Hace un par de días envíe una carta. Hace mucho que no lo hacía. Llegué a un Servientrega en el cual había dos
mujeres atendiendo. Delante de mi, en la
fila, habían tres personas. Una de estas, la segunda, era un militar negro,
alto, acuerpado y con mala cara; una de esas personas que es
mejor no armarle pelea o que si se arma; lo mejor es que
el personaje pertenezca a su bando
Había otra fila que nadie hacia. La verdad nunca supe para que era; casi siempre
que llego a un sitio hago la fila que tenga más personas; pero eso no
garantiza nada. Cuando hice los trámites para sacar la cédula el año pasado, hice una fila para al final enterarme
de que no era la correcta.
Como le venía diciendo el soldado, de apellido Iguaran, esperaba impacientemente en la fila, golpeando con su
bota derecha el piso, tratando de llevar una especie de ritmo.
Mientras miraba el cuadro del momento, irrumpió, dando pequeños pasos, un viejito con boina y bastón y se úbico en la fila que
nadie estaba haciendo, obviamente quedando de primero.
Iguaran con dotes de autoridad ridículos, no tuvo
problema alguno en decirle: “La fila va ahí atrás” a lo que el viejito
sabiamente respondió de forma sarcástica “Tengo
84 años, soy inválido y creo que tengo prelación en el turno, algún problema mi
comandante? Yo casi lo aplaudo.
Iguarán inmediatamente cayo en cuenta de su error y le
respondió: “Si claro siga”.
Deberáin vender dosis de tolerancia, cada día, sin importar cual sea su estado, soportamos
menos a las demás personas y solo buscamos nuestro
bienestar.
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