Tengo una reunión con alguien de España al medio día de allá, que son las 5 de la mañana acá.
Siempre me ha intrigado eso de la diferencia horaria, que unos se estén levantando cuando otros apenas van a dormir genera, pienso, cierto desequilibrio. Por eso quizá el mundo anda patas arriba, por el desbalance entre la vigilia y el sueño, en fin.
El día anterior me propongo dormirme como máximo a las 11 de la noche, pero entre un poco de lectura y ver televisión cierro los ojos y apago la luz de la lámpara que tengo al lado de la cama a las 12:19 a.m.
Configuro una alarma a las 5:45, para tener tiempo de prepararme un café, y otra a las 5:55 por si sigo derecho y en la que la preparación de la bebida ya queda descartada.
12:19, 12:30, 12:45 y sigo despierto. Me gustaría ser como mi hermana o hermano, que cierran los ojos y se duermen al instante, pero ayer fue uno de esos días en los que mis pensamientos se disparan en todas direcciones, apenas cierro los ojos para dormirme. Creo que finalmente lo logré a eso a la 1 de la mañana.
Me despierto, tomo el celular para mirar la hora y son las 3:30 a.m. lo apago y clavo la cabeza en la almohada. Hace un mes, otro día en que también tenía una reunión a esa hora, también me desperté antes de que sonara la alarma, y decidí quedarme despierto; pasé todo el día como un zombi.
También me gustaría ser como esas personas que pueden funcionar con solo cuatro horas de sueño, pero yo necesito mínimo seis.
Me vuelvo a despertar a las 4:20 a.m, cierro los ojos de nuevo, y espero a que suene la alarma.
La reunión duró 45 minutos y heme aquí escribiendo esto a las 6:29 a.m. con una cobija sobre mis piernas y a punto de ir a servirme el segundo café del día, mientras que en España ya es la 1:30 p.m y las personas estarán almorzando o ya lo habrán hecho.
Algo raro encierra la diferencia horaria.
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