Ayer oí mencionar ese plato, que para mí, principalmente, no es
más que otro amable recordatorio. Me vi
un episodio de Junior Máster Chef, donde, como prueba a los 4 semifinalistas, les ponían a cocinar
uno. La yema les debía quedar líquida. No sé cuál será el nombre técnico del
plato. En el programa lo llamaron “Huevo
pasado por agua”, pero las traducciones del inglés al español siempre dejan
mucho por desear.
Hoy me dieron ganas de desayunar huevo duro, pero
no como el de la competencia, pues no me agrada que la yema quede líquida sino
completamente cocida.
Cuando estuvo listo y comencé a quitarle la
cascara, me trasladé a ese momento, más de una década atrás, cuando presenté hemiplejía, luego de
dormir 17 días seguidos. Una mañana me
llevaron el desayuno, y mi madre no había llegado todavía. Recuerdo que el hambre que tenía era
demasiada. Apenas ubicaron la bandeja en la cama, caí en
cuenta del plato: “¡Mierda! huevo duro. Solo puedo mover la mano derecha y
más o menos tengo ganas de tragarme un caballo entero”.
Entonces lo agarré y comencé a golpearlo contra el plato.
Mi
estrategia consistió en golpearlo infinidad de veces, hasta que la cascara no
tuviera otra opción que desprenderse por si sola del huevo. No recuerdo, exactamente, cuanto duré en ese
proceso, pero si mi satisfacción cuando logré quitarle la cáscara.
La vida sería mucho mejor si celebráramos por lo
alto ese tipo de pequeñas victorias.
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