lunes, 12 de septiembre de 2016

Felipe Trigo en un día como hoy...

"En un día como hoy". Siempre me ha llamado la atención esa expresión, pues me parece que no tiene sentido. Nada nunca es igual o se repite de la misma manera. El cambio siempre arrasa con cualquier sensación de estabilidad que creamos tener, e igual nos aventuramos a decir que "hace tantos años, en un día como, hoy", paso esto o lo otro.

Hoy mientras miraba las caricaturas en el periodico, a la izquierda había dos noticias que, aunque no utilizaban ese cliché en los titulares, hablaban de eventos que ocurrieron hace 100 y 50 años. 

Sin ánimo de entrar en discusiones Zen sobre la importancia de vivir en el presente y todo ese rollo oriental con tintes motivacionales, el pasado no deja de tener cierto encanto, de ahí ese ese dicho que también conocemos:"Todo tiempo pasado fue mejor". 

La noticia que me llamo la atención fue la que ocurrió hace 100 años, pues contaba que el 2 de Septiembre murió el novelista Felipe Trigo, "uno de los más leídos pero poco apreciados escritores ibéricos contemporaneos". No entiendo en qué sentido no fue apreciado si fue uno de los más leídos, ¿acaso la gente lo leía porque les provocaba repulsión? pero bueno vaya uno a saber como hace 100 años las personas leían y con que fin, en fin, valga la  pena la redundancia.

La noticia me llamo más la atención  porque hablaba sobre un escritor y también comentaba que se quitó la vida; uno siempre lleva un amarillista por dentro.

Trigo fue militar, médico y escritor. En su tiempo en la milicia se fue voluntariamente a Las Filipinas y regresó mutilado y convertido en héroe, tras sobrevivir a un ataque en el que recibió siete machetazos. 

A los 36 años abandonó el ejercito para dedicarse por completo y con total devoción a la literatura. En 15 años logró publicar 17 novelas.

Un día Trigo decidió encerrarse en su despacho y tranco la puerta con un destornillador. Su familia escuchó un disparo y corrieron a la puerta, que finalmente pudieron abrir luego de forzar la madera. Todos  entraron desordenadamente a la habitación, impregnada con un fuerte olor a pólvora.  Su hija se arrodillo junto a su cuerpo tendido sobre un charco de sangre, le tomo el pulso y dijo: "Vive, está vivo".

En esa época el escritor estaba trabajando en su novela postuma "Murió de un un beso" (Que título tan poderoso). En su escritorio dejó una nota de despedida: 


“Perdonarme todos, yo estoy seguro de que nada os serviría más 
para prolongar algunos meses vuestra angustia viéndome morir. 
Pensar que en esta catástrofe fue motivo el ansia loca de crearos
 alguna posición más firme. ¡Perdonarme, perdonarme, Consuelo 
mártir mía, hijos de mi alma! Si mi vida fue una equivocación fue 
generosa. Con la única preocupación vuestra por encima de todos
 mis errores. Que sirva esta mi voluntad de testador para declararos
 herederos míos de todos mis derechos. Perdón. 
Felipe Trigo"

Quiero sumergirme en una de sus novelas lo más pronto posible; se le debe poner pronta atención a estos llamados de la literatura.