Un día, un sábado en la mañana para ser precisos, Luis García iba caminando hacia la panadería de la esquina. Parecía un día normal, si tal cosa se puede decir de un día, en el que García intercambiaba información y sensaciones con la realidad sin ningún sobresalto.
Cuando estaba cerca de su destino, García cayó en cuenta de que en la intersección había ocurrido un accidente. Habían atropellado a alguien y los chismosos ya habían hecho una media luna alrededor del cadáver.
García no le presto atención al hecho y entró a la panadería, compró una bolsa de pan, una de leche, y cuando iba a pagar, le dio por entablar una conversación casual con el tendero. “¿Qué fue lo que pasó en la esquina?”, le preguntó.
“Hace como unos 20 minutos atropellaron a una persona”
“Ahh ya”, respondió García y su frase quedó como flotando en el aire, pero no recibió respuesta alguna.
Cuando salió de la panadería, la curiosidad le ganó y, con pasos tímidos, se acercó al tumulto de personas.
“Pobre hombre, tan joven que era”, dijo una señora
“No lo muevan, esperen a que llegue la policía”, dijo un señor bajito de bigote, como si fuera una escena a la que estaba acostumbrado.
“Suficiente realidad por hoy”, pensó García, y Cuando iba a dar media vuelta para devolverse a su apartamento, con el rabillo del ojo vio los zapatos del muerto, que habían quedado descubiertos porque la sabana era muy pequeña, o bien la victima muy grande o, en últimas, se la habían puesto mal.
“¡No puede ser!”, exclamó en voz alta, y las personas que estaban a su alrededor lo miraron extrañados, como exigiendo una explicación.
García cayó en cuenta de que había pensado en voz alta, dio media vuelta y emprendió la huida.
Se exaltó porque los zapatos que había visto eran los de Jorge York. Eran rojos con una línea verde que bordeaba la suela. Eran feos y York lo sabía, pero justificaba su uso, pues decía que nadie más tenía esos un par de zapatos iguales en el mundo y que los había comprado en Tailandia.
Lo más sensato habría sido revisar que el muerto no era su amigo, pero se rehusaba a pensar en eso y por eso huyó del lugar.
Luego cuando metió la mano al bolsillo para sacar las llaves del apartamento, el celular le sonó. Cuando lo iba a contestar leyó en la pantalla del aparato: “Jorge Y.”
¿Acaso York lo estaba llamando desde el más allá?”
“¿Alo?”, contestó temeroso
“¿Qué más Luisito?, ¿cómo estás?”
“Bi…bi..en… y tú?
“¿Por qué el tartamudeo, suenas asustado, ¿acaso viste un muerto o qué?
Por más de que York estuviera muerto, su comentario le pareció una falta de respeto, pero camufló su reacción y, alterado, le respondió”.
“Oye, ¿sabes algo?”
“¿Qué?, dime”
“Eres un mentiroso, no eres el único que tiene un par de zapatos rojos con una línea verde”
“¿De qué hablas?”
“ Sí acabo de ver a alguien más con esos zapatos”
“¿A Quién?, ¿lo conoces?”
Ehh… no, un hombre que iba caminando por la calle”
“Ahora que hablas de caminar, precisamente estoy en tu barrio y para eso te marqué, a ver si me invitas a una cerveza o, como es temprano, por lo menos a un café”.
“Si claro, te espero”.
“Qué idiota”, pensó apenas entró y cerró la puerta. "¿Ahora qué iba a hacer?"
Se sentó en la sala y esperó unos minutos a que la realidad se ajustara, pero, al parecer, todo seguía igual.
Alguien timbro a la puerta, una dos tres veces…
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