miércoles, 27 de junio de 2018

Juliana Y Marcela

Camino y tengo mucho calor, aunque el cima es frío. Un par de gotas tontas se le escapan al cielo. No sé si la sensación térmica que llevo encima se deba a la cadencia apresurada en mi andar, la chaqueta acolchada que llevo puesta, o si estoy ardiendo en mal genio; creo que es una mezcla de todo. 

Tengo ganas de coger el mundo a patadas, de descargar toda mi ira contra algo o alguien. Dos mujeres vienen caminando hacia mi y una de ellas está, ligeramente, invadiendo mi carril. Es una acera así que los carriles no existen, pero me imagino que voy sobre uno y que nadie lo debería ocupar, mucho menos en dirección contraria. 

Cuando nos cruzamos, nuestros brazos chocan con fuerza. “Tarada” pienso, y volteo a mirar a esa mujer que no sabe andar por su carril. “Mucho patán”, me dice y mira con cara rabia. Sonrió, pues me agrada haber contagiado, un poco, a alguien, con mi estado de ánimo. 

“¿Qué quiere que haga?”, le respondo desafiante. 
“Podría invitarnos a una cerveza”. 
“Solo tomo negra”, les digo. 
“Para nosotras está bien, cerveza es cerveza”, responde, mientras su amiga guarda silencio. 

Síganme, les digo, y arrancó a caminar aun más deprisa. Confío en que se aburran y desistan de la idea de tomarse una cerveza con un extraño, además no tengo dinero. Salí de casa con el único fin de despejar la mente y no de entablar conversación con alguien más, pero ya ven, uno siempre piensa en hacer A y termina por hacer Y, Z, T, o el universo, destino, dios, en fin, quien sea, nos obliga a hacer cosas paras las que el abecedario se queda corto. 

Alguna de las mujeres con las que estoy, por no decir ambas, podría ser una ladrona, una de esas que extirpan los órganos de las personas para venderlos en el mercado negro; la verdad, pocas son las ganas que tengo de despertar en una bañera repleta de hielo. 

“¿Hasta dónde nos va a llevar?”, pregunta la única que ha hablado hasta el momento. 
“Freno y doy media vuelta”. Ellas también frenan, supongo que tampoco quieren perder un órgano. 

“Vean, lo que pasa es que no tengo dinero” 
“Yo tengo cerveza en mí casa”, dice la que no había hablado. 
“¿Negra?” 
“Rubia, pero pedimos de la otra” 
“No me gusta andar con extraños”, respondo 

“Yo me llamo Juliana”, me responde la mujer de pelo negro y crespo hasta los hombros. 
La otra, una mona teñida, dice: “Y yo Marcela” 
Nos miramos unos segundos a los ojos sin decir nada. 
“¿Y usted?”. 
“Juan”. 

Debí haberles dicho otro nombre: Jairo, Andrés, Jorge, igual, a la larga. uno es muchos al mismo tiempo, pero no, tenía que decirles el que llevo en la cédula. 

Me acerco para estrecharle la mano a Juliana, y cuando se la voy a dar a Marcela, ella termina el saludo con  un beso en la mejilla. 

“Ahora ya nos conocemos, ¿vamos?”, dice Juliana. 

Ahora la que lidera el camino es Marcela. No sé cuál es la letra del abecedario de esta situación.

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