En el 2007 trabajé con L. muy cerca a la primera sede de la librería Prólogo, y uno de nuestros planes preferidos, al salir de la oficina, era ir a tomar café a ese lugar. Cuando estábamos de buenas, muy de buenas la verdad, lográbamos ordenar una porción de torta de manzana que casi siempre estaba agotada. No he vuelto a encontrar una igual en ningún otro lugar.
Hablábamos de muchas cosas: del trabajo, de quienes nos caían mal, de esto, lo otro y aquello y, cuando nos cansábamos de esos temas del, digamos, día a día, nos poníamos de pie y comenzábamos a recorrer los estantes de la librería para hablar de autores y libros.
Algunas veces también espiábamos conversaciones de las mesas cercanas a la nuestra, y nos reíamos de las personas con ínfulas de intelectuales, con sus voces graves y bufandas enroscadas en el cuello, mientras disparaban opiniones a diestra y siniestra.
Otras veces me iba a almorzar solo a la librería. Vendían unos sanduches que no eran nada del otro mundo, aunque eso era lo de menos, pues me los devoraba en pocos minutos; si almorzaba allá no era por la comida, sino para pasar la mayor parte del tiempo del almuerzo hojeando libros. Esa sede, la de la 97, siempre me ha parecido la más acogedora de todas.
La imagen que tengo de Mauricio Lleras, su fundador, es detrás de la caja, siempre conversando con alguien, como tratando de analizar a las personas, para ver qué libro recomendarles.
Recuerdo que una vez, en la sede la 81, hablamos sobre Firmin, la novela de Sam Savage. Le conté que me había gustado y él me dijo que no le había parecido nada del otro mundo.
Una pregunta que siempre tenía lista era: "¿Ya leyó X o Y libro?". Parece que ese era uno de sus métodos para calibrar a los lectores que visitaban su librería, y así tener un mejor criterio para recomendarles algún libro.
Hace un tiempo escribí que cuando muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba. Creo que lo mismo ocurre cuando muere un librero, más cuando deja el mundo uno del calibre de Lleras, que era todo un boticario de Letras.