Un hombre su sube a una buseta, intercambia unas palabras con el conductor y luego se salta el torniquete. Lleva una apariencia descuidada: Su pelo está ensortijado y lleva una camisa blanca metida a las malas dentro del pantalón, un saco de vestido negro con manchas de polvo, y una corbata del mismo color con el nudo desajustado. Parece una de esas personas que se van de fiesta entre semana y no alcanzan a pasar por la casa para darse un duchazo antes de volver a la oficina.
En una de sus manos lleva un periódico enrollado. Se recuesta contra una silla, le da los buenos días a los pasajeros y, ante algunas caras de fastidio, dice que pueden estar tranquilos, pues no les quiere vender nada.
Con un latigazo de su brazo desenrolla el periódico, se agarra fuerte del tubo de la buseta con la mano que tiene libre, y comienza a narrar las noticias de ese día. Lee los titulares y algunos apartes de ellas, y luego da su punto de vista salpicado con comentarios sarcásticos. Luego mira a su público, que todavía no entiende bien qué busca —¿un aplauso, dinero, comida?— ese no vendedor con apariencia de cuentero.
Le da especial importancia a una noticia sobre la calidad del aire de la ciudad. Cuenta que después de unas mediciones, las autoridades se han dado cuenta de que el aire de los barrios del sur está más contaminado que el de otros sectores de la ciudad. “Hasta el aire es peor para los pobres”, concluye con ironía.
Lee de igual manera otras noticias y cuando termina nos mira sin decir nada, solo da las gracias por haberle puesto cuidado a su pequeña presentación llena de sarcasmo. Cuando comienza a caminar hacia el fondo de la buseta una persona estira la mano para darle unas monedas; otros pasajeros lo imitamos, se las merece.