lunes, 15 de enero de 2018

Domingo

Olegario siente que en los fines de semana el tiempo transcurre de forma distinta o que, de pronto, lo hace de la misma manera que siempre, pero nuestra experiencia con o hacia él cambia por alguna razón. Él, piensa mientras sonríe sarcásticamente, le molesta esas propiedades de forma e identidad que le hemos atribuido a ese intangible, sólo para jodernos la existencia. 

Últimamente ha pensado mucho acerca del tiempo, y la manera en que lo concebimos. ¿Y qué si no hay un antes o un después, si esa línea de tiempo en la que ubicamos el pasado y el futuro es una mera ilusión y ambos se entremezclan de forma extraña para conformar el presente?, se pregunta, pero no llega a ninguna conclusión o respuesta.

El trascurrir de las horas, con sus cascos de potranca desbocada, es implacable y la tarde se perfila a su fin. Olegario sigue tendido en la cama sin hacer nada, sólo mira el techo corrugado de su cuarto y deja que diferentes pensamientos lo asalten sin prestarle particular atención a ninguno. Siente una particular tristeza y/o nostalgia, pero no sabe a que episodio o recuerdo de su vida le podría atribuir el sentimiento. Maldito tiempo y maldito fin de semana, tanto que lo añoramos para que dure tan poco, y de nuevo de vuelta a esa rutina que nos consume, piensa ahora.

Se pregunta si está deprimido. No lo cree, nunca le han diagnosticado esa condición, pero también cree que no sólo es una enfermedad sino algo que nos ocurre y ya, que todos podemos deprimirnos en cualquier momento y que no hay razón para sentirnos mal por eso. Repara en el tema porque alguna vez leyó un artículo que enumeraba los posibles síntomas de la enfermedad, y uno de ellos hacia referencia a las ganas de no levantarse, de no hacer nada; justo lo que le ocurre en esa mortal tarde de domingo. 

Que se joda la depresión, piensa y, en un arrebato se pone de pie y le lanza dos puños a un rival imaginario. Qué ridículo soy, se dice a sí mismo, y luego se dirige a la ducha.


En ese lugar la pereza otra vez lo ataca. Extiende ambos brazos y los apoya en la pared, dejando que el agua le golpee la espalda y la cabeza por varios minutos. ¿Y qué tal que uno esté deprimido y no crea estarlo?, ¿qué tal que uno, anestesiado por la rutina, las relaciones, el trabajo, el estudio, los hobbys, nunca lo sepa?, se pregunta ahora.

Concluye que su remolino existencial se debe a que no ha probado bocado desde las 7 de la mañana, hora en la que engulló un paquete de galletas integrales acompañadas con un café aguado. 

Ya con otros asuntos en la cabeza, sale a almorzar.