Saraswati, la diosa de las palabras y el conocimiento me mira. Bueno, mira hacia el frente, pero imagino que dirige su mirada hacia mí. La verdad es que no mira a nada ni nadie, pues es una estatuilla, pero uno está en todo su derecho de tejer cualquier tipo de fantasías y/o ficciones, ¿acaso no?.
Conocí de la existencia de esa diosa del Hinduismo, hace ya varios años, luego de leer Wisdom Walk, un libro que habla sobre las religiones del mundo, en qué consisten y cuales son los rituales de cada una. Saraswati aparece sentada sobre un cisne, tiene cuatro brazos y sostiene una vina, instrumento similar a una cítara, con dos de ellos.
Los adeptos a esa religión creen en la reencarnación, pues las personas necesitan más de una vida para llegar a comprender ciertas lecciones. piensan que el infierno es un estado mental y que uno puede permanecer o salir de él en cualquier momento, y también creen en el karma y la ley de la causa y efecto.
Uno de sus rituales consiste en hacer altares caseros, un sector del hogar que es como un templo o santuario; el devatarchanam, un lugar para honrar la divinidad. Recuerdo que el libro decía que uno puede hacer altares de lo que quiera, aunque no se practique esa religión, y que son espacios que sirven para bajarle las revoluciones a los días y conectar con lo espiritual, independiente de cómo cada persona lo conciba.
Más que lugares sagrados, son ambientes pacíficos y que nos deben agradar estéticamente. La idea es poder visitarlos preferiblemente en la mañana, o a cualquier hora para tener un momento contemplativo.
Recuerdo que compré la estatuilla, para hacer uno relacionado con la escritura, pero al final nunca lo hice, y ahí quedo Saraswati, huérfana de altar, encima de un mueble. De pronto el hecho de que me haya puesto a escribir sobre esto es una señal para que lo haga, pero creo poco en eso de las señales.