El reloj cucú está desfasado en 8 minutos. A las 5:08 dio cinco campanadas que van tarde, buscando la horas que les pertenecen o a las que corresponden. No se sabe bien si ellas son dueñas de sonar cuando les de la gana o si dependen de que las horas las reclamen para cumplir con su tarea.
Dicho esto, al parecer el reloj las da porque así está construido su mecanismo: Para cantar las horas cada vez que se cumplen.
Así lo hará hasta que alguien le deje de dar cuerda o se estropee por sí solo.
El reloj astronómico de Praga, una especie de cucú gigante, lleva en esas desde el año 1410.
Los Cucú dan la hora, porque necesitamos saber si tenemos tiempo o no, ¿para qué? Imagino que para lo que sea que queramos hacer antes de que nos visite la muerte.
Queremos atesorar ese intangible de alguna manera. Por eso, una de nuestras frases favoritas, para sentirnos importantes, es poder decirle a alguien: "no tengo tiempo", aunque este se diluya y se nos escape sin que terminemos de comprender qué es, y sin saber si alguna vez lo hemos tenido o no.
Supongo que, de forma inconsciente, queremos saber cuándo vamos a morir, de ahí la obsesión con el tiempo.
Ese extraño deseo es un absurdo, porque usted o yo, estimado lector, podríamos dejar de existir justo después de que yo termine de escribir esta entrada.
Qué se yo, un paro fulminante al corazón siempre está a la vuelta de la esquina, en el instante siguiente, en la próxima campanada o escondido en un suspiro, porque algún engranaje dentro de nuestro organismo, como los de un reloj Cucú, puede fallar en cualquier momento.
Entonces dejamos de pedir o dar la hora para siempre, y de decir que no tenemos tiempo, pues el nuestro se acabó en la tierra.
¿Sigue ahí querido lector? Me alegra saberlo.
Un minuto de silencio por los que no alcanzaron a llegar al final de este post.