miércoles, 23 de octubre de 2019

Aceite balsámico

Cuando el ascensor para en el octavo piso una mujer sale distraída de él y da dos pasos, luego da media vuelta y vuelve a entrar. Sigo su recorrido con la mirada y entro al ascensor después de que ella lo hace 


Aparte de la primera mujer hay otra en el ascensor. Este vuelve a parar en el cuarto y la segunda mujer se baja, y la otra, de nuevo, piensa que ya llegamos al primer piso y vuelve a dar un par de pasos por el hall. 

Apenas entra de nuevo al ascensor me dice: “Como se nota que me quiero ir de esta mierda, ¿no?”. Imagino que hace referencia al edificio y no el ascensor. La mujer tiene la cara congestionada, y respira profusamente, mientras me mira a los ojos fijamente. Es claro que espera que diga algo, así que respondo con un tímido “si”, euficiente para abrir su grifo de palabras. 

Es que imagínese, tenía que cobrar un millón de pesos y el hijueputa ese no me quería pagar dizque porque se perdió un tarro de aceite balsámico, ¿Qué tal esa vaina? Tiene huevo, ¿no? 

Parece que la mujer cae en cuenta de que no tengo idea alguna de lo que habla e intenta contextualizarme: 
7
“Yo soy Chef”, y le hice un trabajo a ese hijueputa hace ya bastante, y no me quería pagar. Ahora entiendo sus ganas de abandonar el lugar. El desprecio y repulsión que siente por ese hombre y todo lo que tenga que ver con él es visceral. 

No se me ocurre otra cosa que asentir con la cabeza y concluir con la siguiente pregunta: “¿Pero finalmente pudo cobrar?” Sonríe, es la primera vez que lo hace en nuestro corto recorrido, y concluye “Claro, le compré 2 tarros de aceite balsámico a ese hijueputa, ¡Qué tal!, dizque no me iba a pagar por uno, pues le traje 2” 

En ese momento ya estamos en la calle y la mujer vuelve a sonreír, como cayendo en cuenta de que se acaba de desahogar con un completo desconocido. Me despido, y nos separamos en dirección opuesta.