Camino de forma distraída, es decir, tengo claro mi destino, pero mientras llego a él salto de un pensamiento a otro como si nada. Con cada paso me invento ficciones que se alimentan de lo que voy viendo por el camino. Algo parecido a lo que cuenta Rosa Montero en El peligro de estar cuerda cuando se dirigía a una reunión con amigos, y de un momento a otro se preguntó: ¿Y si de repente hubiera un terremoto? De inmediato la escritora española habitó dos dimensiones al mismo tiempo: la real en la que caminaba a toda prisa y la imaginaria en la que el asfalto se resquebrajaba.
Yo no imagino una escena apocalíptica, pero por alguna razón miro de forma fija a una mujer sentada en una banca de un parque. Ella tiene una carpeta de plástico apoyada en sus piernas, e intenta meter unos papeles dentro de ella. No consigue hacerlo, tuerce la cara y suelta un quejido de desesperación. En ese momento levanta la cara y me sostiene la mirada por un par de segundos, y cuando estoy a punto de voltear a mirar hacia otro lado la mujer pregunta:
¿Do you speak english?
Mi adrenalina, como dirían los gringos, kicks in, y me hace sentir que la mujer es una amenaza. Con todas las alarmas de supervivencia encendidas, me sugiere que lo mejor es huir. Mi pulso se acelera y con el último rastro de curiosidad que me queda le respondo: What do you need?
I just want to show you something, responde la mujer mientras hace el ademán de buscar algo dentro de la carpeta.
Ese otro yo que siempre me acompaña y a veces tiene comentarios acertados me dice: “gran pendejo, lo van a robar”, I’m not interested, le respondo, mientras pienso Fuck off señora, a robar a su madre.
jueves, 31 de octubre de 2024
viernes, 25 de octubre de 2024
Scorching sun behind my back
Camino por chapinero de esa manera: con un sol abrasador a mis espaldas. Creo que esa frase aparece en mi cabeza porque una vez escribí un cuento en inglés que comenzaba así: I’m walking with a scorching sun behind my back.
Mi destino es Ficciones, el bar de libros que hace rato quiero conocer. Tengo un viaje y como me estoy inyectando La mano que cura de Lina Parra, directo a la vena, necesito otra lectura en la cual aterrizar. La tengo pensada desde hace rato, es de otra escritora paisa: Esta herida llena de peces. Me pregunto qué comerán las escritoras de esa región para narrar tan sabroso.
Mi destino es Ficciones, el bar de libros que hace rato quiero conocer. Tengo un viaje y como me estoy inyectando La mano que cura de Lina Parra, directo a la vena, necesito otra lectura en la cual aterrizar. La tengo pensada desde hace rato, es de otra escritora paisa: Esta herida llena de peces. Me pregunto qué comerán las escritoras de esa región para narrar tan sabroso.
Cuando llego a la librería está cerrada. Abren a las 11 de la mañana y son las 10:30. Me siento en un murito al que le dan sombra unos árboles altos y frondosos, pero a los pocos minutos me aburro y me voy del lugar.
No es una decisión que tomo a la loca, sino que recuerdo que cerca está Prólogo, así que lo siento Ficciones, pero nos conoceremos en otra ocasión. Mientras camino hacia esa librería recuerdo a Mauricio Lleras su fundador. Siempre que llegaba me saludaba con un: quiubo , ¿cómo le va? y al instante comenzábamos a hablar de libros. Me preguntaba qué estaba buscando y me daba recomendaciones. Me gustaba mucho su tono de voz, era envolvente, sedoso; supongo que habría podido ser un muy buen locutor de radio.
Le cuento al hombre que está en la caja y a una mujer que está a su lado que estoy buscando la primera novela de Lorena Salazar Masso. Ambos tuercen la boca. “¿No la tienen?” El hombre teclea en el computador y dice que no. La mujer interviene: “El sistema dice que hay una copia, ¿no?”, “Si, pero es mentira, ¿recuerdas que ayer la buscamos y nunca la encontramos? “Una copia fantasma”, pienso, pero no digo nada.
¿Qué otras librerías hay cerca?, pregunto. Me dicen que Cooltivo y Tornamesa. “Yo creo que en Cooltivo la encuentra” dice el hombre. Me da la dirección y noto que queda más lejos que Tornamesa. “Gracias voy a ir a esa”, le respondo y me despido. Cuando salgo el scorching sun se siente más intenso, así que me decido por Tornamesa que está más cerca.
Mientras camino, pienso que sería bueno vivir en Chapinero por la cantidad de cafés y librerías que tiene. y me prometo no olvidar ese pensamiento. Llego sudando a Tornamesa y la celadora del lugar me saluda, me pregunta que busco y cuando le doy el nombre de la novela me hace seguirla. Por un instante pienso que me va a decir dónde está, pero busca a un librero para que me atienda. Casi sin mediar saludo le doy el nombre de la novela. Está muy cerca de donde nos encontramos. Me la alcanza, la pago en la caja y pido un taxi. El sol sigue en lo suyo. hace su trabajo como si nada. Yo estoy cansado y con hambre, pero contento de tener en mis manos mi próxima lectura.
No es una decisión que tomo a la loca, sino que recuerdo que cerca está Prólogo, así que lo siento Ficciones, pero nos conoceremos en otra ocasión. Mientras camino hacia esa librería recuerdo a Mauricio Lleras su fundador. Siempre que llegaba me saludaba con un: quiubo , ¿cómo le va? y al instante comenzábamos a hablar de libros. Me preguntaba qué estaba buscando y me daba recomendaciones. Me gustaba mucho su tono de voz, era envolvente, sedoso; supongo que habría podido ser un muy buen locutor de radio.
Le cuento al hombre que está en la caja y a una mujer que está a su lado que estoy buscando la primera novela de Lorena Salazar Masso. Ambos tuercen la boca. “¿No la tienen?” El hombre teclea en el computador y dice que no. La mujer interviene: “El sistema dice que hay una copia, ¿no?”, “Si, pero es mentira, ¿recuerdas que ayer la buscamos y nunca la encontramos? “Una copia fantasma”, pienso, pero no digo nada.
¿Qué otras librerías hay cerca?, pregunto. Me dicen que Cooltivo y Tornamesa. “Yo creo que en Cooltivo la encuentra” dice el hombre. Me da la dirección y noto que queda más lejos que Tornamesa. “Gracias voy a ir a esa”, le respondo y me despido. Cuando salgo el scorching sun se siente más intenso, así que me decido por Tornamesa que está más cerca.
Mientras camino, pienso que sería bueno vivir en Chapinero por la cantidad de cafés y librerías que tiene. y me prometo no olvidar ese pensamiento. Llego sudando a Tornamesa y la celadora del lugar me saluda, me pregunta que busco y cuando le doy el nombre de la novela me hace seguirla. Por un instante pienso que me va a decir dónde está, pero busca a un librero para que me atienda. Casi sin mediar saludo le doy el nombre de la novela. Está muy cerca de donde nos encontramos. Me la alcanza, la pago en la caja y pido un taxi. El sol sigue en lo suyo. hace su trabajo como si nada. Yo estoy cansado y con hambre, pero contento de tener en mis manos mi próxima lectura.
jueves, 24 de octubre de 2024
Coincidencias
Leo y tomo café. Le acabo de dar un primer sorbo y me supo demasiado bien. Diría que a gloria, pero ¿cómo saber que se alcanzó ese estado?
Es una tarea lenta porque a medida que leo se me ocurren temas sobre los que escribir a futuro. Saco un cuaderno de tapa roja y para algunas de esas ideas anoto palabras que espero me las recuerden, y a otras les dedico uno o dos párrafos como máximo. Luego vuelvo a la novela, a leer y tomar café.
A veces pienso que de eso y solo eso se debería tratar la vida. Que si Virginia Woolf requería de una habitación propia para encerrarse a escribir sin que nadie la jodiera, yo necesito de un cuarto, con una máquina de café, para dedicarme a leer mientras el mundo se desploma.
Al poco tiempo de recrear esa fantasía, la realidad se encarga de desbaratarla, pues reconozco que toca trabajar y esas cosas. Ganarse la vida, como dicen algunos, o más bien perderla de alguna manera.
En fin, les decía que leo. Es una novela (aguante la ficción) que tiene como símbolo recurrente las moscas.
Justo en ese momento, cuando termino de leer ese párrafo, una mosca aterriza en la página del libro. A diferencia de la de la historia que leo, esta es pequeña. Sacudo un poco la mano y, azorada, emprende vuelo.
Al igual que el narrador. no entiendo qué quería advertirme. Seguro nada, porque eso de las señales es una tontería y solo fue una coincidencia.
Es una tarea lenta porque a medida que leo se me ocurren temas sobre los que escribir a futuro. Saco un cuaderno de tapa roja y para algunas de esas ideas anoto palabras que espero me las recuerden, y a otras les dedico uno o dos párrafos como máximo. Luego vuelvo a la novela, a leer y tomar café.
A veces pienso que de eso y solo eso se debería tratar la vida. Que si Virginia Woolf requería de una habitación propia para encerrarse a escribir sin que nadie la jodiera, yo necesito de un cuarto, con una máquina de café, para dedicarme a leer mientras el mundo se desploma.
Al poco tiempo de recrear esa fantasía, la realidad se encarga de desbaratarla, pues reconozco que toca trabajar y esas cosas. Ganarse la vida, como dicen algunos, o más bien perderla de alguna manera.
En fin, les decía que leo. Es una novela (aguante la ficción) que tiene como símbolo recurrente las moscas.
No sé de dónde saqué la idea, pero la insistencia de
las moscas no me parece casual. Solamente que no
sé qué quieren avisarme, no sé leer en su presencia,
en su vuelo desesperante, qué es lo que viene.
– La mano que cura.
Justo en ese momento, cuando termino de leer ese párrafo, una mosca aterriza en la página del libro. A diferencia de la de la historia que leo, esta es pequeña. Sacudo un poco la mano y, azorada, emprende vuelo.
Al igual que el narrador. no entiendo qué quería advertirme. Seguro nada, porque eso de las señales es una tontería y solo fue una coincidencia.
miércoles, 23 de octubre de 2024
Me haré cargo de tus libros
“¿Me muero?”, pregunta papá detrás de la máscara de oxígeno, intercalando sus palabras con respiraciones profundas. “Nadie sabe eso con certeza”, le respondo, aunque sé que sí, que ya no le queda mucho tiempo de vida. Su cuadro lo constata, eso me dijo el médico: la mayor parte del tiempo ha estado inconsciente, y su respiración se ha tornado profunda y lenta a veces, otras más rápida y superficial, hasta que vuelve a desacelerarse hasta volverse casi imperceptible.
Imagino que falta poco para que se detenga del todo, así que aprovecho para preguntarle algo que mamá quiere saber: “Hace un tiempo dijiste que querías donar tus órganos, ¿aún quieres hacerlo?
Imagino que falta poco para que se detenga del todo, así que aprovecho para preguntarle algo que mamá quiere saber: “Hace un tiempo dijiste que querías donar tus órganos, ¿aún quieres hacerlo?
Cuando estoy a punto de contarle lo noble que sería ese gesto de su parte y de qué forma ayudaría a otros pacientes, papá sufre un ataque de tos. A los pocos minutos, cuando se le pasa, prefiero permanecer callado. Es él quien retoma la conversación.
“La verdad es que mis órganos me importan poco. Que hagan con ellos lo que quieran”
“¿Entonces, sí?”, pregunto
Me mira con lástima, como dándome a entender que su respuesta fue lo suficientemente clara y que no debería hacerle desperdiciar tiempo ni energía.
“respira con algo de dificultad y continúa hablando: “Lo que sí me interesa es donar mis libros, mi biblioteca, esa extensión de mi cuerpo que es tan importante como mis órganos. Ayúdame a que lleguen a las manos adecuadas”
Tomo sus manos entre las mías y las apretó fuerte hasta donde me lo permite el catéter por el que le administran quién sabe qué.
Se queda callado, “No te preocupes, me haré cargo de tus libros”, le digo, pero papá no abre los ojos. Ótra vez está inconsciente.
“La verdad es que mis órganos me importan poco. Que hagan con ellos lo que quieran”
“¿Entonces, sí?”, pregunto
Me mira con lástima, como dándome a entender que su respuesta fue lo suficientemente clara y que no debería hacerle desperdiciar tiempo ni energía.
“respira con algo de dificultad y continúa hablando: “Lo que sí me interesa es donar mis libros, mi biblioteca, esa extensión de mi cuerpo que es tan importante como mis órganos. Ayúdame a que lleguen a las manos adecuadas”
Tomo sus manos entre las mías y las apretó fuerte hasta donde me lo permite el catéter por el que le administran quién sabe qué.
Se queda callado, “No te preocupes, me haré cargo de tus libros”, le digo, pero papá no abre los ojos. Ótra vez está inconsciente.
Su respiración ahora es como un hilo invisible y débil.
martes, 22 de octubre de 2024
Desencantarse
A veces compro libros con método. Es decir, leo reseñas, analizo el tema del libro, me fijo quién es el autor(a), si he leído algo antes, pero otras veces –la mayoría– lo hago a punta de feeling: entro a una librería y comienzo a pasear por los pasillos hasta que alguna portada de un libro me llama la atención. Entonces leo su contraportada y un par de párrafos que selecciono de forma aleatoria: uno del principio, otro hacia la mitad y uno de las últimas páginas; eso cuando el libro no está envuelto en un plástico transparente. Según ese método, decido llevarlo o no. Cuando no puedo leer ninguna de sus páginas, la decisión de compra se basa solo en la información de la contraportada y en lo que me transmita el título
En ocasiones doy con novelas buenísimas que leo como si me las inyectara directo a la vena y otras veces me descacho.
Hace poco compré la novela Economía Experimental de esa manera, y la empecé a leer con entusiasmo hasta que hoy, después de 115 páginas, decidí dejarla.
¿Cuántas páginas se deben leer para tomar la decisión de abandonar la lectura de un libro? No sé. De pronto me demoré en tomar la decisión, pero estaba confiado de que la historia iba a tomar un giro que me iba a enganchar, pero al final eso no pasó. Más allá de eso, la razón principal fue que el lenguaje me pareció enredado, me perdía en él y debía releer los párrafos, como si el escritor se esforzará más en sonar inteligente que en contar cosas. Eso fue lo que más me desconectó.
En ocasiones doy con novelas buenísimas que leo como si me las inyectara directo a la vena y otras veces me descacho.
Hace poco compré la novela Economía Experimental de esa manera, y la empecé a leer con entusiasmo hasta que hoy, después de 115 páginas, decidí dejarla.
¿Cuántas páginas se deben leer para tomar la decisión de abandonar la lectura de un libro? No sé. De pronto me demoré en tomar la decisión, pero estaba confiado de que la historia iba a tomar un giro que me iba a enganchar, pero al final eso no pasó. Más allá de eso, la razón principal fue que el lenguaje me pareció enredado, me perdía en él y debía releer los párrafos, como si el escritor se esforzará más en sonar inteligente que en contar cosas. Eso fue lo que más me desconectó.
No soy nadie para decir si es una buena o mala novela, simplemente fue una, como muchas otras que he intentado leer, con la que no conecté.
Hubo una época en que me obligaba a terminar de leer los libros, aunque su lectura no me proporcionara placer alguno, hasta que leí las Notas de prensa de Gabriel García Márquez. En ellas el escritor dice la siguiente verdad:
Hubo una época en que me obligaba a terminar de leer los libros, aunque su lectura no me proporcionara placer alguno, hasta que leí las Notas de prensa de Gabriel García Márquez. En ellas el escritor dice la siguiente verdad:
La verdad es que no debe haber libros obligatorios, libros de penitencia, y que
el método más saludable es renunciar a la lectura en la página
en que se vuelva insoportable.
lunes, 21 de octubre de 2024
"Te sientas a cenar"...
Hay frases demasiado poderosas, que contienen la vida misma por decirlo de una manera, y que cuando uno las lee una vez, se quedan clavadas en la memoria. Una de ellas es la siguiente y le pertenece a Joan Didion:
Creo que no hay forma de no sentirse identificado con ella. El fin de semana que acaba de pasar la volví a recordar.
Paula, una amiga, vive en un pueblo y el domingo amaneció haciendo sol. El clima parecía indicar que iba a hacer un buen día apropiado para dedicarlo a un hobby.
La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.
Creo que no hay forma de no sentirse identificado con ella. El fin de semana que acaba de pasar la volví a recordar.
Paula, una amiga, vive en un pueblo y el domingo amaneció haciendo sol. El clima parecía indicar que iba a hacer un buen día apropiado para dedicarlo a un hobby.
Paula salió temprano a dar una vuelta por los alrededores del pueblo en su bicicleta. Como suele hacerlo, decidió tomar esos caminos destapados que tanto la atraen. “No deberías andar por esas rutas”, suele decirle Camila, su hermana, pero ella no le hace caso y vuelve a ellas una y otra vez.
A las nueve de la mañana sonó el celular de Camila:
“¿Hablo con Camila Suárez?”, preguntó la voz de un hombre
“Sí, con ella”, respondió , a medida que un vacío se iba concentrando en su estómago, como avisando que le iban a dar una mala noticia.
“La llamo para avisarle que su hermana está en el hospital porque sufrió un accidente en la bicicleta”
“ ¿Qué? ¿En cuál hospital? ¿Dónde?
“El del pueblo”, respondió el hombre.
La piel de Camila se puso más blanca que de costumbre y se quedó con el celular en la oreja y los ojos negros bien abiertos.
“ ¿Qué pasó?, le preguntó una amiga con la que estaba desayunando.
“Paula está en el hospital”, dijo con la mirada perdida, mientras imaginaba a su hermana tendida en una camilla y a punto de morir”.
Luego llamó a un par de vecinos a ver si alguno la podía acercar en carro al hospital, pero ninguno le contestó. Al final decidió ir caminando,
Cuando llegó al hospital, una enfermera le contó lo mismo que le dijeron en la llamada: "su hermana sufrió una caída en la bicicleta y dos hombres que iban detrás de ella la auxiliaron, pararon un taxi y la trajeron.
A las nueve de la mañana sonó el celular de Camila:
“¿Hablo con Camila Suárez?”, preguntó la voz de un hombre
“Sí, con ella”, respondió , a medida que un vacío se iba concentrando en su estómago, como avisando que le iban a dar una mala noticia.
“La llamo para avisarle que su hermana está en el hospital porque sufrió un accidente en la bicicleta”
“ ¿Qué? ¿En cuál hospital? ¿Dónde?
“El del pueblo”, respondió el hombre.
La piel de Camila se puso más blanca que de costumbre y se quedó con el celular en la oreja y los ojos negros bien abiertos.
“ ¿Qué pasó?, le preguntó una amiga con la que estaba desayunando.
“Paula está en el hospital”, dijo con la mirada perdida, mientras imaginaba a su hermana tendida en una camilla y a punto de morir”.
Luego llamó a un par de vecinos a ver si alguno la podía acercar en carro al hospital, pero ninguno le contestó. Al final decidió ir caminando,
Cuando llegó al hospital, una enfermera le contó lo mismo que le dijeron en la llamada: "su hermana sufrió una caída en la bicicleta y dos hombres que iban detrás de ella la auxiliaron, pararon un taxi y la trajeron.
Le contó queya le habían tomado una radiografía, pero que estában esperando a que el radiólogo llegara de la ciudad para analizarla. Cuando por fin la dejaron ver a Paula, ella le contó lo que pasó:
“Yo iba tranquila por el sector de Cuatro Esquinas, a una velocidad más bien lenta por el borde derecho de la carretera. Sin querer torcí el manubrio más de lo debido, la llanta delantera se metió en un hueco, perdí el equilibrio y caí sobre el hombro derecho en la zanja de cemento.
Camila pensó regañarla, decirle que ella tenía razón, pero prefirió callar porque su hermana estaba a punto de llorar.
Horas más tarde, en la ciudad más cercana, un ortopedista la tranquilizó y le dijoque si se alcanzaban a ver dos pequeñas fisuras, pero que bastaba con tener el brazo inmovilizado por un par de semanas para que el hueso se regenere por sí solo.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.
“Yo iba tranquila por el sector de Cuatro Esquinas, a una velocidad más bien lenta por el borde derecho de la carretera. Sin querer torcí el manubrio más de lo debido, la llanta delantera se metió en un hueco, perdí el equilibrio y caí sobre el hombro derecho en la zanja de cemento.
Camila pensó regañarla, decirle que ella tenía razón, pero prefirió callar porque su hermana estaba a punto de llorar.
Horas más tarde, en la ciudad más cercana, un ortopedista la tranquilizó y le dijoque si se alcanzaban a ver dos pequeñas fisuras, pero que bastaba con tener el brazo inmovilizado por un par de semanas para que el hueso se regenere por sí solo.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.
miércoles, 16 de octubre de 2024
El café se enfrió
Tengo una reunión a las 8 de la mañana con una española. Para ella es en horas de la tarde, ¿qué hora? a las 3, si no estoy mal. Siempre me vuelvo un lío con la diferencia horaria.
Luego de alistarme me siento en frente del computador listo para ingresar a la sala de Zoom. Me acompaña una taza de café a la mitad. Es el que me sobró del desayuno y que volví a calentar. Me quedo viendo cómo le sale el vaho como hipnotizado. Pienso que debo darle un sorbo antes de que se enfríe y eso hago. Juego con esos pensamientos de forma distraída, hasta que veo un email que ella me envió a la medianoche:
Luego de alistarme me siento en frente del computador listo para ingresar a la sala de Zoom. Me acompaña una taza de café a la mitad. Es el que me sobró del desayuno y que volví a calentar. Me quedo viendo cómo le sale el vaho como hipnotizado. Pienso que debo darle un sorbo antes de que se enfríe y eso hago. Juego con esos pensamientos de forma distraída, hasta que veo un email que ella me envió a la medianoche:
Te importaría cambiar la reunión para la semana que viene?
Justo me programaron una clase en el centro de Valencia y no me da tiempo a llegar.
Ya me dices.
Le doy otro sorbo al café., mientras me pregunto si era una reunión que iba a cambiar el curso de mi vida? No lo creo, aunque ¿cómo saberlo? Es imposible determinar qué evento va a disparar el destino en la dirección menos pensada. Sea como sea quedé un poco desprogramado.
Levanto la taza de café y el último cuncho que me tomo ya está frío.
¿Y a mí qué me importa? Se preguntará usted, querido lector, y es una pregunta totalmente válida. Me dieron ganas de escribir sobre lo que fuera y como no tenía ningún tema en mente, decidí escribir sobre la cancelación de mi reunión.
Escribe sobre lo que sabes, es uno de esos consejos que dan quienes dicen saber mucho sobre escritura. De pronto no sé nada o sé muy poco y lo único que tengo a la mano es escribir sobre el momento, lo que me ocurre en tiempo real.
En fin, quise teclear lo que saliera y ya está. Todo porque quiero volver a retomar mi ritmo en Almojábana.
Ya me dices.
Le doy otro sorbo al café., mientras me pregunto si era una reunión que iba a cambiar el curso de mi vida? No lo creo, aunque ¿cómo saberlo? Es imposible determinar qué evento va a disparar el destino en la dirección menos pensada. Sea como sea quedé un poco desprogramado.
Levanto la taza de café y el último cuncho que me tomo ya está frío.
¿Y a mí qué me importa? Se preguntará usted, querido lector, y es una pregunta totalmente válida. Me dieron ganas de escribir sobre lo que fuera y como no tenía ningún tema en mente, decidí escribir sobre la cancelación de mi reunión.
Escribe sobre lo que sabes, es uno de esos consejos que dan quienes dicen saber mucho sobre escritura. De pronto no sé nada o sé muy poco y lo único que tengo a la mano es escribir sobre el momento, lo que me ocurre en tiempo real.
En fin, quise teclear lo que saliera y ya está. Todo porque quiero volver a retomar mi ritmo en Almojábana.
jueves, 3 de octubre de 2024
Libros, ladrones y lectura
Salgo a leer a un café. El libro que decido llevar es Malas posturas de Lina María Parra Ochoa. Hace poco me topé con él y su forma de narrar me ha parecido tremenda . Al llegar al lugar pido un capuchino y una porción de torta de zanahoria. Luego, haciendo equilibrio con el pedido en mis manos, evalúo dónde me voy a sentar.
Es un cuentazo, Seguro va a quedar en mi top 3 de preferidos. Cuando lo termino, le doy un último sorbo al capuchino, ya frío, y abandonó el lugar. En un arrebato lector decido pasar por una librería y me compro La mano que cura, otro libro de Lina María.
La terraza del lugar está casi desocupada y una ráfaga de viento agita las ramas de las matas. Como no quiero quiero chupar frío comienzo a caminar por el café a ver qué otro rincón me llama la atención.
Veo unas sillas de cuero con espaldar alto. Parecen cómodas, pero también de ese tipo de sillas de las que casi resulta imposible pararse después de haberse sentado en ellas; además no tengo donde poner el café y la torta, así que las descarto, pues quiero leer y no tomar una siesta.
Al final me decido por una mesita redonda que está bien iluminada. Me siento, le doy un sorbo al capuchino, pincho un trozo de torta y comienzo a leer. El cuento con el que arranco se llama Los límites.
Estoy en esas, cuando algo pincha la burbuja: una mujer, sentada a varias mesas de distancia habla, o bien grita, por su celular sobre cuestiones de su trabajo. Que la cuenta de cobro yo no se quién y que tiene que volver a hablar con Camila para si sé cuantos. Concentro una mirada de odio en ella para ver si logro hacerla callar pero no pasa nada. De malas, ¿quién me manda a venir a leer a un lugar público?
Retomo la lectura, y en menos de un párrafo de nuevo habito el universo del cuento. En un momento levanto la mirada y la mujer que hace un rato hablaba fuerte camina, con su computador en mano, hacia el sector en el que estoy. Alguien acaba de desocupar una mesa y preciso a ella le pareció el mejor lugar para sentarse.
Cuando llega comienza a hablar de nuevo por celular, pero yo me blindo con la lectura. Al rato la mujer se pone de pie y se dirige a la barra para comprar algo. Volteo a mirar hacia su mesa y veo que dejó el computador y su bolso encima, ¿Acaso cree que está en Appenzell, un apacible pueblito Suizo?
Imagino el peor desenlace a su descuido: unos ladrones van a entrar al café y van a robarse el computador y su cartera. Cómo yo estoy cerca, de paso también me van a robar a mí, maldita sea mi suerte. Miro hacia donde está la mujer y continúa esperando su pedido en la barra. ¿Por qué está tan fresca? Divido mi atención entre sus pertenencias y ella. Los ladrones aún no aparecen, no sé por qué tardan tanto ante semejante papayazo. Al rato la mujer viene caminando, como si nada, con un capuchino y un cruasán en sus manos. Se sienta y vuelve a lo suyo, a hablar por teléfono.
Ahora leo Pañuelos de papel: "Mi abuelo murió a las cuatro de la mañana. No recuerdo la fecha pero sí la hora en la que el sonido del teléfono me despertó de un sueño liviano".
Veo unas sillas de cuero con espaldar alto. Parecen cómodas, pero también de ese tipo de sillas de las que casi resulta imposible pararse después de haberse sentado en ellas; además no tengo donde poner el café y la torta, así que las descarto, pues quiero leer y no tomar una siesta.
Al final me decido por una mesita redonda que está bien iluminada. Me siento, le doy un sorbo al capuchino, pincho un trozo de torta y comienzo a leer. El cuento con el que arranco se llama Los límites.
"Los límites del mundo era los límites de la unidad cerrada".
Tardo poco en enredarme en las redes de su prosa. Me gusta cuando eso pasa, cuando me sumerjo en una burbuja lectora casi infranqueable.
Estoy en esas, cuando algo pincha la burbuja: una mujer, sentada a varias mesas de distancia habla, o bien grita, por su celular sobre cuestiones de su trabajo. Que la cuenta de cobro yo no se quién y que tiene que volver a hablar con Camila para si sé cuantos. Concentro una mirada de odio en ella para ver si logro hacerla callar pero no pasa nada. De malas, ¿quién me manda a venir a leer a un lugar público?
Retomo la lectura, y en menos de un párrafo de nuevo habito el universo del cuento. En un momento levanto la mirada y la mujer que hace un rato hablaba fuerte camina, con su computador en mano, hacia el sector en el que estoy. Alguien acaba de desocupar una mesa y preciso a ella le pareció el mejor lugar para sentarse.
Cuando llega comienza a hablar de nuevo por celular, pero yo me blindo con la lectura. Al rato la mujer se pone de pie y se dirige a la barra para comprar algo. Volteo a mirar hacia su mesa y veo que dejó el computador y su bolso encima, ¿Acaso cree que está en Appenzell, un apacible pueblito Suizo?
Imagino el peor desenlace a su descuido: unos ladrones van a entrar al café y van a robarse el computador y su cartera. Cómo yo estoy cerca, de paso también me van a robar a mí, maldita sea mi suerte. Miro hacia donde está la mujer y continúa esperando su pedido en la barra. ¿Por qué está tan fresca? Divido mi atención entre sus pertenencias y ella. Los ladrones aún no aparecen, no sé por qué tardan tanto ante semejante papayazo. Al rato la mujer viene caminando, como si nada, con un capuchino y un cruasán en sus manos. Se sienta y vuelve a lo suyo, a hablar por teléfono.
Ahora leo Pañuelos de papel: "Mi abuelo murió a las cuatro de la mañana. No recuerdo la fecha pero sí la hora en la que el sonido del teléfono me despertó de un sueño liviano".
Es un cuentazo, Seguro va a quedar en mi top 3 de preferidos. Cuando lo termino, le doy un último sorbo al capuchino, ya frío, y abandonó el lugar. En un arrebato lector decido pasar por una librería y me compro La mano que cura, otro libro de Lina María.
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