miércoles, 18 de diciembre de 2019

Fiebre de buñuelos

Voy tarde para la oficina. De todas formas paso por una panadería a comprar mi desayuno. Muchos afirman y otros tantos me han dicho que debería fijarme más en mis hábitos alimenticios, que el desayuno es la comida más importante del día y que debe ser trancada, pero balanceada. Quizás están en lo cierto, pero me gusta llegar a comer algo en el lugar de trabajo apenas comienza la jornada. El ritual de servirme un café, prender el computador y buscar una columna para leer es, creo, una buena manera de iniciar el día. 

Mientras hago fila en la panadería veo que en el mostrador tienen buñuelos recién hechos; decido que ese es el producto que voy a comprar. 

Enfrente de mí, encuentra un hombre encorbatado y con barba rala. Apenas llega a la caja, pregunta que si hay buñuelos de los grandes. 

“¿cuántos necesita?”, pregunta la cajera. 
“¿cuántos tiene?” 
“Siete”. 
Deme esos siete, responde el hombre con seguridad. 

No me quedo callado y digo en tono de broma mezclado con súplica: “¿cómo se va a llevar todos los buñuelos?”. 

El buen hombre voltea a mirarme: “¿Cuántos necesita?”, me pregunta. “Solo uno”, le respondo. Al instante le dice a la cajera: “Solo empáqueme seis”. Una pequeña victoria.  

A nuestro lado hay dos mujeres. Ambas llevan unas diademas con figuras de Papá Noel que sobresalen como cachos y cada una lleva una prenda roja. Le preguntan a la cajera que si el pedido ya está listo, que son más de las 8 y que esa era la hora de entrega que habían acordado. 

“Usted hace más de diez minutos nos  lleva diciendo que ya va a salir y nada”, dice una de ellas. 

“Señora por favor espere atiendo al señor—ese soy yo—. Soy la única en caja” 

“pero respóndame lo que le pregunte” 

Señora un momento, solo tengo dos manos” 

En medio de la pelea por el pedido de buñuelos, una mujer que acaba de llegar pregunta que si aún quedan de los grandes” 

“Me llevé el último”, le respondo mentalmente, mientras la cajera me da las vueltas. Abandono la panadería contento.