Ayer volví a ver el video en el que Roberto Ampuero, el canciller chileno, contesta a la intervención de Jorge Arreaza, el venezolano, en una sesión de la OEA. El segundo, con un tono insolente, había dicho que el secretario general era un sicario y la organización un circo, donde los demás cancilleres que estaban ahí cumplían con una orden impartida por alguien.
Cuando Arreaza termina de escupir sus palabras venenosas y malintencionadas, al primero que le conceden la palabra es a Ampuero. Me parece brillante la capacidad de discurso que tiene en sus zapatos de político, pero creo que lo que la hace posible es su pasado, o bien, su presente, su constante como escritor, una actividad que, imagino, nunca ha dejado de lado.
Quién es Ampuero, no lo sé. Leyendo un poco me entero de que nació en Valparaiso y que estudió en el colegio alemán, del que se graduó con un promedio destacable y donde aprendió a escribir y hablar en alemán, lo que le permitió acercarse a escritores como Goethe y Mann, entre otros.
Sobre su colegio afirma: “me enseñó a ser disciplinado y serio en lo que hago, a no desperdiciar tiempo, a revertir situaciones difíciles, a ser frugal y sencillo, y a vivir en otras culturas”.
Después se traslado a Santiago y estudió Antropología Social en las mañanas y literatura latinoamericana en las tardes. Militó por un tiempo en las juventudes comunistas porque creyó que el socialismo era democrático, justo y de economía prospera y partió hacia Alemania Oriental luego del golpe militar en su país. Su experiencia comunista termina con una profunda desilusión política.
En 1993 publica “¿Quién mató a Cristián Kustermann?” su primera novela.
Creo que una forma de conocer a alguien es a través de lo que escribe, pero no he leído ningún libro de su extensa obra que, si no estoy mal, está orientada hacia la novela negra.
Pero volvamos a lo de su discurso. La forma en que habla es tan clara y respetuosa, con pausas en las que busca la palabra precisa para que su idea no se diluya en imprecisiones. Parece que, en vez de contrargumentar a Arreaza, estuviera contando un cuento, pues su hablar pausado cautiva y no deja de blandir empatía y respeto.
Creo que a la política le hace mucha falta el arte o que quienes la practiquen sean más humanos, personas de diferentes disciplinas: escritores, pintores, dramaturgos, etc. quienes cuentan, me atrevo a decir, con una visión más amplia de la vida, y rehúsan a anclarse a un único punto de vista.