Nunca le cogí el gusto al cigarrillo; alguna vez, en el primer semestre de universidad, le pedí a un amigo que me enseñara.
Teníamos una clase a las 7 de la mañana y muchos estudiantes se aplicaban un combo de tinto y cigarrillo. Al principio creí que lo hacían para contrarrestar el frío de la mañana, pero después me incliné a pensar que el tinto era una simple arandela y que fumar era la actividad importante, la que les brindaba un profundo placer. Imagino que eso fue lo que me llamó la atención del cigarrillo en ese entonces.
Aprendí y creo que lo hice bien, no me atoré, ni me puse a toser, pero al final no encontré ese placer que buscaba; supongo que mi falta de interés fue producto del olor del cigarrillo que, a los que no nos gusta, simplemente nos resulta desagradable, al igual que la manera en que lo impregna todo, y lo difícil que resulta deshacerse de él.
De pronto con la pipa la historia habría sido otra, porque ese es un olor que me encanta, por lo menos el que producía el tabaco que utilizaba Fabio, un amigo de mis padres.
Cuando era pequeño me gustaba mucho cuando nos invitaban a su casa, primero porque era como un castillo rústico en miniatura, en el que todo parecía estar hecho en madera; era un escenario perfecto para un cuento que podría ocurrir, que sé yo, digamos que en un bosque escandinavo, si, además, le clavamos a la casa una vista hacia un lago.
No recuerdo que hacía yo en esas reuniones, con quién o qué jugaba, pero lo mejor era cuando mi olfato detectaba el olor a pipa. Yo dejaba de hacer lo que estuviera haciendo y me iba a la sala a embriagarme de ese olor tan desconocido para mí en ese entonces.
Buscaba algún lugar en el cual sentarme y, ajeno a la conversación de los adultos, me ponía a a mirar o, más bien, admirar la madera; es que ustedes tendrían que haber visto esa madera, parecía milenaria, como de otro mundo, como si las personas que confeccionaron cada mueble hubieran destinado miles de años a su labor.
Les decía, me sentaba a contemplar la madera y a aspirar fuerte sin que nadie se diera cuenta, tratando de absorber todo el olor a pipa posible.