jueves, 30 de marzo de 2023

Ir a cine solo

No me disgusta hacer planes solo y a veces uno de ellos es ir a cine.

En las ocasiones que lo he hecho es porque no he conseguido con quien ir y tenía muchas ganas de ver la película. Me acuerdo de que así fue con: World War Z, Ted, Whiplash y Tolkien; esta última fue la única que me propuse ir con nadie, por mi terrible adicción a ese escritor y porque quería disfrutarla de esa forma.

Recuerdo que mi hermana tuvo un jefe que conoció a su esposa de esa manera. Un día fue a cine solo, y la mujer que se sentó a su lado andaba en el mismo plan, se conocieron, se ennoviaron y se casaron. No hay otra cosa que pensar que estaban destinados a encontrarse. Lo que me pregunto es cómo habrán hecho: ¿Entablaron conversación antes de comenzar la película? ¿Alguno hizo un comentario suelto y el otro le respondió? Me gustaría conocer al detalle esa historia, para intentar descifrar los mecanismos del destino.

Por mi parte nunca me ha tocado sentarme al lado de una mujer que va sola. Solo en una ocasión vi a una, pero se sentó lejos en otra fila.

Pero ya ven, no dejen de hacer planes solos, aunque crean que está mal visto o que los pueden tildar de raros.

“Loneliness feels like such a shameful experience, so counter
 to the lives we are supposed to lead, that it becomes increasingly 
inadmissible, a taboo state whose confession seems destined to cause
 others to turn and flee.”
– The lonely city: Adventures in the Art of Being Alone

miércoles, 29 de marzo de 2023

Sobre los flashbacks

“Un vehículo vacío estacionado en la calle se consideraba un peligro potencial en ese entonces”.

Esa es la única referencia al pasado en un cuento.

Aunque es casi imperceptible, V. dice que el uso de flashbacks le enredan el caminao’ a los escritores y que nada mejor que ceñirse al presente y narrar todo desde ahí.

Le damos la razón, a veces solo sirven para complicar la narración. Recuerdo que me costó mucho leerlos en La forma de las Ruinas, la novela de Juan Gabriel Vásquez, pues eran extensos, más de 100 páginas, y siempre que caía en uno de ellos, no veía el momento en que el narrador me trajera de nuevo al presente.

A mí es mejor que me tengan ahí, al ladito de la acción, o si no me pierden.

Lisa Cron dice que hay que tratarlos con mucho cuidado y que los hay de todo tipo y tamaño. Cuenta que algunas veces pueden ser subtramas que no tienen nada que ver con la historia principal, o una pieza de información que a la larga no se necesita y por lo tanto el escritor no tiene ni idea qué hacer con ella, y termina por  insertarla a la maldita sea donde mejor le parezca.

Los retrata de esta manera: “un flashback mal utilizado es como alguien que te toca la espalda en el cine justo después de que el protagonista lo ha perdido todo. No tienes ganas de quitar la vista de la pantalla, pues en el segundo que lo hagas sabes que el hechizo se romperá”.

Tal vez, al momento de escribir, es importante tener ínfulas de budista y darle mayor importancia al tiempo presente qué a cualquier otro elemento.

Porque si un flashback disuena de la historia vendría a ser, como también dice Cron, una gota de tinta que cae en un recipiente con agua y que termina por extenderse y untar todo.

martes, 28 de marzo de 2023

Helado derretido

En un restaurante, en una mesa que da contra una pared, una pareja discute. Ella gesticula con las manos y no para de hablar, mientras que él la mira fijamente, no dice nada, y cada cierto tiempo se lleva a la boca una cucharada de helado.

Me fijo de forma más detenida en la mujer y me parece atractiva. Tiene la nariz respingada, pelo negro largo y liso, y unas pestañas negras también largas. También noto que tiene el maquillaje algo corrido, seguro porque lloró en algún momento de la discusión.

La escena carga mucha emoción y drama, y si eso está presente siempre hay una historia de por medio. Agudizo el oído, pero en el lugar hay mucho ruido: el barullo de voces de las otras mesas, el sonido de cubiertos chocando contra la vajilla y música que sale de unos parlantes.

Por eso solo alcanzo a captar un par de frases. “A mi no me importa perder una amiga”, dice ella que, al parecer, no le importa hablar en voz alta sobre la situación que atraviesan como pareja.

Parece que no ha tocado su copa de helado ni una sola vez y que ya está del todo derretido.

El hombre, como ya les dije, casi no habla, y las pocas veces que decide hacerlo, lo hace en un tono muy bajo.

Me parece extraño el contraste de las emociones del lugar. Parece que ella se está jugando la vida en esa conversación y que tiene un nudo adentro que está tratando de desenredar con las palabras, pero hacia mi derecha,  un grupo de amigos ríe con fuerza en otra mesa.

De pronto es verdad lo que dicen algunos escritores como Borges y Ribeyro sobre la superioridad de la amistad sobre el amor, en el sentido que es más desinteresada y menos invasiva, y que no carga tanta ansiedad.

Sea como sea, no cabe duda de  que dejar derretir un helado indica que algo anda mal.

lunes, 27 de marzo de 2023

¿Para qué?

Hoy no tengo ganas de escribir.

Es mi culpa por no haber dedicado,  en medio de mis ocupaciones, un par de minutos a pensar sobre qué tema hacerlo.

Debe ser porque es lunes. Últimamente los lunes me están dando en la cabeza, pues como ya les había comentado en esta entrada (que precisamente escribí el primer día de la semana), los siento viscosos.

Una vez, salí con V. por un par de meses. En una ocasión en un bar, celebrando el cumple de yo no sé quiensito, se me ocurrió contarle a uno de sus amigos que tenía un blog en el que escribía seguido sobre lo que fuera.

“¿Para qué?”, me pregunto con cara de asombro, como si yo fuera un bicho raro. La mayoría de amigos de V. me parecían tarados, es decir, como falsos y que solo vivían de las apariencias.

No recuerdo que le respondí, seguro nada y cambié el tema o lo dejé solo solo y me fui con mi cerveza a otro lado.

No logro entender porque algunas personas creen que todo lo que se hace debe tener un fin más allá de que a uno le guste hacerlo porque sí, porque le brinda tranquilidad o le da la regalada gana.

Muchas veces me he sentado, como hoy, a juntar unas cuantas palabras con un tedio que parece sobrepasar las ganas de hacer cualquier cosa, pero igual lo hago porque sé que escribir me relaja, que contar cualquier cosa, como que vi pasar una mosca, elimina ese efecto de viscosidad del que les hable, en fin, que aligera mi vida y eso es bueno, porque he llegado a la conclusión de que lo más importante en la vida es estar tranquilo.

Esa, imagino, será mi respuesta cuando algún otro tarado, tarada, tarade, taradx, tarad@, me pregunte con el rostro retorcido “¿Para qué?”, después de contarle que escribo seguido.

viernes, 24 de marzo de 2023

En la cima del mundo

Es un día soleado.

Un hombre que sale de un edificio lleva puesto un blazer de cuadros blancos y negros pequeños, una camiseta azul, lentes oscuros, barba rala y una sonrisa fulminante, que opaca el resto de sus prendas o accesorios.

Mira el reloj de forma distraída, como si no tuviera afán de llegar a ningún lado, y se lanza a la calle a lo que sea que tenga que hacer.

Me aventuro a imaginar que está en la cima del mundo, en la suya por lo menos, que todo le ha salido bien en la vida y que no carga con más preocupaciones que decidir en qué restaurante comer o cómo gastarse su fortuna.

Entonces llegan a mi mente imágenes de películas donde él o la protagonista camina por el centro de una gran ciudad, a medio arreglar porque salió de afán de sus casas y con un vaso de café en sus manos.

A veces fantaseo con escenarios de ese tipo. Yo en una mega urbe, digamos NY, caminando de afán por las calles porque tengo que llegar a la sala de redacción de de The New Yorker, revista en la que ocupo un cargo importante.

Pero al rato le encuentro peros a esa fantasía, pues que pereza tomar café caminando de afán, en vez de sentado viendo pasar la gente, uno de mis deportes favoritos.

La descarto y pienso en otra: el novelista que anda con su portátil debajo del brazo. Cambió de ciudad y me voy a Dublin. También camino, pero no de afán, buscando cafés para sentarme a escribir.

Pero no sirvo para ese rol. No me refiero al de escritor, sino al del escritor que escribe en cafés. Es un plan que he hecho un par de veces, pero no lo disfruto porque siempre pienso que un ladrón me está estudiando desde algún lugar, para ver en qué momento se puede robar mi máquina. También me da una pereza infinita desconectar el cable HDMI, el del Kindle, junto con el cargador.

Mucha gente romantiza eso de trabajar en cafés.  Dicen que el ambiente da un subidón a la creatividad y no sé qué más cosas.

De pronto si es así y no me he dado cuenta, o he visitado cafés que no crean esa atmósfera tan propicia para crear.

Entonces aquí sigo sin ocupar un puesto importante en una revista y sin ser novelista.

¿Qué le vamos a hacer?

jueves, 23 de marzo de 2023

Sobre diarios y lo cotidiano

Siempre me han impresionado mucho los escritores que saben narrar lo cotidiano que, aunque no parezca, tiene su ciencia.

De pronto por eso es que me atraen tanto los diarios , porque al no tener ínfulas de novela o cuento, parece que los escritores muestran su visión del mundo y relatan sus experiencias de forma cruda.

Hay mucho poder en las viñetas de vida sinceras.

Después de mucho tiempo, por fin me volví a encarretar con La tentación del fracaso, los diarios de Julio Ramón Ribeyro a los que llegué por culpa de Millás, pues habla de ellos en La vida a ratos, su diario novelado.

Algún día he de volver a los de John Cheever, también mencionados por el escritor español.

Ese aspecto de cotidianeidad fue algo que me gustó mucho de Ordesa, la novela de Manuel Vilas, pero luego intenté leer Alegría y me pareció repetitiva con relación a la otra obra.

También están los de Virginia Woolf que traen unas alusiones bellísimas a la escritura.

He buscado como loco unas columnas que escribía Margarita García Robayo para un diario argentino, pero no las he podido encontrar. Eran un recuento de cosas que le habían pasado en la semana de Lunes a viernes. Cada día era un párrafo corto, pero Robayo, creo, es una de las escritoras más precisas para escribir sobre lo cotidiano.

La culpa de esa adicción a los diarios, o bien a lo cotidiano, la tiene Anaïs Nin, pues el volumen IV de los suyos me voló la cabeza.

Siempre he pensado que el curso correcto de lectura de un autor debería ser primero una de obra de ficción, para  luego meterle el diente a los diarios, pero los libros van llegando y uno intenta despacharlos de la mejor manera posible.

"Este aspecto de los grandes escritores es el que cada ves me interesa 
más, sus papeles marginales: cartas, diarios, notas, borradores, artículos, etc.  
Me entretiene meter las narices en este desván, siempre tan revelador"
- La tentación del fracaso -

miércoles, 22 de marzo de 2023

Familias felices y desdichadas

Una vez al son de unas cervezas, un amigo me insinuó que debería esforzarme por tener más experiencias, es decir, vivir más. Lo que quería decir, o bueno, lo que entendí, es que debería arriesgarme más e intentar vivir todo tipo de eventos o situaciones.

“¿Se imagina todo lo que podría escribir?”, me pregunto.

Sí, seguro muchísimas historias, pero no estoy de acuerdo que para escribir toque vivir de cerca las miserias del ser humano.

Recuerdo que una vez leí sobre un escritor que se se metió en una cárcel para escribir sobre la experiencia. Imagino que el texto que logró es quizá más preciso que una pieza de ficción sobre el mismo tema, pero pues no me veo haciendo cosas de ese estilo.

Flojo, poco escritor o no sé, pero así son las cosas.

Este tema llega a mi cabeza por Todas las familias felices, un ensayo de Ursula K le Guin. Cuenta la escritora que un día en el que quería escribir una historia y no se le ocurría ninguna, se puso a pensar en las primeras líneas de Ana Karenina, ya saben:”Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.

Quién sabe cuántas veces se habrán citado esas palabras como verdad absoluta y genialidad del escritor ruso. Muchas personas han escrito sobre el tema, incluso yo las he mencionado un par de veces en este blog.

Le Guin dice que antes de ser vieja era muy respetuosa para disentir de Tolstói, pero que ya con más de 60 años se le atrofió la facultad del respeto.

Entonces se pregunta: “Esas familias felices de las que habla Tolstói tan confiado, para descartarlas por parecidas, ¿dónde están? ¿Eran mucho más comunes en el siglo XX? ¿Conocía el escritor una gran cantidad de familias felices entre la nobleza rusa, o la clase media, o el campesinado, todas ellas parecidas?”

Es un ensayo extenso, pero el punto de la escritora es el siguiente:

¿Por ser tan parecidas las familias felices, entonces toca escribir sobre las desdichadas y llenas de conflicto? ¿Es la felicidad fácil, poco profunda y ordinaria que no aplica como tema de una novela, a diferencia de la desdicha que es tan compleja, profunda y difícil de definir?

Es tonto pensar que no se pueda escribir sobre familias felices, signifique lo que eso signifique, y que no encierran historias. Historias felices precisamente.

martes, 21 de marzo de 2023

Ex futuros

Soy pésimo usuario de todas esas aplicaciones  tipo Tinder, Bumble, etc. Debe ser porque soy viejenial entonces no entiendo muy bien las dinámicas actuales.

Dicho esto, una vez, hace como 10.000 años. tuve un perfil en Hi5. Ya saben, uno de esos portales de esos en los que se suben un par de fotos y alguna que otra frase echa para conseguir amigos, pareja o un estafador(a) como el de Tinder.

Recuerdo que agregué muchas mujeres de todos lados que me parecían bellísimas, pero hasta ahí llegaba, nunca les hablaba ni nada. Era una mezcla de timidez, pereza y poca fe en ese tipo de páginas.

Entonces apareció N. una mujer de Medellín. Pero vuelve y juega, nunca le hablé.

Un día la busqué para ver si había agregado  fotos nuevas y no la encontré entre mis contactos o “amigos” (entrecomillo la palabra porque como decía un amigo: amigas las bolas y no se hablan), en fin.

Tiempo después me di cuenta de que ella había visto mi perfil. Entonces me arriesgué a enviarle un mensaje a esa desconocida

Ella respondió al día siguiente y comenzamos a charlar. Le pregunté por qué había desaparecido de mis contactos y me dijo: “Pues como usted nunca me habló, yo lo borré”.

Había mucha química entre nosotros, pasábamos horas hablando por teléfono y también nos escribíamos seguido.

En ese entonces (2007) mi jefe me dijo un lunes: “Juan Manuel, la otra semana viajas a la sede de Medellín”. Parecía que el destino, si es que existe, quería que N. y yo nos conociéramos en persona.

Solo fue un viaje de 3 días, pero la pasé muy bien con ella. También fueron días agotadores, porque apenas terminaba nuestra jornada laboral, hacíamos planes que duraban hasta la madrugada.

En ese momento sentí que era la mujer de mi vida, pero no. La vida casi nunca resulta ser lo que uno cree.

El último día me invitó a almorzar y luego fuimos a una librería y le regalé un libro.

¿Y luego?

Nuestro contacto por email fue menos frecuente hasta que se diluyó por completo.

A veces N. pasa como una ráfaga de aire por mi mente y me pregunto: “¿Qué habría pasado si hubiera mantenido el contacto con ella?” No sé. Lo que está claro es que ahora hace parte de uno de mis ex futuros.

Así se titula uno de los ensayos del libro Traiciones de la memoria de Héctor Abad Faciolince. 
El significado del término es: Los yo que pudimos llegar a ser y no fuimos.

jueves, 16 de marzo de 2023

11 AM

Año 2002.

Yo y unos amigos estamos en Atlanta y caminamos por un centro comercial, que parece no tener fin, es como si estuviéramos atrapados dentro de una ilusión de consumo.

Viajamos desde Carolina del Sur en una Van para 10 personas. Lo hicimos sin Apps, celulares, y faltaban cuatro años para que Waze saliera al mercado. Todo fue a punta de mapa en mano y las señales de la carretera.

Como era un viaje largo, yo había insistido en alquilar la camioneta con seguro. Había dos opciones: uno full que costaba 100 dólares diarios y otro parcial del que ya no recuerdo el precio.

“Pues si quiere seguro lo pagará usted Juanma”, dijeron mis amigos. No dije nada. Nuestro presupuesto de estudiantes era justo, así que no había otra opción que echarse la bendición al inicio del viaje.

Dos amigos se turnaban la conducción de la camioneta. Recuerdo que había tramos de autopista rectos y largos. En ellos configuraban la velocidad crucero  para no tener que pisar el acelerador.

Después de 9 horas, por fin llegamos a Atlanta y caímos en lo que parecía ser un barrio peligroso, de calles desocupadas y sucias y hombres de caras recias que nos miraban mal desde los andenes.

Cuando salimos de ese lugar nos topamos con el centro comercial.

Allí en una tienda de Tower Records compré el álbum My Morning View de Incubus, que había salido en Octubre de 2001.

De vuelta en la camioneta recuerdo que Diana puso el cd y repetimos una y otra vez Nice to Know You. Hasta que llegamos al lugar donde nos íbamos a quedar: la casa de no sé quiensito, que conocía a fulano. que era amigo de un amigo nuestro.

La verdad compré ese álbum porque esa canción me encantaba, pero intuía que la banda era mucho más que ese sencillo.

No me equivoqué, tiene otras buenas canciones como Blood on the ground y 11:00 AM, mi favorita.

miércoles, 15 de marzo de 2023

El monólogo interior por defecto

Discutimos un ejercicio de escritura creativa.

Cuando hablamos de mi texto, T. dice  que se nota a leguas que soy el autor de la pieza, porque casi siempre dejo de lado al narrador y me meto en la mente del personaje principal. "Esa es tu firma Juanma", concluye.

Por defecto siempre caigo en el monologo interior cuando escribo una historia y utilizo ese recurso narrativo sin proponérmelo.

Millás dice que aunque Joyce lo manejó con destreza en Ulises, a él el parecía que estaba demasiado manoseado y gastado; utilizado no siempre con éxito y por eso busco otra vía para narrar su novela Desde la Sombra. La solución que encontró fue que el protagonista imagina que está en un programa de televisión y un locutor lo está entrevistando.

Como se trata de un programa basura, ese locutor escarba las zonas más oscuras y retorcidas del personaje.

No creo que este mal utilizar el monólogo interior si no se abusa de él, pero pienso que de vez en cuando sería bueno forzarme a utilizar otros estilos, acercarme a otras técnicas.

V. dice, por ejemplo, que le gustaría leer algo mío escrito desde el punto de vista de una mujer. C. lo confirma y agrega que debo salir de mi zona de confort.

Supongo que tanto T, como ellas tienen razón.

Me gustaría lanzarme a escribir un texto con esa narración desbocada y llena de voces como la de Saramago, o la que utiliza Laura Restrepo en Delirio, donde a veces hay segmentos que, parece, tiene fallos de punto de vista, pero son una mezcla precisa de narrador omnisciente con diálogos.

Loo que realmente ocurre es que el texto no lleva la puntuación tradicional, y las voces de los personajes van apareciendo. Entonces es tercera persona, con cara de segunda e incluso de primera, pero uno se zampa la lectura como si nada, pues aunque parezca que existen disonancias narrativas, por decirlo de alguna manera, el texto fluye como si nada.

¿La solución?

Escribir, escribir y escribir.

martes, 14 de marzo de 2023

Me roban minutos de sueño

Domingo 4 de la tarde.

Había llegado a casa después de almorzar, y libro una batalla contra mis ganas de dormir por quedarme despierto.

Mis tropas de voluntad se retiran. La pierdo por completo. Apenas pongo la cabeza en la almohada caigo en un sueño profundo.

Al poco tiempo la alarma del celular cobra vida.

Maldita sea, ¿no la configuré para dentro de una hora y media? me pregunto. Estiro una mano y presiono el botón del celular para que cese el ruido.

A los cinco minutos vuelve a la carga. Luego de maldecirla tomo el celular, abro los ojos y miro la pantalla para cancelarla. Es ahí cuando caigo en cuenta de que si era la alarma que había configurado. Había pasado una hora y media que sentí como si fueran 5 minutos.

¿Qué es el tiempo? ¿Cómo funciona? ¿En realidad podemos medirlo? Me pregunto ahí medio adormilado.

“Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo.”

Esa es una de las definiciones de los eruditos de la RAE, pero me parece que el tiempo tiene planes propios y se contrae o se expande a su antojo. Una mezcolanza de pasado, presente y futuro que en realidad no entendemos.

Les juro que no dormí más de 10 minutos ese día, pero el tiempo se empeñó en confirmar que ya había pasado una hora y media.

De pronto es verdad eso de que el tiempo es relativo.

Según Google, Knautas, un profesor de Física, dice que la explicación de tal concepto es que "la distancia y el tiempo no son absolutos, sino que dependen del observador".

De ser así el tiempo también es belleza, por esa otra frase que dice: la belleza está en el ojo del espectador.

Sea lo que sea o como sea, no deja de ser extraño, y siento que que me robaron minutos de sueño.

lunes, 13 de marzo de 2023

Seleccionar lecturas

No sé cómo lo hacen las otras personas, es decir, cuál es el método que utilizan para escoger el próximo libro que van a leer, apenas terminan la lectura de turno.

Yo no cuento con ninguno, simplemente me dejo antojar por el libro que se me presente justo en ese momento.

Hace pocos días, por ejemplo, cuando estaba a punto de terminar de leer Lady Masacre de Mario Mendoza, intercambié un par de correos con Ana, una copy española. Nuestro intercambio de mensajes se torció hacia el tema de los libros, y Le pedí que me recomendara una novela.

A los pocos minutos llegó su respuesta:

“El barón rampante de Ítalo Calvino, si no lo has leído ya.” Me pareció que ya tenía la respuesta lista, y que siempre se la da a las personas que le piden una recomendación de lectura.

Recomendar libros es una tarea muy difícil, y cuando siento que alguien lo hace porque de verdad espera que la obra le agrade a la otra persona, le presto mucha atención al título.

Y si por alguna razón la novela no era lo que uno esperaba, siempre está la posibilidad de dejar de leer y ya está. La vida es muy corta para leer por obligación.

Le cuento a Ana que no he leído nada de ítalo Calvino, pero que siempre he tenido en mi radar de lectura Las Ciudades Invisibles.

Y ella responde: "ese es un gran libro, pero con un formato diferente al de novela clásica. Yo empezaría por El barón rampante, es uno de mis libros favoritos. Luego tiene uno que se llama ‘Los amores difíciles, que es también interesante."

Y así es como llego a Calvino, sin haber pensado que lo iba a leer.

Así, pienso, también deberíamos intentar vivir, es decir, a punta de impulsos, de feeling, de circustancias aleatorias, en vez de ese absurdo de intentar tener todo bajo control.

jueves, 9 de marzo de 2023

Sobre nacer y otros temas

Anoche sí dormí, pero hoy me desperté antes de que sonara la alarma que había programado en el celular. Cuando eso ocurre me da mal genio, pero también es una ventaja.

Maldita sea, ¿por qué me desperté antes de tiempo?, pensé, y me di cuenta de que la la culpa la tenían las gotas de lluvia que se estrellaban con furia contra la ventana.

Salir del territorio del sueño y encontrarse con un día lluvioso no es agradable, pero bueno, a veces hay que conformarse con lo que el mundo o la vida nos da.

Les decía que cuando eso ocurre me da mal genio, porque de inmediato pienso que perdí valiosos minutos de sueño, pero resulta una ventaja porque el tránsito del sueño a la vigilia resulta pacífico.

Si el mundo tiene tantos problemas y tantos tiranos andan por ahí sueltos, es porque esas personas seguro se despiertan con una alarma que los saca del sueño 
de forma violenta, después de una noche de poco descanso, para que cumplan con sus obligaciones. Entonces desde ahí se les daña el día a ellos y también a nosotros, pues ese simple hecho potencia la maldad de esos personajes.

Todo, imagino, está ligado con el nacimiento. Solo imagen estar ahí, tranquilos, en el útero materno, flotando en líquido amniótico por nueve meses, y que de repente todo se acabe. Esa, sin duda alguna, tiene que ser la primera estrellada contra la realidad. Y como si fuera poco pasar de esa cueva cálida a una sala de quirófano fría y extraña, la escena termina con una palmada, dizque para empezar a respirar de forma correcta. No pues, muchas gracias.

Alguna vez leí que dormir es como morir un poco. De ser así, despertarse también podría considerarse una especie de nacimiento.

  

miércoles, 8 de marzo de 2023

Malestar indescifrable

El hormigueo del brazo dormido me despierta. Quién sabe cuánto tiempo el peso de mi cuerpo había quedado sobre él. Entreabro los ojos y apenas la luz intenta colarse por la rendija entre ambos párpados, los cierro de inmediato.

Dormí mal y presiento que tuve sueños confusos. A causa de ellos, imagino, terminé en esa posición que estaba torturando el brazo. Algunas imágenes revolotean en mi cerebro, pero cuando me esfuerzo por recuperarlas, se esfuman como si nada.

Por fin, después de que la alarma se repite un par de veces, logro ponerme de pie y meterme en el baño. El agua termina de espantar el sueño que tengo. De vuelta en el cuarto, siento que algo no cuadra, que la realidad está desbarajustada. Ahí estoy, moviéndome de un lado a otro como si nada, un adulto funcional en pleno uso de sus facultades, pero espero a que el mundo, o bien, el destino, me traicione de alguna manera: una caída, una llamada anunciándome un hecho trágico, lo que sea.

Recuerdo la célebre frase de Joan Didion: La vida cambia rápido, la vida cambia en un instante.

“Tengo que hacer algo o si no el día se va a ir a la mierda”, pienso, y antes de que la situación me embote por completo, tomo una decisión de emergencia, acudo a un recurso que nunca me falla: aplicarme una sesión de lectura, el mejor antídoto contra esos malestares indescifrables.

Pienso que escribir también puede funcionar,  pero intuyo que mi estado se debe a  un mal de raíz, un error de sistema interno, de alma. Ante esos, considero que la lectura funciona mejor porque está a la par, por el simple hecho de ser el big bang creativo, el punto de partida.

Salgo de la casa.

A veces eso es lo único que se necesita es tomar cafecito y sentarse a leer.

Tiempo después, ya con los ánimos renovados, pongo el separador al final del capítulo que acabo de leer (una especie de TOC, pues no puedo dejar la lectura del libro que estoy leyendo en cualquier línea de un párrafo), pido la cuenta y pago lo que consumí.

martes, 7 de marzo de 2023

Dos amigos

Los dos amigos discuten, cada uno con una cerveza en la mano, el mismo tema de siempre. Hasta el día de hoy no han podido llegar a un acuerdo.

Uno de ellos dice que no hay nada por encima de la lectura, que leer es el placer más grande de la existencia y que no entiende como pueden existir personas que no lean ni un libro en todo el año.

El otro le dice que leer está bien, pero que si hay algo que está por encima de los libros, la lectura y la literatura es la música, pues nada emociona más que escuchar una canción que a uno le guste.

El primero dice que lo entiende y que si, que la música es maravillosa, pero que es un gusto más difícil de satisfacer, pues un álbum no dura tanto como la lectura de una novela extensa y, sin saber cuántos discos o cuantos libros se han publicado en toda la historia de la humanidad, se atreve a decir que el lector, cuando acaba una obra, tiene más de donde escoger.

El segundo, ese que llamamos el otro, le dice que deje de lado tanto romanticismo y le ponga un poco más de cabeza al asunto, que incluso varios autores afirman que la música es superior.

¿Cómo cuáles?, le pregunta el primero.

“Vea, solo le voy a poner un ejemplo contundente. Anaïs Nin contó en uno de sus diarios lo siguiente: “Pero sólo he tenido el deseo de que la escritura se convierta en música y penetre directamente en los sentidos”.

“Pero…”

“Pero nada hermano”–le dice el segundo y antes de seguir hablando se refresca la garganta con un sorbo de cerveza–, y eso no es todo. La escritora afirmaba que el oído es más puro que el ojo, que sólo lee el significado relativo de las palabras, mientras que la destilación de la experiencia en sonido puro, un estado de música, es atemporal y absoluto.

El primero siente el guantazo narrativo de su amigo y se queda callado, mientras busca un argumento para contratacar de nuevo.

En el fondo ambos saben que ni lo uno ni lo otro es mejor, solo formas diferentes para hacer la vida más llevadera, pero ahí continúan discutiendo, mientras le dan sorbos a sus bebidas.

lunes, 6 de marzo de 2023

Contracorriente

Hay lugares, algunos físicos, otros imaginarios, donde las cosas ocurren al revés.

Incluso no solo hay lugares, sino personas que actúan de esa manera; personas que nadan contracorriente.

Por ejemplo, Imagine usted, querido lector, a Galileo Galilei, que a sus 69 años tuvo que comparecer ante la inquisición romana para explicar Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, un libro que había publicado en el que defendía el modelo propuesto por Copérnico en el que los planetas giraban alrededor del sol.

El científico fue obligado a retractarse de rodillas, y a considerar su modelo como una simple hipótesis matemática.

Negar las ideas y conceptos de la iglesia en esos tiempos, se consideraba como ir lanza en ristre contra el mismísimo Dios.

Fue condenado a vivir bajo arresto domiciliario, pero como no hay forma de evitar que alguien viva fiel a sus ideales dentro de su cabeza, defendió su teoría hasta 1642, el año de su muerte.

Las personas como Galileo se parecen al Salmón, que transita las aguas contracorriente, para dejar sus huevos en lugares más seguros, lejos de los depredadores.

A la larga esa es la forma de actuar, de andar por la vida de cualquier persona ¿Acaso no? Me refiero a intentar protegerse, ¿de quién? De la realidad que no deja de ser una cabrona y nos asalta con situaciones llenas de caos y sufrimiento, dignas de historias de ficción.

¿Que si es bueno o malo andar así? No sé, cada persona evaluara su si vale la pena nadar contracorriente. Pero eso si hay que estar listo para el Ostracismo. El discrepante evaluará si vale la pena pagar el precio por sus actos.

Es lo más jodido porque el instinto gregario de la especie humana es muy fuerte. Desde pequeños se nos enseña que hay que andar en grupo y respetar las reglas de la manada, aunque creamos que no tienen mucho sentido.

sábado, 4 de marzo de 2023

Compro novela escrita por un niño de 10 años

Mi hermana me regalo un bono para comprar libros, así que de nuevo estoy en una librería.

Camino por los pasillos, mirando que libro me voy a llevar, mientras pienso: no he leído un culo, necesito un trabajo en el que me paguen por leer; solo leer, no hacer reseñas ni decir qué tal me pareció el libro ni nada, solo leer.

Tengo cientos de libros para leer en el Kindle, pero ya está claro que comprar libros es una actividad independiente a leerlos, que podemos tener millones en nuestra biblioteca, pero si tenemos la oportunidad de comprar otro, así no lo vayamos a leer pronto, lo haremos sin ningún remordimiento.

Comienzo a repasar en mi mente qué libros tengo ganas de leer. Como ningún título aparece, abro la aplicación de notas de mi celular y busco la que se titula libros, a ver si me antojo de alguno.

Por alguna razón los títulos que leo no me llaman la atención, quién sabe que sentí en el momento en que los anoté, o qué fue lo que me llamó la atención de ellos, pero ahora no me dicen nada.

Sigo caminando. A veces saco un libro de los estantes y miro si su portada me transmite algo; porque sí, a veces juzgo los libros por su portada. Entonces leo la contraportada y si me llama la atención lo abro en cualquier página y leo un párrafo o un par de líneas a ver si tengo feeling con el estilo del autor.

Ningún libro de los que he visto logra cautivarme. De ahí en adelante se me ocurre consultar Goodreads para los libros que escoja, para ver si su calificación me ayuda a decidirme por alguno.

No tiene mucho sentido, porque un libro que le parece genial a una persona le puede parecer una basura a otra y viceversa.

Me acuerdo de un título de Sándor Márai: La Mujer justa. Pregunto por los libros de ese autor, y el librero me lleva a donde están ubicados. No está ese, sino Divorzio a Buda y otras de sus obras, pero ninguna me llama la atención.

Pregunto por los de Millás y Rosa Montero. Siempre lo hago, aunque no hayan sacado ningún libro nuevo,  guardando la esperanza de encontrarme una pieza rara, una novela inédita o algo así.

Como era de esperarse, no encuentro nada nuevo de ellos.

Pero cerca a sus títulos están los diarios de Márai, que me parecen fascinantes y que si los estuviera buscando fijo no los encontraba.

Lady Masacre, la novela de Mario Mendoza, es el título que llega a mi mente. Lo tengo presente porque hace poco leí su libro Leer es resistir, y el escritor la menciona en uno de sus ensayos.

Me llama la atención porque es, digamos, urbana y se desarrolla en Bogotá. Me gustan esos libros que describen o mencionan espacios en los que alguna vez he estado.

Voy a Goodreads. 4.21 es su calificación. Pinta bien. Hojeo algunas reseñas hasta que llego a una de una estrella.

El libro parece escrito por un niño de 10 años, diálogos sosos e ingenuos, una trama que puede dar mucho más…

¿Será?, me pregunto ¿Debería estar leyendo a los grandes autores de la literatura, en vez de un escritor colombiano que escribe como un niño de 10 años?

Decido llevar el libro.

Primer mandamiento de la lectura: Leerás lo que te dé la gana.

jueves, 2 de marzo de 2023

Debería

La alarma suena.

La aplazo.

Tal vez debería pertenecer al selecto club de las cinco de la mañana, pero pertenezco al de las 7. La verdad me gustaría hacer parte del de las nueve y media.

Debería madrugar para meditar, practicar yoga, hacer taichi, correr 5 kilómetros; en cambio, ahí estoy en ese supuesto descanso de cinco minutos más. Tengo la mala fortuna de que en esta ocasión la volqueta se va al río y caigo de nuevo en el territorio del sueño.

Otra alarma, la de la salvación la llamo, esa que configuro para esos casos, suena. ¿Por qué sonó?, me pregunto.

Tiene una reunión, ¿no se acuerda o qué?, responde mi cerebro.

¡Mierda! tiene razón.

Abro los ojos completamente y tomo el celular para mirar la hora.

Antes de hacerlo, ya tengo claro que se me hizo tarde, pero necesito saber con cuántos minutos cuento para alistarme y salir de la casa.

Hago un cálculo rápido, mientras maldigo porque no voy a alcanzar a desayunar nada

El cerebro comienza a dar cantaleta: ¿Quién lo manda a aplazar la alarma y quedarse dormido? Otro sería el caso si se despertara a la 5 de la mañana como lo hacía Steve Jobs...

¿Tampoco va a desayunar? Mire que el desayuno es la comida más importante del día, bla bla bla…

Dejo de prestarle atención porque debo bañarme, luego vestirme y lavarme los dientes.

Tiempo después y como no soy Steve Jobs, pierdo segundos valiosos decidiendo qué ropa me voy a poner.

Me visto en tiempo record y miro la hora de nuevo. Si no pido el taxi ya no llego. Abro la aplicación, lo solicito, y por una extraña alineación de planetas me dice que el conductor está a tan solo un minuto de distancia.

Me voy con el celular en la mano al baño. Tomo el cepillo de dientes, le echo la  crema, dejo el teléfono sobre el mueble y comienzo a lavarlos. Muerdo el cepillo para tener ambas manos libres, desbloqueo el celular y le escribo al conductor: “esperar un momento”. Continúo con la cepillada y caigo en cuenta de que la frase que escribí no tiene mucho sentido gramatical, es como “Hao, yo persona tarde, tú conductor”, pero no tengo tiempo de escribir algo elaborado.

Termino. Ahora un poco de enguaje bucal y de vuelta en el cuarto.

Ahora pierdo otros segundos decidiendo si llevar un libro o no por si me toca esperar en algún momento del día. El taxista no ha respondido nada. Al final, en contra de las recomendaciones de los adictos a los libros, decido no llevar nada y salgo disparado.

Me subo en el carro, desbloqueo el celular, reviso la aplicación y la hora de llegada es justo la hora de mi reunión.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Salir a dar una vuelta

A veces, si siento que el día no fluye, salgo a dar una pequeña vuelta para ver si eso ayuda a que mi cabeza se despeje.

Recuerdo que Carlos, mejor conocido como Carlangas, un progamador que trabajó conmigo, hacía lo mismo cuando el código que escribía no le funcionaba. Un momento uno lo veía con una mano en el mentón, perdido en pensamientos de su lenguaje de programación, y al otro ya no estaba en su puesto.

Si uno se asomaba lo podía ver paseando por el parque que quedaba enfrente de la oficina, siempre con su mano en el mentón. Daba un par de vueltas hasta que, de repente, parecía que la idea o solución que estaba buscando le llegaba a la cabeza, momento en el que se devolvía a la oficina con un paso apresurado.

Otras veces salgo simplemente porque tengo frío y afuera está haciendo sol . Ayer, después del almuerzo, salí precisamente por esa razón y camine hasta enfrente de un edificio de una agencia de publicidad, donde hay una especie de asientos incrustados en el concreto.

Me senté ahí y traté de pensar en nada, solo mirar a las personas que iban pasando o estaban en las mismas que yo, es decir sentados.

Justo enfrente había una mujer con un uniforme de enfermería negro. Tenía la pierna cruzada nivel contorsionista y hablaba por celular con ayuda del manos libres. A ratos me sostenía la mirada por unos segundos, pero luego se desentendía de ella, para gesticular con sus manos.

También pasó una barrendera con un recogedor y escoba, recogiendo las hojas secas del lugar, y mientras ejecutaba su tarea cantaba la misma estrofa de una canción, una y otra vez. Se le veía feliz.

Al rato apareció  una mujer paseando un un coche vació, pues el bebé estaba caminando con pasos torpes por el lugar, hasta que se fijó en una hoja seca gigante y se agachó a recogerla. Luego se la llevó a la mujer que lo cuidaba y esta le dijo gracias. No sé si entendería o qué, pero el bebé le sonrió y balbuceó algo a modo de respuesta.

Cuando estaba a punto de irme llegaron un hombre y una mujer, y se sentaron hacia mi derecha. El hombre sacó lo que parecía ser un cigarrillo de marihuana, revisó que estuviera bien armado y se quedó con él en la mano. La mujer con la que estaba le dijo algo que no alcancé a escuchar, y el hombre le respondió: “Tranquila, yo te espero, solo le voy a dar unos plones y ya”

Ya ven, cada quien busca la inspiración de diferentes maneras.