Cuando era pequeño, cerca de mi casa estaban construyendo un edificio. Justo al lado del lugar en donde lo estaban levantando, se encontraba esa típica estructura en madera, de dos pisos, que acompaña a las obras. Imagino que debe tener un nombre específico pero no tengo idea cual será.
Cuando caminábamos con mi madre por el sector, a veces pasábamos por debajo de esa estructura de madera y me gustaba mucho el olor que emanaba. No era uno dulce o totalmente agradable, sino más bien tenía algo de viejo y húmedo, sin llegar a ser asqueroso. Al pasar por debajo de esa estructura inspiraba fuertemente ese olor que nunca pude asociar con nada. La experiencia no duraba más de 10 segundos.
Nunca le conté a mi madre acerca de mi fijación con ese olor, pues pensaba que algo andaba mal conmigo. No me parecía correcto que uno andara por ahí oliendo lugares de la calle y mucho menos llegar a sentir gusto con un olor urbano.
A veces me obligo a pasar por debajo de esas construcciones, buscando ese olor que tanto me cautivaba, pero nunca lo he vuelto a encontrar.
A veces me obligo a pasar por debajo de esas construcciones, buscando ese olor que tanto me cautivaba, pero nunca lo he vuelto a encontrar.