no utiliza, como los libros ya leídos.

martes, 17 de agosto de 2021

5 campanadas de muerte

El reloj cucú está desfasado en 8 minutos. A las 5:08 dio cinco campanadas que van tarde, buscando la horas que les pertenecen o a las que corresponden. No se sabe bien si ellas son dueñas de sonar cuando les de la gana o si dependen de que las horas las reclamen para cumplir con su tarea.

Dicho esto, al parecer el reloj las da porque así está construido su mecanismo: Para cantar las horas cada vez que se cumplen.

Así lo hará hasta que alguien le deje de dar cuerda o se estropee por sí solo.

El reloj astronómico de Praga, una especie de cucú gigante, lleva en esas desde el año 1410.

Los Cucú dan la hora, porque necesitamos saber si tenemos tiempo o no, ¿para qué? Imagino que para lo que sea que queramos hacer antes de que nos visite la muerte.

Queremos atesorar ese intangible de alguna manera. Por eso, una de nuestras frases favoritas, para sentirnos importantes, es poder decirle a alguien: "no tengo tiempo", aunque este se diluya y se nos escape sin que terminemos de comprender qué es, y sin saber si alguna vez lo hemos tenido o no.

Supongo que, de forma inconsciente, queremos saber cuándo vamos a morir, de ahí la obsesión con el tiempo.

Ese extraño deseo es un absurdo, porque usted o yo, estimado lector, podríamos dejar de existir justo después de que yo termine de escribir esta entrada.

Qué se yo, un paro fulminante al corazón siempre está a la vuelta de la esquina, en el instante siguiente, en la próxima campanada o escondido en un suspiro, porque algún engranaje dentro de nuestro organismo, como los de un reloj Cucú, puede fallar en cualquier momento.

Entonces dejamos de pedir o dar la hora para siempre, y de decir que no tenemos tiempo, pues el nuestro se acabó en la tierra.

¿Sigue ahí querido lector? Me alegra saberlo.

Un minuto de silencio por los que no alcanzaron a llegar al final de este post.

lunes, 16 de agosto de 2021

Recuerdo

Es una noche fría y Jorge Di Tulio alcanza a escuchar como la lluvia golpea el pavimento allá afuera, en la calle, un lugar que, atrincherado en su casa, parece remoto.

Decide preparar chocolate.

El momento más importante de la preparación es cuando tiene que echar la pastilla del producto en la olleta, pues no puede ser una entera, sino que siempre la parte para que el tamaño sea ¾ de la pastilla, pues le gusta que la bebida le quede clara.

Parte con éxito la pastilla. Hay veces en que lo hace mal y en un arrebato de rabia, producto de su torpeza manual, cambia de opinión y decide prepararse un té.

Prende el fogón de la estufa y decide quedarse mirando la olla, como hipnotizado por ella, pues sabe que no hay nada más traicionero que un chocolate a punto de hervir, y que solo basta con quitarle los ojos de encima un segundo para que la bebida se derrame.

Justo cuando empieza a subir la espuma es cuando le llega a la cabeza un recuerdo de N, pronunciando una frase con ese “vos” que tanto le fascinaba y convirtiendo en palabra aguda algún verbo.

La conoció por accidente en un viaje a Medellín, mientras hacía la fila de un supermercado para comprar una botella de agua.

De N, un examor, un exfuturo, para ser más precisos, no le queda más que el recuerdo.

Jorge juega con él por un rato, y se le aparecen otros, como esa noche que N. lo llevo de tour por diferentes bares de la ciudad, con el firme propósito de tomarse una cerveza en cada uno.

Terminaron su travesía en un Lounge, “un barsito de musiquita chill”, lo llamaba N. y allá fue donde Jorge la besó por primera vez, después no vendrían muchos más besos y por eso ese fue tan importante.

Al otro día, uno antes de devolverse a Argentina, otra vez se vio con ella, pero N. no quería que se le acercara.

Después del almuerzo fueron al Oviedo, y Jorge le dijo que le quería regalar un libro. Ya en la librería N. se moría por uno de Juan Gossain, y él nunca entendió qué era lo que le veía a ese libro. El tenía en mente una novela de Javier Marías, pero la dejo escoger el que ella quisiera.

Cuando Jorge le da el último sorbo a la bebida, el recuerdo de N. como la espuma del chocolate, se esfuma por completo.

viernes, 13 de agosto de 2021

Tarde

Es tarde.

Quedan 13 minutos para las 10 y a esa hora quiero ver un programa de televisión.

Pienso que no debería escribir porque lo que me va a salir es un escrito a las patadas, pues, como suele ocurrir, no tengo idea sobre qué escribir.

Imagino que debería dedicar más tiempo en planear los temas de este blog, pero si hay algo que me gusta de Almojábana es precisamente su crudeza, su falta de profesionalismo, en fin, llámelo como quiera estimado lector.

Puse el punto del párrafo anterior porque ya no sabía que más escribir en él, y hace unos segundos empecé este en la misma situación. Supongo que el paso a seguir es practicar escritura libre; escribir lo que se me venga a la cabeza sin ponerle atención al tema y escasamente a la puntuación, algo así como: “sorpréndeme subconsciente”.

Un ejercicio hasta peligroso, porque quién sabe qué tipo de traumas, filias y obsesiones se guardan en los callejones oscuros del cerebro.

Eso me recuerda que mi hermana siempre le tuvo fastidio a las pruebas psicológicas en las que le tocaba dibujar, y decía que siempre trataba de hacer dibujos complejos, con paisajes de fondo, para que el psicólogo se tuviera que esforzar analizando qué carajos pasaba por su cabeza.

¿Si ven? El cerebro me encarriló a ese tema quién sabe por qué, pero ya que a esa masa con surcos y pliegues le dio por tocarlo, recuerdo que hace unos meses presente una prueba por internet que nunca me habían puesto.

Consistía en 2 imágenes, en apariencia iguales, pero las condenadas tenían detallitos maricas: tamaño de la fuente, tonos de colores, alineación de las figuras, en fin, que las hacían diferentes, y si uno es bien lento para captar detalles sutiles, como es mi caso, pues perdía, porque solo se contaba con unos segundos para seleccionar una respuesta de opción múltiple.

La persona que me hizo la prueba me la explico a las patadas y me preguntó si la había entendido. Le dije que no.

Me la volvió a explicar y seguía sin entenderla, pero el tipo se mamó de explicarme o no tenía más tiempo, y me dijo que tranquilo que la iba a entender cuando me la pusiera. Entonces el condenado me la mando así no más.

“Ya puede empezar”, dijo.

Al principio fallé como 5 preguntas, hasta que le cogí el tiro, pero es que eran tan parecidas las berracas imágenes, que muchas no me preocupé en analizarlas sino que apliqué la metodología del Tin Marin

Al día siguiente me enviaron un email en el que me informaban que había quedado fuera del proceso.

jueves, 12 de agosto de 2021

¿Un beso?

Con A. Salí por tres meses. Fue una temporada en que nos conocimos el 70.3% de los restaurantes de la ciudad. Ir a comer era nuestro plan favorito, y como los lugares donde trabajábamos quedaban cerca, era fácil encontrarnos después del trabajo, para luego montarnos en un taxi y decidir, a último momento, a dónde íbamos a ir.

A. es cristiana, pero como me gustaba tanto no le vi problema a eso y seguimos saliendo.

Las cosas, lo que sea que signifique eso, al parecer iban bien, hasta que llegó la celebración del día del amor y la amistad. Esa noche, un sábado si no estoy mal, A. me pidió que la acompañara a comprar unos zapatos. Después de eso iríamos a comer.

En un momento, en el centro comercial, me acerqué a darle un beso, pero no me lo correspondió, mejor dicho, fue como si le hubiera dado un beso a un maniquí. Le pregunté que qué pasaba. Sonrió nerviosa y dijo que nada mirando al piso. Le volví a preguntar.

“Es que me siento obligada a corresponderte los besos”, dijo. Luego me dio a entender que su actitud tenía algo que ver con su religión. ´Le respondí que me aburría mendigar cariño.

Me emputé mucho, y le dije que mejor no hiciéramos nada, que la acompañaba a su casa y listo, pero me rogó que no, que igual fuéramos a comer, y yo, aún sabiendo que en las celebraciones del amor y la amistad siempre me va como un zapato, terminé aceptando.

Ya en el restaurante. ambos tratamos de que todo fuera normal, pero yo notaba que ella estaba incomoda y ella, seguro, notaba que lo mismo pasaba conmigo.

Al día siguiente me llamó para pedirme que nos viéramos, pero le dije que no que mejor entre semana, y a la siguiente decidimos dejar de vernos, pues no tenía sentido alguno continuar en ese plan.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Papelitos de colores

Soy malo para manejar los Post it. A veces pego algunos en la parte inferior de la pantalla del computador, pero ahí se quedan por varios días, hasta que su pegamento comienza a fallar y se desprenden.

Cuando eso ocurre los leo, y recuerdo que ya hice la tarea que había anotado, o que la olvidé por completo; luego los boto a la caneca.

Mi hermana, que ya le toca home office por los siglos de los siglos, amén, tiene la pantalla repleta de esos papelitos. No sé si al iniciar cada jornada los despega o si le gusta verlos a cada momento, como una especie de recordatorio angustioso.

En redes sociales veo como muchas personas publican fotos de ventanas y paredes repletas de esos papelitos de colores. Imagino que algunos pretenden mostrar lo ocupados que se mantienen y la gran cantidad de tareas que tienen por ejecutar.

Siempre me pregunto si en verdad tendrán toda esa cantidad de tareas o más bien son personas con mala memoria y que necesitan anotarlo todo.

Hace unos años leí una novela, no recuerdo su título, de un matemático que ya era muy viejo y sufría de Alzheimer avanzado. El hombre solo recordaba los 12 minutos previos de su existencia.

Para solucionar su problema, el viejo ideó un sistema de notas que se grapaba en sus vestidos, así podía leer que tenía qué hacer, dónde estaban los objetos que necesitaba, o quiénes eran los que lo rodeaban, si pasaba mucho tiempo sin verlos.

Por otro lado, están los que quieren ser catalogados como personas altamente creativas, y su jornada de trabajo, parece, es una lluvia de ideas eterna. Personas que quieren ser reconocidas como altamente creativas o innovadoras, en fin.

Imagino que ambos tipos de personas ya cuentan con un sistema de papeles post it que dominan a la perfección, y cuentan con un código de colores para agrupar las tareas que deben ejecutar.

Ya les contaré si algún día encuentro el mío.

martes, 10 de agosto de 2021

Dinero y balas

Messi y el Papa.

Ambos son de carácter divino. El primero es, para muchos, un dios del fútbol. El segundo, el principal emisario de Dios en la tierra.

Ahora, la gran mayoría de noticias deportivas giran en torno a Messi, por su salida del Fútbol club Barcelona y su incorporación al Paris Saint Germain.

Lo critican, hablan y especulan, sobre él: Que debió haber hecho esto y no eso, que mejor se hubiera ido a Inglaterra, que sí, que no, en fin.

Yo no me preocupo en pensar qué debería hacer el jugador, pues prefiero dedicar el tiempo a pensar qué es lo que debo hacer yo, pues hay ratos en que no lo tengo muy claro.

¿Qué pensará el futbolista argentino? Imagino que no debe ser agradable estar en la mira y boca de tantas personas, y que todos estén más pendientes de su vida que la de ellos.

El titular de una noticia dice: “90 dólares por minuto: el modesto sueldo que ganará Messi en el PSG”. Quizá, lo único en lo que está pensando es en descifrar en qué va a gastar todo el dinero que va a recibir.

También leí que le iban a pagar 35 millones de euros por temporada. Intento hacer cuentas rápidas en mi cabeza para ver si es verdad eso de los 90 dólares, pero desisto de la idea porque no hay espacio en ella para tantos ceros.

Lo mejor es que Messi, como todos, haga lo que le dé la gana con la vida que le tocó.

Ahora hablemos del Papa, un personaje que no recibe tanta atención como el primero.

Por los lados del Vaticano, al parecer, las cosas no andan bien. Si Messi está a punto de recibir miles de millones, el Papa, en cambio, por problemas monetarios, recibió una carta que llevaba tres balas calibre 9 milímetros.

Los Carabineros italianos interceptaron el documento proveniente de Francia que, junto con la munición, contenía un mensaje relacionado con irregularidades financieras del Vaticano.

El nombre del remitente apenas era legible, pero se alcanzaba a distinguir que decía: “Papa-Ciudad del Vaticano, Piazza S. Pietro en Roma”.

Me pregunto si uno, de buenas a primeras, piensa “Le voy escribir al sumo pontífice”, y le envía un mensaje con un detallito, como las 3 balas, a la ligera, en fin.

Pienso en las cantidades, pues hay algo obsceno en ellas. Recibir un cheque por muchos millones, puede ser tan contundente como recibir tres balas en un sobre.

¿Acaso qué significan? ¿Una alusión al padre, al hijo y al espíritu santo?

Qué difícil ser Messi o el Papa.

lunes, 9 de agosto de 2021

"No es para comer"

Miro productos en un almacén que da a la calle. Es un día frío y el cielo está encapotado. las ramas de los árboles del sector se mueven de un lado al otro. “Viento de lluvia”, pienso.

Por encima del ruido del tráfico, escucho que alguien grita afuera.

Me dirijo hacia la ventana del local para averiguar qué ocurre. Los gritos son de un habitante de la calle, que alega con alguien. No sé si con algún transeúnte o algún personaje imaginario, que lo acompaña, o bien lo atormenta, en sus andares por las calles de la ciudad.

Me devuelvo a mirar los productos y el hombre se ubica justo enfrente del almacén.

“¡Señor!, ¡señor!, ¡señor!” grita ahora.

Yo soy ese señor al que está llamando con tanta insistencia. Me hago el loco, pero repite la palabra sin cansancio

“¡Señor!”

Cuando está a punto de desgañitarse volteo a mirarlo.

“Regáleme una monedita”, dice y su dentadura blanca contrasta con su cara sucia. Hago un gesto y le doy a entender que no tengo “moneditas”.

El hombre dice: “no es para comer, es para drogarme”, y luego suelta una carcajada. Su franqueza me desarma y no sé qué responderle.

Como no le digo nada, continúa su camino arrastrando los pies, y con un costal, al parecer, desocupado, que lleva al hombro.

Pasados unos segundos comienza a gritar de nuevo:

“¡Vengase!, ¡vengase!”, le dice a un perro que le ladra.

Cuando el dueño le llama la atención a su mascota. El hombre vuelve a reír y luego dice: “o si no vengase usted”.

Se para en actitud de pelea con los puños a la altura del mentón, pero ni el perro ni el dueño le hacen caso.

Luego da media vuelta y sigue su camino.

viernes, 6 de agosto de 2021

Charla motivacional

Hace un tiempo, una de mis hermanas trabajo en una empresa alemana. Cuando iban a empezar el año, su jefe reunió al equipo de trabajo para darles una charla que los motivara.

Comenzó la presentación mostrando videos de fragmentos de discursos de grandes personajes de la historia: John F. Kennedy, Martin Luther King  y Gandhi.

Cuando terminó esa primera sección de la charla, prendieron las luces de la sala y le hizo una pregunta a su equipo de trabajo:

“ ¿Alguien me puede decir que tienen en común estos personajes?

Como suele ocurrir, al principio hubo silencio absoluto.  Como nadie hablaba mi hermana se atrevió a hacerlo:

“Pues que a todos los mataron”, dijo.

otra vez el silencio reinó en la sala.

Los amigos de mi hermana tenían ganas de reírse, pero no lo hicieron, porque sentían la tensión que había generado la respuesta, y el jefe que esperaba una respuesta tipo: “Todos eran grandes oradores y sabían motivar a las personas”, tampoco supo que contestar en ese momento.

Mi hermana me cuenta que apenas empezó a ver las imágenes de esos personajes, lo primero que se le vino a la cabeza fue eso: “a este lo mataron, a este otro también, y a este le pasó lo mismo”.  Su respuesta  fue casi automática.

Apenas terminó de hablar, se dio cuenta, por la expresión de sorpresa en la cara de su jefe, supo que él esperaba otro tipo de respuesta

 ¿Quién motiva después de ese comentario?

miércoles, 4 de agosto de 2021

El trabajo de tus sueños

Linkedin, esa red donde todos tratamos de probar que la tenemos más grande laboralmente hablando, me muestra una imagen en la que sale un hombre con dentadura perfecta, camisa de cuello sin ningún botón suelto y saco gris de cuello en V.

El sujeto sonríe y mira, al parecer, hacia el infinito o , en definitiva, hacia el futuro. Por la forma en que sonríe, parece que lo tiene enfrente de sus narices y que está lleno de cosas buenas.

El copy que acompaña el anuncio está en inglés, pero como soy tan bilingüe, se los traduzco: “El trabajo de tus sueños está más cerca de lo que piensas” y debajo de la frase aparece un cuadro azul con letras blancas que dice: “mira los trabajos”.

Me imagino que el hombre de la imagen sonríe porque está pensando eso, que el trabajo de sus sueños está más cerca de lo que el cree o como lo hace ver la foto, justo enfrente de sus narices.

Pero bueno, si el hombre está feliz por eso o por cualquier otra razón, allá él, ¿cierto?

Mi trabajo soñado sería que me pagaran por leer, pero solo por eso, es decir, que no tuviera que rendir a nadie ningún tipo de informe sobre mis lecturas. Un trabajo sin jefe, en el que mis funciones se resumirían en una: leer mañana, tarde y noche.

Me imagino esa situación y supongo que estando en ella, también sonreiría como aquel hombre de la foto.

El trabajo soñado, el mío, el suyo, el de cualquier persona, estimado lector, sería un trabajo-no-trabajo. Se me ocurre que otro podría ser maratonista de Netflix o algo por el estilo.

El anuncio resulta ser un engaño, pues sabemos que esos tipos de trabajos no existen, que trabajar siempre va a tener aspectos que no nos van a gustar. De ahí, que el origen de la palabra venga de la expresión en latín tripaliare, que significa torturar.

martes, 3 de agosto de 2021

Tedio

“Aburrimiento extremo o estado de ánimo del que soporta algo o a alguien que no le interesa”, reza la definición.

Hoy me desperté con esa sensación. Ayer hablaba con una amiga y decía que estaba cansada. No se sentía mal físicamente; solo estaba cansada. Supongo que experimentaba tedio.

Intercambiamos un par de frases y uno de sus comentarios fue: “nadie sabe como encontrar el camino de regreso al tipo de vida que tenía antes”. Imagino que a eso también se debe el tedio que he experimentado en los últimos días.

De todas maneras creo que es necesario encontrar maneras de combatirlo con cosas sencillas.

Hoy, por ejemplo, mientras desayunaba, leí una caricatura de Calvin que me hizo sonreír. Iba a salir a comer con sus padres y tenía, claro está, que llevar a Hobbes. Como iban a ir a un restaurante elegante, lo vistió con un saco y una corbata del papa.

En el último cuadro, el papa dice: “no sé como me deje convencer de hacer esto”, mientras Calvin, sonriendo, le dice a la mesera: “A mi amigo le gustaría ver la carta de vinos”.

Más tarde, luego de mi segunda dosis de la vacuna, decidí celebrar comprándome un libro. Escogí “El libro del tedio”, pues me pareció apropiado para el estado de ánimo de los últimos días y porque parte de lo que leí en la contraportada me enganchó y me hizo sonreír:

“Sorprende y divierte, por ejemplo, la historia del empleado 
público que lucha a diario por descubrir las funciones para
las que ha sido contratado…”

Con la compra también me dieron un separador con una cita de Van Gogh:

“Tengo naturaleza, arte y poesía, y si eso no
es suficiente , entonces  ¿qué es suficiente?”.

lunes, 2 de agosto de 2021

Miedo

Recuerdo que en el colegio, cuano estaba en kínder, detrás de los salones había una zona verde con juegos: columpios y rodaderos, y también un pasamanos.

Siempre le tuve fastidio y miedo a esa estructura. Lo primero porque era gordito entonces la fuerza de mis brazos no era la suficiente para soportar mi peso y cuando me colgaba, solo avanzaba un poco y tenía que soltarme.

Lo segundo, porque no entendía el placer que otros encontraban en colgarse, de mil maneras, dichosos en esa estructura metálica. Yo siempre imaginaba que me iba a caer y hacer daño.

Lo que sentía tiene nombre: miedo.

Supongo que me daba miedo arriesgarme a experimentar la dicha de andar colgado patas arriba; tenía miedo de partirme un brazo, una pierna o la cabeza.

Ese miedo me ha acompañado toda la vida, pero el objeto o evento que lo desata ha ido cambiando.

Desde que comenzó la pandemia he tenido miedo de infectarme, y ser una de esas personas a las que el virus acaba en menos de una semana, aunque hay quienes dicen que al final todos nos vamos a infectar, entonces ¿qué más da?

Incluso es posible que ya me haya infectado y no me hubiera dado cuenta; tengo mis sospechas de un dolor de garganta que tuve el año pasado, en fin.

Me gustaría ser una persona más relajada, como esas que se la pasan viajando y que parece, han seguido con sus vidas de forma "normal", o esa que llevaban antes del mierdero que desató Covid Alfonso.

Tampoco es que antes de la pandemia fuera el ser más fiestero y social del planeta, pero si he dejado de salir bastante.

Supongo que esa conducta preventiva, ese miedo al contagio, le estará pasando factura, de alguna manera, a mi condición mental, por más de que no parezca. Incluso pienso que, a nivel genético o celular, algo de esa locura que algunos estamos incubando, se la pasaremos a las generaciones que están por venir.

Me gustaría que todo me resbalara y no preocuparme tanto por lo que me pueda llegar a ocurrir.