Sigo inmerso en una temporada de no escritura. Podría decir que ha sido una temporada de edición, tarea que muchos consideran la más importante en el proceso de escribir, pero que yo no siento que sea escritura.
Sea como sea, todo este rollo de no escribir y los dolores de cabeza me hacen pensar en dos escritores: Virginia Woolf y Franz Kafka. Un artículo que leo comienza diciendo lo siguiente: “La migraña es un trastorno neurobiológico complejo que va más allá de los síntomas físicos y abarca dimensiones mentales, emocionales y existenciales profundas.”
Le doy la razón. Me identifico con eso de que las migrañas despiertan dimensiones emocionales y existenciales profundas. Pienso que ese estado es como la tormenta perfecta para escribir, pero cuando entro en ese estado contemplativo, en vez de quemar esa energía existencial escribiendo, de puro vago o simple pereza, me convierto en un bulto que se echa en la cama cuando el dolor aparece.
Cuentan que la escritora británica, además de sus problemas psiquiátricos, sufría de fuertes dolores de cabeza. Me la imagino con la cabeza a punto de explotar y escribiendo a mano en sus diarios o trabajando en una de sus novelas, qué sé yo, Las olas, por ejemplo, que me parece uno de sus mejores trabajos. Entonces me pregunto: ¿cómo es posible que yo me niegue a escribir unas cuantas palabras?
El escritor de La metamorfosis sufría de un dolor aún más intenso que los que experimentaba Woolf, con punzadas sobre su ojo derecho y congestión nasal, síntomas que ahora se atribuyen a la cefalea en racimos.
Así y todo, con dolor o sin él, ambos se sentaban a escribir y yo, en cambio, me dedico a lamentarme de lo miserable que es mi vida cuando los dolores aparecen.
viernes, 17 de octubre de 2025
Ni la una ni el otro
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