Así se llamaba un programa de radio en la noche. Si no estoy mal era hasta la 1 de la mañana. Diana Montoya era la locutora, y tenía una voz de textura cálida y muy agradable.
No recuerdo si el programa tenía temas específicos cada día, pero la gente llamaba para hablar por hablar, es decir, a contar lo que quisieran. Muchas veces llamaban personas que tenían un turno de trabajo nocturno, pero a veces se colaban llamadas de personas que trasnochaban porque algo las afligía. Esas llamadas eran las que más me gustaba escuchar, porque estaban cargadas de drama, a veces con tintes de angustia, y eran las mejores historias, pues estaban repletas de conflicto.
El nombre del programa era muy preciso, pues me parece genial el poder hacer algo sin justificación alguna, solo porque sí, en el caso de hablar por hablar, decir lo que fuera sin sentirse cohibido. Esa era una de las grandes virtudes de Montoya: darle la misma importancia a todas las personas que llamaban, y dejarlos hablar por hablar, además de que daba unos consejos buenísimos.
Relaciono de cierta forma ese programa con este espacio y con la escritura, porque aquí, la gran mayoría de veces, intento escribir por escribir, porque es algo que me gusta. Como ya lo he dicho, creo que a veces surgen textos que considero buenos, y en otras ocasiones unos muy malos o simples, pero igual los publico, porque ¿qué importa si son buenos o no? Además, ¿quién les da ese calificativo?
Cuando hablar por hablarse acababa daba paso a un programa de dos hombres mayores que hablaban sobre música clásica o temas específicos que nunca escuche por completo.