viernes, 20 de julio de 2018

Que extraño es todo

Termino de ver un programa que había grabado. Me englobo con cualquier pensamiento, mientras la grabación continúa, sin apagar el televisor. 

Ahora dan un magazín de noticias, y la noticia que vuelve a captar mi atención, es una que comienza con un plano de una ambulancia y luego se muestra a unos enfermeros desmontando una camilla. 

Las imágenes hacen referencia a un grupo de paramédicos que fueron a rescatar a una mujer que había estado limpiando la cocina con una mezcla de amoniaco y otro producto, combinación que produjo un gas tóxico mortal. 

La mujer se mareó, y ella misma fue quien llamó a los servicios de emergencia. Cuando llegaron tuvieron que derribar la puerta y la encontraron desmayada. Luego le practicaron una fallida reanimación cardiopulmonar durante media hora. 

Tratemos, por un segundo, de ponernos en los zapatos de esa mujer. Imaginemos que fregamos con fuerza unas baldosas mientras inhalamos la sustancia que nos va a enviar al otro lado; que la cabeza nos comienza a pesar, hasta que nos sentimos mareados. 

Pensemos también que, con dificultad, nos ponemos de pie y caminamos agarrados de las paredes hasta llegar al teléfono. Por fortuna el número de emergencia es una combinación de tres dígitos que conseguimos marcar sin problema. 

Cuando la operadora contesta, logramos decirle que nos sentimos mal, aunque sabemos que estamos hablando de forma extraña, como si las vocales no quisieran despegarse de las consonantes. 

“Un equipo de paramédicos ya está en camino” dice la mujer, pero éstas son palabras que no alcanzamos a escuchar, pues segundos antes nos hemos derrumbado en el piso. 

Por fin sabemos cómo es eso de ver nuestra vida en imágenes momentos antes de morir. 

Que extraño es todo. De repente nos levantamos dispuestos a repetir la rutina al pie de la letra de lo que sea que hagamos: ama de casa, banquero, médico, ingeniero, barrendero, etc. sin sentir que la muerte nos respira en la nuca.