sábado, 16 de septiembre de 2017

Sobre el amor y la amistad

Aprovecho eso de “día del amor y la amistad” para contarles acerca de Angélica, sobre la que creo ya he escrito alguna vez en este, mi blog, su blog, estimado lector, bajo otro nombre. A la larga el orden de los nombres no altera el producto, es decir, el texto, las palabras que usted ha leído y las que le quedan por leer. Bien podría llamarla Petronila, pero no conozco nadie con ese nombre y si algún día me encuentro con una mujer que lo tenga, lo siento, pero me voy a morir de la risa. 

A Angélica la conocí en el matrimonio de un amigo. Durante la ceremonia en la capilla no dejé de mirarla, algo que debió resultar muy obvio porque ella se sentó detrás mío, no exactamente a mis 6, sino más o menos a las 4:37. 

Cuando pasamos al salón de la fiesta, y luego de ubicar la mesa que nos correspondía a mi y a mis amigos, a la que ella también estaba asignada, Angélica se sentó a mí lado de una. Uno de esos momentos en que uno dice mentalmente: “Gracias chuchito” sea o no creyente. Tiempo después me confesaría que actuó bajo la siguiente premisa: “Pues si me miro tanto, a ver qué va a hacer”. 

Imagino, ya no recuerdo bien, que en algún momento rompí ese molesto hielo que se interpone entre los desconocidos a los que les toca la misma mesa en ese tipo de reuniones y que habremos bailado algunas canciones. Antes de que la fiesta se terminara le pedí su número de celular y después de 3 semanas comenzamos a salir. 

Esa época coincidió con el día del amor y la amistad. Ese día la recogí en su casa y me pidió que la acompañara a comprar unas botas, plan aburridor al que no me opuse, pues quería estar todo el día con ella. 

Fue en un centro comercial donde el amor tomó un mal camino. Estábamos sentados en un almacén y me incliné a darle un beso, que recibió como si fuera un maniquí. Cuando me di cuenta y me eché para atrás, le pregunté que qué pasaba. Me dijo tan fría como un robot: “Es que hay veces que me siento obligada a corresponderte los besos”. 

Yo me emputé mucho y utilicé un cliché digno de telenovela mexicana: “Yo no estoy mendigando amor” o algo así fue lo que le dije. Me puse de pie y le dije que mejor dejáramos ahí, que todo bien, pero ella me agarró de la mano e insistió en que me quedara, que ya teníamos hecha la reserva en el restaurante. Como uno suele aprender más a las patadas, acepté. Esa noche hubo más besos que, supongo, no fueron 100% honestos, si tal cosa se puede decir  sobre algo tan complicado y tan fácil de dar. 

Al siguiente día Angélica me marcó al celular, pero me dio pereza contestarle. Días después hablamos por última vez fue por msn Messenger; una conversación llena de indirectas mordaces y algo que parece haber ocurrido hace siglos.