sábado, 30 de junio de 2018

Muerte y religión

El otro día escuché, en un programa de radio, sobre un estudio que habían hecho; este consistía en averiguar que piensan las personas en la madrugada a eso de las 3:00 a.m. El resultado que arrojó fue que, si llegamos a estar despiertos a esa hora, es muy probable que los temas que ronden nuestras cabezas sean la muerte y/o la religión. 

El primer tema no me extraña, pues como lo dije el otro día, este para ser precisos, es un tema al que le doy muchas vueltas en mi cabeza. pues es difícil encontrar algo que no esté relacionado con él, ¿no creen? 

Si el estudió arrojo que pensamos sobre la muerte, me extraña que no haya arrojado también como tema el amor, pues esos dos, creo yo, son los temas que gobiernan nuestras vidas y que más nos rayan la cabeza. 

Hoy me desperté a las 03:15 a.m. y cómo siempre que me despierto en la madrugada, lo primero que hice fue intentar descifrar por qué me desperté, si tenía frío, mucho calor, dolor de cabeza, estomago, pero son pocas las veces que logro identificar la causa de mi repentina vigilia. 

Otras veces pienso acerca de la hora del Diablo, pues estudiosos sobre ese tema, aseguran que en la madrugada somos propensos a experimentar fenómenos paranormales. 

Hoy, apenas me desperté, no dediqué tiempo a pensar en nada de eso, ni en la muerte, y mucho menos en la religión, tema que, de todos, es el que menos me interesa. Intenté quedarme dormido de nuevo, y después de respirar hondo y profundo por unos minutos fracasé en el intento. Luego prendí el televisor y estaban dando También Caerás. Me vi una de las supuestas bromas y pensé que si algún día me llegaran a hacer una muy pesada a mi,  los mandaría a comer mierda. 

Me aburrí pronto del programa y canaleé por u rato hasta dar con un canal de películas. Caí en una escena de la que no entendí nada, mientras decidía si iba a la cocina por un Chocorramo y un vaso de leche. 

Al final me dio pereza todo, el antojo, la televisión, la hora del diablo, etc. di media vuelta y me quedé dormido, y antes de que eso ocurriera, nunca pensé sobre religión o muerte.

viernes, 29 de junio de 2018

Cabezazo rompe profecías

Hace unas semanas, antes de empezar el mundial, fui a una peluquería. Ya en la silla, mientras la peluquera echaba agua en el pelo, comencé a conversar  con ella sobre cualquier cosa, usted ya sabe estimado lector, esas conversaciones sosas sobre el clima, política, la noticia del momento y, en esta ocasión, no podría faltar el mundial como tema obligatorio. 

Cuando llegamos a él, la mujer me preguntó que qué me parecía y luego de responderle cualquier cosa, me dijo que igual lo mejor era no ilusionarnos porque ella había oído las declaraciones de una vidente, que había asegurado que a Colombia la sacaban en primera ronda, y que esa señora también había salido con una revelación relacionado con no sé qué acontecimiento importante hace unos años, así que lo mejor era creerle.

Siempre he dicho que no creo en nada que tenga que ver con adivinar el futuro, pero sé que en algún lugar del cerebro, aún me queda una resquicio por el que se cuela la duda, que hace que me plantee la famosa pregunta: “¿qué tal que sea cierto?” 

El punto es que me dio mal genio en ese momento pues, ¿quién se creía la peluquera para sembrarme una semilla de duda en la cabeza? 

Días después, cuando Colombia jugo su primer partido contra Japón, pensé: “Bueno, parece que la vidente tenía razón”, pero al siguiente cambié de opinión: “¿Cómo la vio, bruja?”, pensé con la goleada a Polonia. 

En el último, cuando la victoria de los polacos había opacado la profecía de la mujer, llegó el cabezazo de Mina para destruirla por completo. 

Ya decía yo que eso de creer en profecías es una pendejada.

miércoles, 27 de junio de 2018

Juliana Y Marcela

Camino y tengo mucho calor, aunque el cima es frío. Un par de gotas tontas se le escapan al cielo. No sé si la sensación térmica que llevo encima se deba a la cadencia apresurada en mi andar, la chaqueta acolchada que llevo puesta, o si estoy ardiendo en mal genio; creo que es una mezcla de todo. 

Tengo ganas de coger el mundo a patadas, de descargar toda mi ira contra algo o alguien. Dos mujeres vienen caminando hacia mi y una de ellas está, ligeramente, invadiendo mi carril. Es una acera así que los carriles no existen, pero me imagino que voy sobre uno y que nadie lo debería ocupar, mucho menos en dirección contraria. 

Cuando nos cruzamos, nuestros brazos chocan con fuerza. “Tarada” pienso, y volteo a mirar a esa mujer que no sabe andar por su carril. “Mucho patán”, me dice y mira con cara rabia. Sonrió, pues me agrada haber contagiado, un poco, a alguien, con mi estado de ánimo. 

“¿Qué quiere que haga?”, le respondo desafiante. 
“Podría invitarnos a una cerveza”. 
“Solo tomo negra”, les digo. 
“Para nosotras está bien, cerveza es cerveza”, responde, mientras su amiga guarda silencio. 

Síganme, les digo, y arrancó a caminar aun más deprisa. Confío en que se aburran y desistan de la idea de tomarse una cerveza con un extraño, además no tengo dinero. Salí de casa con el único fin de despejar la mente y no de entablar conversación con alguien más, pero ya ven, uno siempre piensa en hacer A y termina por hacer Y, Z, T, o el universo, destino, dios, en fin, quien sea, nos obliga a hacer cosas paras las que el abecedario se queda corto. 

Alguna de las mujeres con las que estoy, por no decir ambas, podría ser una ladrona, una de esas que extirpan los órganos de las personas para venderlos en el mercado negro; la verdad, pocas son las ganas que tengo de despertar en una bañera repleta de hielo. 

“¿Hasta dónde nos va a llevar?”, pregunta la única que ha hablado hasta el momento. 
“Freno y doy media vuelta”. Ellas también frenan, supongo que tampoco quieren perder un órgano. 

“Vean, lo que pasa es que no tengo dinero” 
“Yo tengo cerveza en mí casa”, dice la que no había hablado. 
“¿Negra?” 
“Rubia, pero pedimos de la otra” 
“No me gusta andar con extraños”, respondo 

“Yo me llamo Juliana”, me responde la mujer de pelo negro y crespo hasta los hombros. 
La otra, una mona teñida, dice: “Y yo Marcela” 
Nos miramos unos segundos a los ojos sin decir nada. 
“¿Y usted?”. 
“Juan”. 

Debí haberles dicho otro nombre: Jairo, Andrés, Jorge, igual, a la larga. uno es muchos al mismo tiempo, pero no, tenía que decirles el que llevo en la cédula. 

Me acerco para estrecharle la mano a Juliana, y cuando se la voy a dar a Marcela, ella termina el saludo con  un beso en la mejilla. 

“Ahora ya nos conocemos, ¿vamos?”, dice Juliana. 

Ahora la que lidera el camino es Marcela. No sé cuál es la letra del abecedario de esta situación.

martes, 26 de junio de 2018

Debería escribir una novela

A veces, cuando me siento a escribir, imagino que soy un gran novelista y entonces busco el archivo de la nueva obra que estoy escribiendo y no lo encuentro, pues está claro que solo es una fantasía, un tobogán de placer efímero por el que mi yo escritor se desliza por unos segundos. 

Luego pienso: "Debería escribir una novela", pero me molesta el supuesto de tener que escribir una solo porque sí; de arrancar a teclear a la wachapanda (palabra no palabra que utilizo como sinónimo de “a la maldita sea”) cualquier cantidad de palabras inconexas, solo por el hecho de que en esta vida debemos sembrar un árbol, tener un hijo o escribir un libro.

Una vez, en una rueda de prensa de James Rhodes, conocí a un periodista de un portal de noticias. Luego del saludo, la conversación tomo rumbo hacia los mares de la literatura y la escritura. El hombre me contó que había estudiado Ciencias Políticas, pero que solo lo había hecho por complacer a su familia. En algún momento, luego de haberse graduado, tomó un taller de escritura de Idartes y se dio cuenta que le gustaba mucho escribir y que no lo hacia mal. Por medio de un conocido, le pasó la hoja de vida a la directora del portal de noticias, quien lo entrevistó y lo contrató. 

Ya en el clímax de la conversación, le pregunte: “¿Ha escrito novelas?” 
“Si, dos hasta el momento. La primera es muy mala, y la segunda es novela erótica, pero parece que fuera una película porno”, me dijo mientras reía. Luego me hablo de que le gustan los principios fuertes y desconcertantes en un libro. “Vea, como el principio de Instrumental de James Rhodes”, concluyó mientras me pasaba ese libro. Lo abrí para leerlo: “La música clásica me la pone dura.”

Tiene razón ese escritor-periodista-politólogo, ¿quién no va a querer saber por qué la música clásica se la pone dura a alguien?

En otro momento de la conversación, me contó que, en algún punto de su proceso de escritura, decidió estudiar música, pues para él la estructura de una historia es similar a la de una pieza musical con sentido, que entra por los ojos de una persona y lo arrulla.

El escritor-periodista-músico-politólogo prueba mi punto de que escribir una novela no se trata solo de escribir por la mera vanidad de poder decir que se publicó una novela, sino por un deseo y urgencia muy fuertes, difíciles de explicar. 

“Debería escribir una novela”, me digo, e inmediatamente pienso en el tema, sobre qué va a tratar, ¿cuál va a ser ese mensaje, escondido detrás de las palabras y los hechos que voy a narrar y qué le quiero dejar al lector? Eso, creo, es una de las piezas más importante al momento de entregarse a esa tarea, para que todo el cuento de escribir funcione mejor.

Una que empecé hace mucho tenía como protagonista a Heinz, un hombre al que le molestaba compartir nombre con una salsa de tomate. Heinz, tenía la facultad de ser alguien distinto en cada situación de su vida, es decir, cambiaba de personalidad en cada interacción con otra persona. Este es un aparte de un capítulo titulado: María Camila

—¿Tú ya hiciste la primera comunión? 

A Heinz no le gustaban mucho las preguntas, no porque no supiera las respuestas, sino porque estas siempre le resultaban ofensivas o desconcertantes. Prefería simplemente estar, pero ¿qué es estar?, tan solo bastaba que algo, un gesto, una acción, una mirada, etc. detonara su ‘estado’, como él solía llamarlo. 

—No, me la hicieron, que es algo muy distinto. ¿Alguien te pregunto si querías hacer la primera comunión? 

- —No, pero hoy me dieron helado –respondió María Camila.

Luego de un par de hojas, la abandoné porque no sabía para donde iba. Heinz se me perdió entre las palabras escritas, en conclusión, me aburrí. 

Luego comencé otra que se llamaba Inferno, cabe anotar que el título se me ocurrió mucho antes que Dan Brown sacara su novela. En la mía, Inferno era un bar dirigido por un tarado de apellido Martínez. Con esta me paso lo mismo que con la de Heinz, no sabía para donde iba el escrito. Supongo que todo se relaciona con la ausencia de tema. 

Revisando ahora la carpeta “Novela” me encuentro con una, sin título, que empecé a escribir en el 2012, y que tiene 25 páginas; por el comienzo supongo que trata acerca de un escritor:

El archivo que había guardado la noche anterior había desaparecido. Eso no le importo en lo más mínimo. Hacía un mes que no tocaba ese texto y los párrafos que había escrito parecían pertenecer a otra historia. Incluso le dio mal genio porque una de las ideas que se le ocurrieron contradecía lo escrito tiempo atrás. 

También está “250”, una de capítulos de exactamente 250 palabras.

“El Contador”, la última que se me ocurrió me gusta porque parece que finalmente tengo, junto con un personaje, un tema sólido sobre el cuál trabajar. Si no la he vuelto a tocar, es porque estoy esperando a que los eventos se me conecten y organicen mejor en la cabeza y/o que me encuentre con un libro o un artículo que debo leer antes de continuarla.

Otros intentos de novela los he convertido en cuentos cortos.

Debería escribir una novela.

lunes, 25 de junio de 2018

Anhelos

Cuando era pequeño veía muchos partidos de tenis con mi papá y mi hermano. En especial me gustaban los de Wimbledon, con sus canchas de césped perfecto. Algo a lo que le ponía mucha atención era a los recogebolas, prestos a correr de un lado a otro de la cancha para recoger las pelotas que se quedaban en la malla.

No sé por qué, pero siempre me fascinó la tarea que tenían, y soñaba con desempeñar ese papel algún día. Hace un par años me enteré de que son jugadores de tenis en potencia y que si están ahí, es porque son los mejores, así que ya perdí la ilusión de desempeñar ese papel.

Ya que no pude ser recogebolas ahora tengo otro anhelo: trabajar como locutor de fútbol en Inglaterra, que quizá, por algún giro extraño del destino, podré cumplir. Se preguntará usted, estimado lector, la razón de ese anhelo, y se debe a que me encanta la manera en que narran, tan desprovista de opiniones y repleta de figuras narrativas y adjetivos que quizás en otro contesto serían empalagosos, pero en sus narraciones resultan precisos. Tiendo a pensar que a esos locutores les fascina la literatura y escribir. 

Pero esto también no deja de ser otro sueño, pues primero tendría que alcanzar un nivel de ingles C que, según una amiga que estudió lenguas, es como ser hablante nativo, y eso no es nada, también debería lograr imitar el acento que, creo, es una de las principales razones para que las narraciones sean tan amenas.

Otro anhelo frecuente, aparece cuando escucho música y me imagino tocando, de forma perfecta, alguna batería complicada, como la de alguna canción de Rush, por ejemplo. 

Lo bueno es que por más ridículos e imposibles que sean esos anhelos, me parece que no tiene nada de malo aferrarnos a ellos, para hacer la vida más llevadera.

sábado, 23 de junio de 2018

Silencio de media noche

Falta poco para la media noche. Me gusta escribir y/o leer a esta hora, porque cuesta más percibir cualquier ruido o sonido. Aparte del incansable ventilador del computador, a ratos se escuchan algunos carros que pasan por la calle y, por un instante, me aventuro a pensar quiénes son las personas que van dentro de ellos, si están alegres o tristes, si van de fiesta, para sus casas o quizás están de viaje, y también me pregunto qué los mueve en la vida, qué les alegra y qué los entristece. Creo que eso nos hace mucha falta, es decir, mostrarnos vulnerables, con nuestros miedos y dudas y dejar tanto derroche de seguridad de lado; que dejemos de acudir a esos temas de conversación comodín que siempre utilizamos, y que más bien elijamos unos que escarben nuestras partes oscuras al igual que las resplandecientes. 

Otras veces, en momentos como este, pienso que estoy solo, quizá no en el mundo pero si que estoy en la mitad de la nada, de alguna de las tantas regadas por el planeta, una nada preferiblemente rodeada de campos verdes muy extensos que culminan en unas montañas cubiertas de nieve. En esa fantasía siempre me acompaña un jarro con una bebida caliente y humeante que, por alguna extraña razón, no pierde su calor ni deja de escupir vaho. 

Hace un par de años, en una reunión de trabajo, en la que todos teníamos caras muy serías, me puse a mirar por la ventana y por un instante no vi carros ni persona alguna en la calle.  "Solo quedamos nosotros" pensé esa vez. El imaginar el mundo solo, sin otros humanos, es un pensamiento recurrente que quién sabe que significará a nivel psicológico. 

“El silencio es belleza” dice una canción de Collective Soul, pero no me gustan esas afirmaciones tan absolutas, que no dejan ningún resquicio por el que se puedan colar dudas y preguntas, como “¿qué tal si…?”, esa inquietud tan necesaria en nuestras vidas.

viernes, 22 de junio de 2018

Hora de lectura

Recuerdo que en el colegio teníamos un tiempo en el que podíamos ir a la biblioteca a leer lo que quisiéramos. En ese entonces, sin computadores donde buscar el catalogo de libro disponibles, existían unos ficheros que estaban dentro de unos cajones de metal con la información de todos los libros.

Lo que uno tenía que hacer era anotar la información del libro, nombre autor y año de publicación, y llevársela a la bibliotecaria, una mujer rolliza y de pelo negro muy largo, para que lo buscara. Un día encontré un título que me llamó la atención y cuando lo solicité, resultó ser un libro pequeño con ilustraciones, en el se contaba la historia de un niño que se iba de vacaciones a la playa con su familia. Era gracioso o por lo menos así me parecía en ese entonces, y se podía leer rápido.

Muchas veces pedí el mismo libro; no sé por qué me cautivaba tanto, supongo que podía relacionarme de alguna manera con el personaje principal y lo que le ocurría, aunque fueron pocas las veces que fui a la playa durante el colegio.

Un día vi que un amigo estaba muy indeciso y no sabía que libro pedir. Le pregunté que qué le pasaba. Me dijo que casi siempre escogía libros que lo aburrían mucho. No dude ni un instante en recomendarle mi gran descubrimiento (poco sabía, en ese entonces, lo difícil que es recomendar libros, y que por más de que a uno le gusten, no significa que van a tener el mismo impacto en otros) y me sentí bien de poder hacerlo.

Al finalizar la hora de lectura, me acerqué a él y le pregunté cómo le había parecido. Me dijo, sin ningún brillo de emoción en sus ojos, que le había agradado, pero nada más. Era claro que le había gustado, pero no al mismo nivel enfermizo mío.

jueves, 21 de junio de 2018

Ideas escurridizas

Hoy me gustaría utilizar un escrito reciclado, pues estoy seco de ideas, o bien se me escurren antes de que lleguen a mis dedos; algo que no debería ocurrirme si tanto me gusta escribir. Busqué algunos de esos escritos viejos, pero me parecieron malísimos y otros, que creía haber comenzado, me los debí haber soñado porque no los encontré por ninguna parte. 

Creo que lo que en verdad ocurre es que estoy cansado, y lo que tengo son ganas de tumbarme en la cama y mirar pal techo por un rato, luego cerrar los ojos para hacer pereza, hasta que me aburra y me de por mirar televisión. Entre esos planes a cortísimo plazo también se encuentra leer, actividad que, supongo, haré cuando me meta dentro de las cobijas. 

Volvamos a lo de no tener ideas. En el libro Joseph Anton, Salman Rushdie cuenta las penurias que tuvo que pasar mientras tenía encima la fetua que le impuso el ayatolá Jomeini. Entre muchas de las cosas que narra, se encuentran las reuniones que tenía con diferentes escritores. En una visita a Kurt Vonnegut, el escritor estadounidense le preguntó: “¿Vas en serio con esto de escribir?” Y ante la respuesta afirmativa del autor de los Versos Satánicos, el primero le respondió: “Entonces debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”. 

El tema de no tener ideas me preocupa, pues desilusiona un poco eso de no tener ni siquiera una, para escribir las 300 palabras que considero como mínimas en cada una de las entradas de este blog. Hasta este punto van 267, así que por hoy creo que me “salve”. Ni idea cuáles van a ser las palabras que van a cerrar el post, imagino que serán muy pocas, y que conformarán un párrafo corto, a menos que justo antes de iniciarlo, se me ocurra la idea de una gran novela que va a sacudir los cimientos de la literatura, y me dé por escribir un capítulo inicial  o por lo menos una introducción tan poderosa como la de Ana Karenina o la de "La metamorfosis".

Termino de escribir para informarle,estimado lector, que no se me ocurrió esa gran idea, pero que aún continuo en su búsqueda. Entre otras noticias he decidido tumbarme en la cama para leer.

miércoles, 20 de junio de 2018

Estados

Celebro con mi hermana una sesión de película y comida chatarra. Nos decidimos por una  de “terror”, aunque imagino que a ella, al igual que a mí, le asustan cosas muy diferentes que muertos vivientes, posesiones demoníacas y el resto de tramas que presenta ese género, y me refiero, estimado lector, a esas guerras internas que uno lleva por dentro, tan difíciles de poner sobre la mesa. 

La película que vemos trata acerca de un grupo de científicos que crea un suero para revivir organismos muertos. 

Al principio ensayan con cerdos y perros y todo es color de rosa, pero llega un momento en que todo se va a la mierda, pues los genios deciden revivir a una persona, y resulta que esta vuelve a la vida con poderes especiales, pues el brebaje que le inyectaron hace que utilice el cerebro al 100%, mientras que, como bien sabemos, los vivos, bien brutos que somos, solo lo utilizamos al 10%

Por favor no vean la película, es un hueso. Afortunadamente no recuerdo el título. 

El muerto viviente, por llamarlo de alguna manera, me hizo pensar en estados, Muerte y vida, en este caso en particular, pero los hay de todo tipo: Rico-pobre, empleado-desempleado, Bello-Feo, Tonto-Inteligente, Inserte aquí el que sea de su agrado

Se me ocurre que independiente de en cuál estado nos encontremos imersos, siempre queremos saltar a otro, lo que nos hace vivir cargados de ansiedad, pues nos aterra y cuesta aceptar el carácter determinante del estado actual. 

lunes, 18 de junio de 2018

Blues y Jazz

Cuando salgo a la calle, examino los bolsillos de la chaqueta, y aparte de recibos, servilletas y una cuchara plástica, me encuentro con un folleto azul pequeño. 

Decido hojearlo y resulta ser una pieza promocional del festival de Blues y Jazz Libélula Dorada de este año. Tengo fresca en mi memoria la imagen de cuando lo tomé, pero borrosa la del lugar donde eso ocurrió, aunque recuerdo que ese día pensé: “Voy a ir”, evento que finalmente no ocurrió, pues el festival se celebró del 7 de abril al 16 de Junio y hasta ahora se me vuelve a presentar. 

El librito, a mi parecer, esta muy bien diseñado y antes de la presentación de las agrupaciones que hicieron parte de la última edición, hay una introducción, en la que se habla acerca de los 21 años del festival, dato que relacionan con la mayoría de edad que, hace algún tiempo, en algunos países, era apta para ejercer el voto y consumir alcohol aunque, como bien sabemos, se supone que ambos eventos son mutuamente excluyentes en un día de elección, aunque cada quien es libre de descerebrarse a punta de trago en su casa y no ir a votar si es el caso, pues al momento de votar cada quién hace lo que le venga en gana.

Escuché hablar sobre ese festival por primera vez en la universidad, cuando estábamos organizando un evento de bandas de rock con unos amigos, y las bandas invitadas que teníamos en la mira eran Seis peatones o Black Cat Bone; al final logramos contactar a la segunda. 

Pero volvamos al folleto. Este tiene 22 páginas, cada una de ellas con la foto de una banda y una corta descripción de su trayectoria, quiénes son sus integrantes y sus influencias. En la contraportada trae un listado de grupos invitados entre los que me llaman la atención, solo por el nombre, Isidore Ducasse jazz blues band, Arrabalero y Fónika band. 

Libelula Dorada, siempre me ha gustado como suena la combinación de esas palabras y las imágenes que evocan.

sábado, 16 de junio de 2018

Elecciones

“Apreciado cliente: Le recordamos que quedan 20 minutos para que empiece la ley seca que va desde las 6 de la tarde del hoy hasta las 6 de la mañana del lunes”, recita una voz de mujer a través de los parlantes de un supermercado, y concluye: “quedan 20 minutos para que lleve todo el trago que quiera”.

El mensaje lo repiten cada 5 minutos, y la mujer tiene mucho cuidado en decirnos el tiempo restante que tenemos para comprar licor. Paseo, como siempre en esos lugares, medio perdido, hasta que consigo todos los productos que voy a llevar.

A 5 minutos de que comience la ley seca, mientras hago fila en la caja, la mujer repite el mensaje. En ese momento, un hombre se ubica detrás de mí en la fila, y me pide permiso para poner encima de la banda dos six pack de cerveza y media de aguardiente.

No sé por qué el conversador con extraños que llevo dentro sale a flote y le digo: “Apenas…”
“Si toca reabastecerse”, responde.
“Para emborracharse mañana”, le digo
“Si, aunque dicen que eso ya lo gano Petro”


No entiendo bien el uso de la palabra “aunque” en su frase, y solo atino a preguntarle: “¿Usted cree?”, pero el hombre no me escucha, o simplemente se aburrió de conversar con un extraño.

jueves, 14 de junio de 2018

Efecto dramático

Es tarde, pero me enganchó en un capítulo de una serie. En él, llevan a una mujer a reconstruir la escena de un crimen. En una escena anterior el personaje relata un sueño recurrente en el que intenta gritar pero no le sale la voz. 

Me da un ataque de hambre repentino y caigo en cuenta de que no comí nada, así que pongo el capítulo en pausa y me voy a preparar una salchicha con pan francés. Pienso en eso de que uno no debe comer tan tarde, pero el hambre espanta mis dudas. 

Decido acompañar el snack nocturno con un vaso de jugo de mandarina, y cuando llegó al cuarto me meto en la cama y le pongo play al capítulo. La escena es tensionante, y ahora, al igual que en el sueño de la mujer, a ningún personaje le sale la voz. “ ¿Qué ocurre?” me pregunto, y luego de unos segundos, imagino que la mudez de los personajes fue idea del guionista, un efecto dramático para resaltar el desconcierto de la protagonista, su tristeza y desolación, en general, la agitación emocional con la que carga. 

La escena está a punto de acabar y todos siguen sin hablar. Luego comienza otra con otros personajes y supongo que algo está mal. 

Tomo el control y le subo el volumen, que está completamente en 0, al televisor. Ese efecto dramático en el que había pensado, lo causé yo mismo, cuando llegué con mi merienda nocturna y sin querer me apoyé en el control hasta que le quité todo el volumen al televisor.

miércoles, 13 de junio de 2018

Los libros de mi padre

Cuando era pequeño a veces me gustaba mirar los libros que tenía  mi papá en su biblioteca. Recuerdo, por ejemplo, que había uno pequeño con una portada amarilla. Ese libro estaba descuadernado y era de ejercicios matemáticos y acertijos, y tenía unos muy difíciles del tipo: Un autobús lleva 10 personas. Para y recoge 2, luego se bajan 3, al rato se suben 5 más, y después de un extenso y compacto párrafo, lleno de operaciones con humanos, al final preguntaban algo como : “¿Cuál era el nombre de la señora con el moño rojo que iba en la segunda fila de asientos?”. Yo leía los ejercicios y aunque no había forma de que los resolviera, me intrigaba mucho pensar cuál sería la posible respuesta. 

El que más me llamaba la atención era “Navidad en Ganímedes” de Isaac Asimov, que en la portada traía un dibujo futurista que, si no estoy mal, hacía alusión al satélite de Júpiter, junto con un extraterrestre. En ese entonces Me intrigaba mucho pensar en cómo sería esa época en ese lugar que, aunque bien lo suponía remoto, no tenía idea donde quedaba. 

Otro libro, que de solo verlo me parecía un libro denso y pesado en todo el sentido de la palabra, era Crimen y Castigo, y mis suposiciones eran reforzadas por una portada negra, rugosa y blancuzca que evidenciaba el trajín del libro en años previos. Ese era el único libro de literatura rusa en la biblioteca, al que mi padre le guarda un gran aprecio, y cada vez que hablamos sobre libros, siempre me cuenta cómo lo devoró en una sola noche. No sé si estará exagerando, pues me parece toda una proeza leerlo de un día para otro, pero pues hay lectores de lectores, ¿no? 

También estaba El amor en los tiempos del cólera, con las páginas ya amarillentas, uno de los pocos libros que leí de esa biblioteca, luego de que un amigo me insistiera en que era una obra maestra. 

Había muchos más libros, pero en mis pesquisas a ese sector de la casa, siempre caía en los mismos.

martes, 12 de junio de 2018

Reproductor

Hay cosas que no permiten que enloquezcamos, objetos que, sin darnos cuenta, nos mantienen equilibrados mentalmente, uno de ellos es el reproductor musical. 

¿Cuántas veces no habríamos cometido o planeado cometer un acto estúpido, de no ser porque nuestros pensamientos estaban ocupados, tarareando la canción que escuchamos en uno de ellos? 

Mi primer reproductor fue un Walkman Sony de color verde militar, que implicaba el uso de un par de pilas doble A y de casetes, en mi caso los TDK 90, con 45 minutos de grabación por cada lado. 

Ese Walkman sufrió muchos golpes, pero el que más recuerdo fue el de esa vez que crucé una calle corriendo y se salió del bolsillo de mi camisa, y lo único que pude hacer, luego de que se estampara contra el pavimento, fue patearlo fuerte hasta el otro andén, y esperar a que, por cosas del azar, ningún carro pasara por encima del casete que había salido disparado del walkman apenas se estrelló contra el piso. 

Tiempo después cuando el walkman dejó de funcionar, heredé de mi hermano mi primer mp3, un tubito plateado pequeño, que también necesitaba una pila triple A, pero que cargarlo no resultaba tan engorroso como llevar el walkman. 

Ese reproductor me duró bastante tiempo, hasta que mi hermana me regaló un Ipod nano. No sé por qué, pero nunca me han descrestado los productos de Apple y meterle canciones al aparatico siempre me pareció un proceso lento, así que le grabé unas cuantas, pero nunca ocupé toda su capacidad y lo utilizaba muy de vez en cuando, hasta que un día no volvió a prender; fue como si el aparatico hubiera muerto de tristeza. 

Después de ese reproductor compré el que tengo hoy en un día, un MP3 Sony que lleva conmigo más de 10 años y que al igual que el Walkman, también ha resistido muchos golpes, pero aunque algunos botones ya no le funcionan todavía suena bien.

viernes, 8 de junio de 2018

El saludo de Borges

¿Quién debe saludar, el que llega o el que está? Siempre he escuchado frases tipo: “el que llega saluda”, “saludar es de buena educación”, e imagino que otras, que no recuerdo en este momento. Ahora bien, ¿qué tan importante es saludar a alguien que no conocemos?

Hoy, cuando llegué al edificio, pedí el ascensor y mientras escuchaba Reach Down, canción con la que siempre practico batería aérea. Mientras hacía eso y me perdía en el solo de guitarra. Oprimí el botón del ascensor y esperé junto con otro señor a que este llegara.

Cuando por fin la cajita que sube y baja aterrizó en el primer piso, se abrió la puerta y salió de él un hombre canoso y calvo que me recordó a Borges.

El hombre se quedó mirándome fijamente, mientras movía los labios, pero sus palabras no llegaron a mis oídos pues, bien sabemos, estaba inmerso en la actividad de escuchar música, y justo en ese momento zapateaba fuerte el piso, dándole con mi pie derecho a un bombo imaginario.

No sé por qué me quedé mirando fijamente al hombre, hasta que caí en cuenta que me estaba hablando, así que me quité un audífono para ver que era lo que quería decirme. “¿Cómo perdón?”, fue la pregunta que formulé mientras colgaba el audífono en mi oreja derecha. “¡Que lo estoy saludando! Me respondió Borges con rabia con una especie de grito, como si fuera una obligación de mi parte tener que devolverle el saludo a él, un desconocido.

“Buenos días, no lo había escuchado”, le respondí. Tal vez, para aplacar los ánimos. Le habría podido contar sobre la canción del Temple of the Dog, mis ínfulas de baterista y, ¿por qué no?, de otras fantasías que me acompañan a diario, pero el Borges del que les hablo tenía cara de pocos amigos, como si no hubiera escrito por varios días, así que lo deje ser. 

Luego de mi respuesta dio media vuelta y farfulló otro par de palabras, imagino que hacían alusión a mi supuesta conducta inapropiada, que no llegaron a mis oídos.

jueves, 7 de junio de 2018

Accidente

Hace tiempo una amiga afirmaba soñar todas las noches y registraba sus sueños en un blog, hasta que un día se canso de hacerlo. La última vez que la vi le pregunté si todavía soñaba seguido; me dijo que sí, excepto cuando está muy cansada. 

Rara vez me recuerdo mis sueños, y cuando logro hacerlo, me pregunto si significaran algo o si sólo serán, como decía Freud, producto del inconsciente. Una página dice que si uno se queda dormido con un cigarrillo encendido en la mano y se quema los dedos, podría soñar con fuego, pero ¿a quién carajos le pasa eso? seguro a alguien que está muy, pero muy cansado. 

En el sueño voy en un carro en el asiento del copiloto. Es de día; el piloto yo nos guardamos silencio. Tomamos un puente muy extenso que en un punto tiene una curva. Cuando el chófer la toma, levanta a un policía que dirige el tráfico.  Es absurdo que el policía este de pie en la mitad del puente pero, recordemos, es un sueño. 

El hombre se estampa contra el panorámico y luego cae al piso. Justo al lado de mí puerta. El conductor frena en seco y la abro para ver en qué estado se encuentra el atropellado. Me bajo y le pregunto que si está bien. Siento que varias personas nos miran, pero ninguna se acerca. De repente el hombre se pone de pie y se tambalea un poco, pero insiste en que se no le pasó nada

Creo que el carro en el que voy es un Uber, estoy nervioso, pues no sé si me van a culpar de algo. Llegan dos policías en una moto, se bajan y conversan con el señor que atropellamos. Yo me acerco al conductor y le pregunto en voz baja por su nombre, para intentar preparar una coartada. No sé por qué me preocupa más eso que la salud del hombre atropellado. 

“ ¿Cuál es su nombre?”, le pregunto al conductor 
“Wilson Tavares”, responde. 

Cuando pretendo continuar con el diálogo los policías lo llaman. Más angustia, pues no quedamos de acuerdo en nada y no sé qué les va a decir. Ese yo dormido que mira los sueños desde lejos, no entiende la preocupación que me genera el sueño. 

Me despierto.

miércoles, 6 de junio de 2018

Amores tipo metro

Me causan intriga y a la vez aplaudo esas parejas de novios que llevan muchos años juntos y que el clímax de su historia de amor es el matrimonio. En mí caso, supongo que todo el tema del matrimonio es un anhelo inconsciente, producto de, digamos, la publicidad y las comedias románticas, entre otra infinidad de cosas. 

Hace poco vi las fotos del matrimonio de una mujer que se casó con, al parecer, su alma gemela. Cuando me encuentro con esas “parejas perfectas”, pienso que también me gustaría contar con una de muchos años, con esa persona de la que sabría casi todo, digo casi pues he leído en muchas partes que nunca llegamos a conocer a alguien al 100 %, ni siquiera a nuestra pareja, pues siempre tenemos zonas oscuras en nuestras vidas que preferimos guardar solo para nosotros. Esto no quiere decir que las personas que usted conoce, estimado lector, estén a un paso de convertirse en asesinos en serie, aunque nunca se sabe, sino que a veces es mejor que no todo se revele. “Cuando todo se sabe ninguna narrativa es posible ”, también leí en alguna parte.

Siempre he asociado los noviazgos largos con los metros de algunas ciudades europeas, pues son obras que no surgen de la noche a la mañana, sino que se han  trabajando a lo largo del tiempo, como el de Paris, por ejemplo, que cuenta con 117 años o el de Londres que tiene 155, y que, viejos y todo, funcionan bien. 

También están las relaciones tipo metro de Bogotá, esas que uno ansía tener con alguien pero que por una u otra cosa nunca se dan. Y pues imaginó, no sé, que el símil aplica para todo tipo de transporte público.

martes, 5 de junio de 2018

Señal en forma de canción

Beerdigung Significa entierro y es el nombre de la canción de Annett Louisan que escucho cuando llego al apartamento. Su final coincide con el momento en que meto la llave en la cerradura. 

Tiendo a pensar que cuando eso ocurre, es decir, cuando el fin de la canción coincide con el momento exacto en que voy a abrir la puerta, es una señal, algo evidente que el universo quiere decirme y que, a pesar de que está enfrente de mis narices, no logro ver ni descifrar. 

Posibilidades de interpretar eso, supongo que hay miles. Puede ser que tenga que ver con tres muertes recientes, una de un familiar y dos de personas conocidas, en semanas pasadas. Aunque imagino que las señales, si es que existen, carecen de sentido si pretenden señalar algo del pasado, y que más bien tienen que ver con ese terreno brumoso, que apenas se está conformando, al que llamamos futuro. Pues de eso se tratan, ¿no? Si vamos por una carretera una señal nos indica la curva peligrosa que estamos a punto de tomar, pero no tendría sentido alguno que nos dijera que hace 5 kilómetros tomamos una. 

Quizás la señal pretende que le vuelva a poner atención a ese idioma, que tanto me cautivó hace unos años. Las ganas por aprenderlo derivaron en unos cuantos cursos en un instituto de lenguas. Luego con una amiga que conocí desde el nivel A1, decidimos tomar clases particulares con una señora que insistía en que yo no me esforzaba lo suficiente, así que me aburrí y desde ahí enterré mis ganas de aprender Alemán, un deutsche Beerdigung

También me aburría las veces en que llegaba a la casa de esa señora y el que me abría era el esposo, pues cometía el error de decirle tímidamente: Guten Morgen o Guten Abend, y el señor se soltaba a hablar en un alemán velocísimo, y de todo lo que decía escasamente entendía un par de palabras, así que terminaba por asentir con la cabeza y soltaba una risita estúpida. No lo culpo, de pronto conversar con los alumnos de su esposa era la única oportunidad que tenía de hacerlo con alguien que no fuera ella, de liberarse de su amargue aunque fuera por un corto tiempo, así la otra persona no le entendiera nada, pero quién sabe, de pronto digo esto porque la señora me caía mal. 

Hace poco una mujer me contó algo con emoción. Según ella, lo que le había ocurrido era una señal y de las buenas. Yo la escuché sin mucho entusiasmo y cuando terminó de hablar no dije nada. “¿No crees en las señales?, me preguntó. “No mucho la verdad”. “Ahh, yo sí” me dijo, y en uno de esos acuerdos tácitos de las conversaciones, decidimos hablar sobre otra cosa.

lunes, 4 de junio de 2018

Poetas todos

En bachillerato, en una clase de español, tuvimos una clase sobre los Haiku. Recuerdo poco sobre el tema, por mucho, la importancia de la brevedad de los textos, que obliga a una selección y uso muy preciso de las palabras. 

Luego de la explicación, Centella, así le decíamos al profesor porque andaba en moto, nos dio tiempo para que escribiéramos uno en caliente. Al finalizar el ejercicio cada uno debía leer el supuesto poema que había escrito. 

El mío, como el de la mayoría de mis compañeros pasó al olvido, pero hubo uno que se convirtió en una epifanía, una gran revelación que nos acompañará hasta la muerte. 

En la última fila de pupitres, cuando faltaban 6 poemas por leer, le tocó el turno a Marco Emilio, un juicioso jugador de baloncesto que hablaba poco. Su Haiku fue el siguiente: 

“La hoja trabaja ligada al árbol, mañana morirá libre” 

Recuerdo el silencio sepulcral que guardó todo el salón después de escucharlo, cada uno, imagino, intentando digerir esa cachetada de palabras y significados de la mejor manera posible. 

En estos días en el grupo de chat, recordamos de nuevo en el episodio. Un amigo mencionó que sería el mejor epitafio y el Marco complementó diciendo que aplica para todo. 

Le pregunté si fue producto de un fogonazo creativo o que si llevaba una libreta oculta repleta de escritos de ese estilo. Marco respondió que en esa clase él estaba sentado al lado de una ventana que daba a un jardín interno, en el que había un arbolito que, según recuerda, estaba muy pelado, pero que aún conservaba un par de hojas verdes. 

Aprovechando el desorden de la clase y mientras Centella iba de puesto en puesto explicando el ejercicio y resolviendo dudas, el poeta efímero se englobó mirando el árbol. Después de leer el poema, el profesor se lo hizo repetir unas 20 veces, “¿acaso este man no me entiende?”, pensó Marco. 

Días después de su creación, Marco comenzó a pensar que si tenía mucho sentido decir que su Haiku aplica para todo y que con la repetición del poema, Centella solo quería procesarlo, relamerse en el una y otra vez.

Poetas todos, pero no lo sabemos.

domingo, 3 de junio de 2018

Ficción y realidad

Una familia termina involucrada en un lío con un terrorista árabe que es buscado por más de cinco países. El padre y el hijo logran capturarlo. Suena a, y es ficción; un capítulo de una serie que acabo de ver. 

El hijo le dispara en una pierna al delincuente y lo encierra en el sótano de la casa, pero después cae en cuenta que este morirá, bien sea desangrándose o por la infección que le va a producir la bala si quedó incrustada en un hueso. 

Decide sacársela y mientras realiza esa operación, la madre, que no está enterada del lio en el que se ha metido su familia, llega a la casa y lo llama. El hijo sube a la sala y luego de que se saludan, alguien timbra. Es un inspector de policía que está investigando un caso que involucra al árabe. En un momento les pide que por favor le entreguen las armas que tienen en la casa, una pistola y una escopeta. 

El hijo responde que están en el sótano y que las va a ir a buscar, pero apenas se pone de pie, el inspector le dice que es mejor que deje que la madre vaya a buscarlas, porque él tiene que hacerle unas preguntas. 

Es un momento tensionaste, “Qué va a hacer la madre?, nos preguntamos ¿Gritar apenas vea al terorista desangrándose en el sotano?, ¿quedarse callada?, pensamos mil opciones pero no sabemos qué va a ocurrir. Todo el peso de lo que ocurra recae en el personaje de la madre, o mejor, en sus rasgos de personalidad, en cómo actúe en esos momentos dónde todo está en juego. 

Recuerdo ahora un pasaje de la novela La Luz que no puedes ver, en el que a un Nazi le obligan a azotar un judío, repetidas veces, pero el hombre, que no tiene los sentimientos tan podridos, en un momento se rehúsa a hacerlo. 

Dice el guionista Robert Mackee, que esos momentos en los que una persona debe actuar bajo presión, los que revelan el verdadero carácter, y que entre más presión, más profunda será la revelación y más fiel a la verdadera esencia del peronaje. 

Supongo que esto también aplica en la realidad, pues, si nos fijamos bien, a veces son pocas las diferencias que tenemos con los personajes de una novela o una película, bien sean héroes o villanos.