lunes, 16 de junio de 2014

Casualidad

 ¿A quién no le gusta el amor?  ¿Quién puede afirmar que tiene una coraza sentimental  tan fuerte que no permite que "ese veneno extraño" lo ataque, como suele hacerlo, sin avisar y de forma despiadada?

"Nadie quiere reinos, pero amor…Ahí todos caen,
más pronto o más tarde. Hasta los ángeles." 
David Safier - Jesús me quiere -
 
Considero que existe el amor casual, que no tiene para nada ese tinte pasional, fugaz y efímero de un encuentro casual con aquel desconocido  con el que uno se topa en un bar,  viaje o en cualquier otro lugar, y  que permite desatar ese instinto animal de procreación que todos llevamos por dentro. El amor casual  al que hago referencia es ese que algunos humanos, creo yo, en verdad alcanzan, y el cual se da por infinidad de circustancias, variables, lugares, personas, etc; las cuales llevan a alguien a conocer a su, perdone el cliché, media naranja.

Entonces uno de repente se estrella con esa persona que se ajusta perfectamente a  cada uno de los recovecos físicos y mentales, aquella que encaja y se acopla con esa maraña de miedos y contradicciones que suele ser uno, como lo haría una pieza de lego con otra. 

La casualidad entonces resulta ser más grande que el amor o la muerte, dos temas que le rayan constantemente la cabeza a la humanidad, pues es capaz de gobernar a ambos.  Esta nos puede encaminar hacía ese amor casual, o también hacer que crucemos una calle justo cuando un conductor borracho va por la misma, o  también, por ejemplo, nos podría situar como protagonistas  de un atentado terrorista, en cualquier lugar del planeta.

No sabía que iba a escribir hoy; me imagino que por alguna casualidad  mi cerebro se enfoco hacia este tema, como bien podría haberlo hecho sobre cualquier otro.

Sé que no tiene ningún sentido ponerse a pensar en la casualidad y sus complicadas formas de moldear el mundo y la vida de las personas, pues evidentemente es algo que no tiene respuesta.  

Creo que la mejor forma de hacerle frente a la casualidad, es evitar vivir a punta de casualidades, es decir, no dejar que la vida y sus constantes trancazos nos lleven, dando tumbos, a donde se les de la gana.  En últimas, encarrilar nuestras casualidades, en la medida de lo posible y hasta donde estas lo permitan,  hacia lo que cada uno le apuesta.