Me cuesta lidiar con las ganas, propias y de los demás, de ser alguien en la vida. Me molesta esa necesidad malsana de ufanarse de los triunfos, cargos o títulos que hemos obtenido.
Hoy por unos 20 minutos me tocó ser el M903 en una sala de espera. Esos lugares me generan una pizca de ansiedad, pues siempre pienso que me voy a englobar y no me voy a dar cuenta del momento de mi turno.
Me senté cerca de una pantalla empotrada en la pared, que anunciaba los turnos, y me puse a hacer lo que la mayoría de las personas del lugar hacían: esperar, por supuesto, pero también mirar el celular como si no hubiera un mañana.
A mi lado había una mujer con un pantalón negro, con la pierna derecha cruzada sobre la otra y no dejaba de mover la primera. La pantalla no dejaba de sonar anunciando cada turno, pero como el mío no aparecía, guardé el turno en el bolsillo de la chaqueta y me dispuse, como ya les conté, a darle scroll down al celular porque sí.
En un momento sonó la pantalla y cuando la miré, todos los números ya habían cambiado. ahora aparecía el M902. Me confundí y creí que era el mío. “Vida perra, no me di cuenta y se me pasó mi turno”, pensé. Me puse de pie como un resorte, y a medida que me acercaba al mostrador hurgaba mi bolsillo con furia, sin encontrar el berraco papelito, hasta que por fin di con él, lo saqué y me di cuenta de que yo era el 903.
En ese preciso momento sonó la pantalla, para indicarme que debía acercarme al módulo 2. A mí lado, en el módulo 3, estaba una mujer delgada, de pelo rubio, crespo y mojado, como si hubiera acabado de salir de la ducha.
“¿Cuál es su e-mail señorita Camila?”, le preguntó la mujer que atendía ese módulo.
Camila se lo dictó, y era uno con números y una palabra -no-palabra, que nada tenía que ver con su nombre. En él, la letra g se repetía varias veces. Camila se lo tuvo que volver a decir.
“¿A qué se dedica?”
“Soy empleada.”
“La recepcionista levantó la cabeza y sus ojos expresaban solo duda”
“Sí, ok, pero ¿empleada de qué?, le volvió a preguntar
“Trabajo para una minera”, respondió Camila esta vez, con un dejo de fastidio en su voz, como si quisiera ser nadie, para no tener que responder esa pregunta.
“Si, pero qué hace”, volvió a contratacar la recepcionista
Camila, ya rendida y ante la insistencia de la mujer que exigía conocer sus credenciales, cedió terreno personal y respondió.
“Soy gerente de comunicaciones”.
“Ahh”, respondió la recepcionista, como dando a entender que le daba igual.
Hay una caricatura de Quino que tiene algo que ver con el tema que toco. En ella, Felipe sale hablando con Mafalda. El primero, en un soliloquio corto, le dice a su amiga a modo de pregunta-respuesta: “¿Qué necesita una vaca para ser una vaca?: ser una vaca; ¿qué necesita un perro para ser un perro?: ser un perro, ¿Qué necesita un león para ser un león?: ser un león; ¿qué necesita un ser humano para ser un ser humano?: ser un médico, un ingeniero, un economista, un arquitecto…”
Todos deberíamos ser más como Camila y restarle importancia a quién somos o creemos ser.
I feel in my private pocket and find my credentials—what I carry to prove my superiority.
— The waves —